13 September, 6:48am

En medio de una ya acostumbrada turbulencia social, política y más que nada judicial, México celebra sus doscientos años de independencia y cien años de la Revolución.

Me resulta un tanto extraño pasar estas fechas en mis actuales circunstancias: físicamente lejos, pero mentalmente ahí, ya que el sentimiento de cercanía no lo he perdido debido a las comunicaciones electrónicas: estoy sin estarlo.

Hoy por la mañana, mientras me duchaba pensaba en lo que representan doscientos años desde la perspectiva histórica: ¡prácticamente nada! Somos un país relativamente nuevo. En la primaria cuando nos enseñaban los tópicos de la Guerra de Independencia, la Invasión estadounidense, la Guerra de Reforma, la Invasión francesa, el Porfiriato, la Revolución, la Guerra Cristera y la dictadura de partido (PRI), a mi me parecían inconmensurables, remotos... sin embargo son tan pocos eventos, y tan cercanos, en comparación con las naciones europeas o asiáticas, que me sonroja que esta inocencia perdurara tanto en mi.

Simplemente, para ponernos en un contexto histórico, fuimos colonia española por 300 años. En otras palabras, tenemos más historia como colonia que como país independiente. Somos relativamente nuevos en estos menesteres. Otro detalle interesante: la conquista del territorio mexicano le tomó a la corona española más de cien años.

Cierto, muchos argumentarán que la historia de México se remonta a un milenario periodo precolombino, pero también es cierto que no había un sentimiento de nación como el actual. Cada imperio, cada civilización, cada pueblo, era diferente, aislado, y limitados geográficamente a comparación de los grandes imperios de la historia.

También hay que aceptar que somos un país que tiene una historia democrática muy pobre: hemos pasado de una dictadura a otra, con su respectiva cuota de sangre; hemos probado casi todo los regímenes autoritarios que hay, y hasta perfeccionamos una: "la dictadura de partido" o "la dictadura perfecta" como la llamó Mario Vargas Llosa.

México es un país bronco mas no un país bizarro. Es decir, perdimos todas y cada una de las guerras e invasiones en las que nos hemos visto envueltos, sin embargo, teniendo al vencedor sobre nuestros cuellos, comenzamos con guerras de baja intensidad, de desgaste, guerra de guerrillas, usamos estrategias que ahora serían consideradas como terroristas, hasta que el enemigo se retira, sí bien robándose territorio, imponiendo deuda y usurpando materias primas, pero se marcha, es incapaz de mantener su dominio sobre el territorio.

Y con todas estas verdades históricas tan evidentes que resultan aplastantes, por qué el oficialismo se empeña en dibujar una historia gloriosa y mítica: ¿por qué enarbolar próceres nacionales que poco tuvieron que ver con el verdadero movimiento de independencia? ¿por qué colorear con épicas justificaciones hechos que son en realidad triviales y mundanos? ¿por qué defender una revolución que no hizo ni hizo justicia, ni trajo democracia?

En mi opinión, lo importante es saber, sin máscaras ni endulcolorantes, quiénes somos y de dónde vinimos. Reconocer nuestros fallos sin cortapisas y aprender de nuestros errores. Aceptar que si bien tenemos nuestro pasado glorioso deja muchas dudas, nuestro futuro debe ser realmente algo magnífico.