1 June, 4:10am
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Víctor JáquezEl fin de semana pasado fui a mi quinto summit de Igalia. Fue en la playa Patos de Panxón, en el Concello de Nigrán, Provincia de Pontevedra, muy cerca de la frontera con Portugal.
Todos y cada uno de los summits tienen algo de especial, diferente, sorpresivo y este no fue la excepción. El estreno en esta ocasión fue el primer empleado no hispano parlante de Igalia: M., de San Francisco. Podríamos argüir que P. fue en realidad el primero, pero habiendo radicado por varios años en Barcelona, ya entiende bastante bien el español, aunque siempre haya dicho que no se siente a gusto hablándolo. Así pues, este fue el primer summit donde todos nos aplicamos en hablar inglés. Claro, si M. no estaba cerca, no había razón de forzar la tuerca.
La otra sorpresa fue el lugar: la residencia de tiempo libre de Panxón. Como la página informativa lo dice, las residencias de tiempo libre son "instalaciones vacacionales dirigidas a los trabajadores... Estas instalaciones pueden ser utilizadas también por otros colectivos como grupos juveniles, jubilados, etc.", donde la palabra jubilados debería estar en negritas y cursivas, ya que el lugar estaba invadido exclusivamente por viudas y viejecillas. Si alguna vez temí por mi integridad y privacidad, esta fue una de esas ocasiones. Hordas de viejecillas mirando con ojo alegre a tímidos hackers que sólo deseaban jugar a la cartas y caminar por la playa. Y cómo bien dijo L.: "a este lugar uno viene a enterrar su libido". ¡Y vaya que sí! Nunca creí que rodeado de tantas mujeres, lo que menos se podría pensar era en sexo. El viernes jugamos, como dicta la tradición, póker. Pero como C. había marchado a Helsinki, no tuvimos fichas para jugar profesionalmente. Así que tuvimos que improvisar: encontramos un dominó infantil con figuras de frutas, vaquitas y borreguitos, y ese fue nuestro capital de juego. El sábado por la mañana la pasamos entre charlas sobre Igalia, sobre un proyecto sobre Firefox y Evince, y un gran charla de D. sobre el año que pasó en Hong Kong. Por la tarde salimos a caminar, subimos un cerro y disfrutamos de la vistas. Pero apenas regresando, por la esquina del geriátrico, no topamos con la inauguración de un bar cuya particularidad era que toda la cerveza ¡era gratis! Mal negocio para un bar al que le arriban un veintena de programadores de software libre. Además el bar era al descubierto, con una vista a la playa impresionante. La tarde cayó al pie de las islas Cíes, las cuales servían de telón para nuestra borrachera.
Al día siguiente había que levantarse temprano para ir a otra playa donde haríamos piragüismo y catamarán. Primero anduve un rato en el kayak, fue divertido pero muy cansado, además me tomó un tiempo entender como hacer más eficientes los palazos en cuestión de giro y desplazamiento. Pasado un rato y con los hombros agotados, decidimos hacer un abordaje y tomar un catamarán por la fuerza. Fue la primera vez que tomé una embarcación de vela y fue divertidísimo. La cosa no es sencilla, hay que saber la dirección del viento, entendiendo que con el movimiento se crea un viento aparente que puede engañarnos a la hora de izar; conocer el ángulo muerto y cómo salir de él ya sea al virar o al trasluchar, el uso del foque y de la mayor. Rato después me animé a tomar el timón, lo que es otra ciencia: no se puede navegar por viento de manera lineal, hay que zigzaguear si el viento no te es favorable. Fue una nueva y divertida experiencia para mi, un chico de interior. Hacía un poco de calor y con la navegación me había mojado un poco, así que me envalentoné y por primera vez me bañé en las aguas del Atlántico gallego. ¡Qué pinche fría está el agua! Fue todo un desafío atreverme a sumergir la cabeza, pero lo hice.
Y regresamos a casa.