10 August, 7:33pm

Hace más de una semana que se marchó L. del piso. Sí, me siento más tranquilo y sereno en casa. Su sola presencia me hacía sentir incómodo y ahora ya puedo llegar al piso con la seguridad de no ser testigo de sus caprichos y veleidades. Todo un respiro. Se mudó bajo la presión de la nueva compañera de piso que ya comenzaba a traer su maremágnum de pertenencias, mientras que L. seguía echada viendo televisión. La cuestión aquí es que L, al dejar su habitación, más grande y espaciosa que la que yo ocupaba, pasaría a ser mi habitación, ya que por antigüedad tenía derecho a ello, y A., la nueva inquilina, se acomodaría en la habitación pequeña. El caso es que yo no me podía mudar porque L. no sacaba sus cosas y A. ya estaba presionando por un lugar donde dejar las suyas. Bajo esta presión L empacó rápidamente y se marchó para sólo volver unos días más tarde por la televisión, que era de su propiedad, y nada más.

Pues bien, yo hice mi mudanza tan pronto como pude y A. tomó posesión de la habitación pequeña. Mientras acomodaba mis pertenencias en los cajones de la habitación me di cuenta, sin sorpresa pero con fastidio, que L. había dejado varias cosas. Lo mismo ocurría en el baño, donde su maquillaje, cremas y compresas seguían ahí plácidamente. Sin embargo el hallazgo más sorprendente fue en una cajonera de la habitación: entre papeles, hojas, algodones sucios, monedas y demás sépticas delicadezas, L. había dejado su vibrador. Me dio curiosidad el juguete y enfundándome los guantes de limpieza me puse a observar dicha maquinaria (no vaya a ser que se me pegue algo en la mano).

Como pueden apreciar en las imágenes, es un falo de plástico, donde la parte de glande está formada por un rubber suave, como de látex, al igual que la parte terminal de la extensión superior. Tiene varios modos de operación. El primero es la vibración normal, donde las pelotitas blancas de en medio de la un toque de tremulidad impredecible. Luego está el modo de giro, donde la parte del glande forma un ángulo, como un pez que se estira sobre su columna, y gira sobre su propio eje, describiendo un círculo. Puede girar en un sentido, como en otro. Y finalmente la extensión superior también puede vibrar a decisión del usuario.

Mis magros conocimientos de la anatomía femenina me permitieron dilucidar sobre los posibles efectos de la usuaria. El glande formando un ángulo y girando, dentro la vagina, tocaría cada pared interior, pudiendo estimular el famoso punto G. Y luego, la extensión superior estimula directamente la región clitoriana. Además pongamos el plus del tembloroso movimiento de las pelotitas en vibración. Pronto llegó a mi una terrible idea: Los hombres estamos obsoletos. Los hombres -comunes y corrientes- no podemos hacer ni la mitad de lo que este aparato puede hacer de manera simultanea, además de ser torpes, voluminosos, poco flexibles, llenos de prejuicios y además con un pene, que si se pone en huelga, menuda vergüenza nos hace pasar. Sí, me sentía derrotado. Sólo quedaba una honrosa retirada a algún remoto monasterio. Pero pronto llegó la respuesta a mis cavilaciones: ¡la película de Wall-E!

En la película se muestra a una EVE moderna, poderosa, con una amplia gama de capacidades, un sistema de defensa refinado, autónoma, independiente, inteligente, perseverante y estéticamente atractiva. En cambio Walle es un robot obsoleto, sucio, orientado a una sola tarea mecánica, simple, entregado a su labor, aunque esta ya no tuviera sentido y estéticamente deplorable. Pero había algo en Walle que despertaba la simpatía de todos los espectadores: la poesía y la esperanza.

¡Sí, la poesía nos salvará! Los sueños, la tranquilidad de la simpleza, o finalmente lo que sea, pero ese algo que la otra parte anhela, que la otra parte descubre y desea. No hay que temer a la superioridad sexual/emocional/reactiva de las mujeres, porque aunque seamos tontos y lentos, somos adorables...