12 March, 5:53pm

El próximo lunes estaré cruzando de nuevo el Atlántico para ir a México (¿ir a casa?). Como siempre esos viajes emocionan y agobian un poco. Emoción por volver al sol, al calor, a los volcanes y a la gente con la que se tiene lazos indelebles. Agobio por tantos kilómetros que hay que seguir cargando en las espaldas, por romper la seguridad de la rutina.

Particularmente ahora tengo una agenda algo apretada. Dentro del país estaré de arriba para abajo, re-encontrando viejas amistades, y he quemado mis embarcaciones: ya no tengo boleto para volver a ir de nuevo, así que posiblemente no vuelva al terruño en mucho tiempo. Desde cierta perspectiva se podría argumentar que me ha costado mucho romper con ese cordón umbilical que me une al confort de la idiosincrasia conocida.

Además de la nota al margen sobre la visita, tenía en mente escribir sobre un hecho cotidiano que me sorprendió reconocer o más bien, diseccionar: mis conversaciones matutinas. Antes de mudarme al nuevo piso, con nueva compañía, mientras compartía con las marmotas, mis mañanas eran de una intensa soledad. Me despertaba en medio de una cama enorme y vacía, generalmente ovillado y aterido en alguna esquina.

Después de una meada sin haber despertado, me encaminaba hacia la cocina y cada paso la consciencia tomaba posesión del cerebro aun en la confusión del sueño amorfo. Tan pronto como comenzaba el sacrosanto ritual del café en mi cafetera italiano-cubana, la conversación comenzaba. Y es esta charla interior la que quiero resaltar.

Noté un patrón curioso en toda regla, la conversación siempre era unidireccional, sólo había una voz, pero siempre había otro ente en mi que escuchaba. Los neurólogos afirman que los lóbulos del cerebro pueden funcionar de manera independiente, y aun más, pacientes con epilepsia que fueron tratados con una callosotomía (escisión del cuerpo calloso) realmente tienen evidencia de dos cerebros pensando independientemente. Más aun, se ha notado una cierta lateralidad en las funciones cerebrales, sobre todo en las relacionadas con el lenguaje, donde el lado izquierdo tiene una mayor influencia, y el lado derecho se inclina más por el procesamiento de la información perceptual.

Por otro lado, desde Freud, los psicólogos han trabajado bajo la hipótesis de la existencia de una mente inconsciente y otra consciente, identificando al "yo", dentro de la mente consciente, al "ello" dentro de la mente inconsciente y al "super-yo" en medio de ambos. El yo se rige bajo el principio de la realidad, "distingue" la realidad y se adapta a ella; el "ello" se rige bajo el principio del placer y está más cercano a los instintos; y el "super-yo" es un idealización del yo, el policía represor del yo y del ello.

Dicho lo anterior y volviendo a mi charla interior, repito, hay de manera constante dos actores: uno que habla, que posee el don de la verbalización, y otro que no habla, simplemente porque es incapaz de hacerlo, sin embargo, es quien siente, el poseedor de las emociones puras y duras. El que habla es brutal, es desconsiderado, y fácilmente pierde contacto con la realidad planteando reprimendas tremendas y cursos de acción llenos de megalomanía; mientras que el otro actor es el reprendido, que se siente triste y abandonado. Sin embargo, es patente que el actor sin voz es mucho más fuerte y grande que el que habla, y siempre hay un temor en el aire de que pierda el auto-control. Pero el actor hablante es impenitente, despiadado y plantea castigos y cursos de acción llenos de represión y sacrificio.

Pero una vez con el café expreso en el organismo, la realidad parece tomar su lugar y decido hacer callar al monologuista y consuelo al gran sentimental.

Llegué a cansarme de este montaje, ya que se repetía diario. El silencio lo traía al proscenio mental. Y definitivamente, con el cambio de compañía matutina, donde la conversación real, interpersonal, existe, no hay necesidad de discusiones intestinas, y el hablante y el sentimental se doblegan ante la presencia de otro ser humano.

Todo esto es charla informal. No estoy indicando ninguna liga entre la lateralidad y los entes freudianos. Es sólo una observación que me sorprende ante una aparente coincidencia con la ciencia aceptada actualmente del funcionamiento del cerebro.