15 March, 5:39am

En el libro en curso, una autobiografía de una somalí que se refugia en Holanda años después, narra como a sus cinco su abuela, quién pasó su vida como nómada, fiel a las tradiciones de su tribu, a escondidas de sus padres, personas progresistas y de educación, realiza la circuncisión femenina a ella y a su hermana mayor. Aquello me pareció tan abominable que arrojé el libro para dejar ir la obcecación. Curiosamente me percaté que me causa más impresión la narración en primera persona de las desgracias, que las imágenes visuales del hecho.

Mientras meditaba sobre aquella costumbre que la abuela se empeñó en realizar, recordé una historia que me contaron recientemente: una pareja que recién había tenido a su primogénito, habían decidido no bautizarlo a pesar del rechazo familiar, no querían seguir con una tradición que ellos no compartían y que el niño ni idea ni decisión tendría. Sin embargo, una vez nacido y pasado un tiempo, la abuela, fiel al rito, bautizó al niño a solas, en el cuarto baño de la casa mientras estaba a su cargo y cuidado. La tradición era más fuerte que la confianza depositada por los padres y su decisión de vida.

Me parece que ambas situaciones, de manera abstracta, son la misma: preservar un rito que bajo la mirada de la razón actual, parece obsoleto y sin sentido. La abuela de la protagonista argumentaba que si no le practicaban la mutilación genital, el clítoris de las niñas crecería de manera desproporcionada y no podrían caminar en la edad adulta. Por el otro lado, se dice que si un niño no es bautizado, no entrará al cielo si muere. Ambas ideas son ridículas producto de la superstición. Pero desde un punto de vista más sociológico, el sentimiento de pertenencia es el más fuerte: una mujer con clítoris no pertenece a la tribu y es despreciada; una persona sin bautismo no pertenece a la Iglesia, como grupo social.

Claro, hay que guardar las distancias, una tradición es una brutalidad totalmente desproporcionada, y la otra es un rito simbólico de carácter más social que de otro tipo. Pero el paralelismo es indudable: la persistencia de los ritos, forzada por las viejas generaciones, rechazada por las actuales.