19 June, 7:33pm

El fin de semana pasado fuimos a Lagos, en el Algarve, al sur de Portugal. La razón fue la boda de nuestros queridos tugas: Joaquim y Helena.

El viaje en sí resultó bastante intenso y agotador. Primero Edu condujo hasta Porto, donde nos recibió su compatriota Michel, dejando el coche en su garage y amablemente nos llevó al aeropuerto. Ahí, después de un retraso de dos horas, tomamos el avión hacía Faro. Llegamos a Faro entradas las tres de la mañana. Ahí nos metimos en el hotel que habíamos reservado para dormir unas pocas horas, porque a las siete de la mañana, del día siguiente, tuvimos que tomar el tren hacía Lagos.

Y así comenzó nuestra jornada.

Algarve

Llegamos a Lagos y justo al bajarnos del tren, la vista del puerto deportivo nos recibió:

Algarve

Tomamos un taxi para nuestro siguiente hotel reservado, donde nos encontramos con Berto, nos cambiamos y nos pusimos en camino al lugar donde sería la recepción. Que era en el club de golf de la turística ciudad, que, para nuestro deleite, ofrecía esta vista:

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Y seguramente se preguntarán cómo son las bodas portuguesas. Yo también tenía esa duda. Es más, fue mi primer boda fuera de México, y me inquietaba el saber las diferencias que podría haber. Como suele ser no hay grandes diferencias: mucha comida, mucha bebida; pero las pequeñas diferencias son las que más saltan a los sentidos: La música que se baila es distinta, no hay Mariachi (y ni falta que hace), toda alusión religiosa es nula (por que así lo planearon los novios, he de decir) y el juez hace una lectura larga y tediosa de la ley portuguesa al respecto del matrimonio, la cual no entendí mucho, salvo cuando le pregunta a los novios si ninguno de los dos tenía alguna deficiencia mental grave, lo que cancelaría la unión matrimonial. Sí, todos nos reímos.

Pero una imagen vale más que mil palabras:

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Y la fiesta continuó con más comida y más bebida. Oh, ese delicioso vino alentejano. Me desharía en halagos por él.

La pasamos de maravilla, la conversación en la mesa fue bastante animada, con un amigo de Joaquim de Sevilla y su pareja, y un profesor de él mismo con también su pareja. Tampoco perdimos oportunidad de hacer el tonto:

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Y como siempre, lo que bien empieza, bien termina... junto con una copa de tinto alentejano.

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El día siguiente fue dedicado a curar la resaca y a caminar por el centro de la ciudad.

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Comimos en la Adega da marina, uno de los restaurantes más representativos de la ciudad. Ahí me zampé un fabuloso bacalao, como sólo los portugueses lo saben preparar. Seguimos caminando hasta que el reloj nos ordenó ir a recoger nuestras maletas para tomar el tren de vuelta a Faro. De nuevo al hotel de allá para dormir un par de horas y volver a tomar el avión de vuelta a Porto a las siete de la mañana. Y otra vez en carretera para regresar a Coruña.