mi blag

13 February, 10:00am

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Víctor Jáquez

En abril del 2008 llegué a Coruña. En un mes y fracción cumpliré dos años radicando en esta parte del mundo. Un dato curioso es que desde que me salí formalmente de la casa paterna, no he vivido más de dos años en un sólo lugar: dos años en Cuernavaca y dos años en Monterrey. Ahora cumplo dos años en Coruña. Y lo más extraño es que en mi percepción, los dos años de Cuernavaca fueron extensísimos, llenos de vivencias y de crecimiento personal. Los dos años en Monterrey se me fueron más rápido, y aunque no los sentí tan apasionados por los dos anteriores, también fueron colmados de emociones, aventuras y aprendizaje. Y ahora casi se han ido dos años más de mi vida en esta nueva empresa. ¿El balance? Confuso. Por un lado encuentro que varios de mis sueños y propósitos de vida se han ido cumpliendo: desarrollar software libre, viajar por el mundo, conocer e interactuar con gente asombrosa; pero por otro lado, no me siento satisfecho. Me encuentro en un estado constante de insatisfacción. Es como tener la sensación de que, independientemente de dónde me encuentre, debo estar en otro lugar, ocupado en otra actividad. Pero al mismo tiempo siento una pereza inconcebible por cambiar mi usual inamovilidad. Por ejemplo, la mudanza que llevo dilatando por meses (aunque ya ahora tengo pasos dados), o las intensiones de regresar a la literatura más formal.

Pero el propósito de este apartado no era un balance de los dos años en España. Es algo más inquietante para mi. Cuando volamos para Bruselas el fin de semana pasado, Claudio me mencionó que después de los dos años de residencia en España, viniendo de un país latinoamericano, es posible aplicar para la nacionalidad.

A pesar de ser un creyente de los conceptos como aldea global, ciudadano del mundo y un mundo sin fronteras, siempre me he asumido como mexicano y jamás pasó por mi mente adoptar otra idiosincrasia. Y la idea de abandonar lentamente mis ataduras a México y optar por otras de otro lugar, me resulta avasalladora. Pero seamos racionales. ¿Qué es la nacionalidad? En su forma más simple es un término legal para establecer la juridicción que tiene el estado sobre una persona, y la protección que ésta obtiene de dicho estado. Nada más. Desde esta perspectiva, como observó Sole, la nacionalidad es un papel más que te simplifica muchos trámites, haciendo luego la analogía entre matrimonio y nacionalidad: estar casado ente la ley no implica un compromiso de pareja, es un recurso legal que simplifica varias actividades sociales. Si vives y te desenvuelves en un entorno fijo, lo mejor es que también participes en los mecanismos de decisión de esa comunidad.

Sin embargo, desde que me planteé estos problemas de nacionalidad, cuando leía sobre los mexicanos que van a los Estados Unidos y allá radican, pero no se integran a la sociedad norteamericana, no se esfuerzan en aprender inglés ni en adoptar las costumbres locales, sino por el contrario, forman sus barrios y sus réplicas en pequeño de su México, me daba vergüenza y tristeza. Lo pensaba de manera reflexiva: si un extranjero llega a México y se queda a radicar, para mi sería importante que él se integre a la dinámica social mexicana, que se integre, que se asimile y sea parte de ella: que coma chile, que entienda albures, que guste del mariachi, la música norteña, que se arrobe ante la indómita naturaleza y que intente digerir toda la cultura existente. En pocas palabras, que se esfuerce por ser un mexicano... con un plus: que inocule las cosas positivas de su idiosincrasia y critique con vehemencia lo que ve como insidioso. Y eso mismo quisiera que hicieran los paisanos que se van a Estados Unidos. Y eso mismo quisiera hacer si me decido optar por la nacionalidad española.

Sé que tendría la doble nacionalidad, que no perdería la nacionalidad mexicana, pero me causa una sensación de congoja la visión de relegar mi origen en un segundo lugar para involucrarme en la sociedad que me da acogida y que espera de mi un compromiso de vinculación. Por otro lado, la sociedad gallega me gusta mucho, su verdor, y ya hasta me gusta su lluvia, me gusta su comida, sus tascas, sus playas y sus bosques. Me gusta la tranquilidad con la que se vive y me gusta la carencia de formas exageradamente corteses y hasta zalameras como las del mexicano. Como diría Manu Chau: "Me gusta la Coruña. Me gustas tú".