mi blag

16 February, 9:59am

Tiempo de lectura estimada: 4 minutos

Víctor Jáquez

El fin de semana pasado fui a Amsterdam, en los Países Bajos. El plan era ver a A., viejo camarada desde la adolescencia, que por cuestiones de trabajo tuvo que pasar una semana por aquellas latitudes. Y como el domingo marchaba de vuelta, acordamos vernos desde el viernes.

Quedamos de vernos en el Nationaal Monument op de Dam así que luego de comprar los billetes de avión (haciendo la putísima escala en Madrid), la reserva en el primer hostal libre para esas fechas, me hice de mis providencias (un cambio de ropa interior y un forro polar) y me encaminé desde temprano al aeropuerto el viernes pasado.

Al llegar al hostal que había reservado, me dí cuenta que es, sin haberlo buscado, exactamente el mismo hostal donde me instalé la primera vez que pisé el suelo holandés, allá por el 2002, cuando mochileé Europa.

Esta es una foto que guardo del lugar: el Bob's Youth Hostel.

Viaje a Europa - Amsterdam

En ese lobby pasé largas tardes, fumando marihuana, mientras esperaba a que cayera la noche para salir a beber y caminar por De Wallen, la zona de tolerancia de Amsterdam.

Casi diez años después, sigue exactamente igual: el mismo desayuno, las mismas mesas, las mismas literas, los mismos mochileros en busca de sí mismos. Fue un bonito reencuentro, pero también un reconocimiento de mi mismo: ya no soy ese de hace diez años.

Después de dejar mi mochila en el locker de la habitación compartida, salí para encontrarme con A. Nos saludamos con afecto y nos fuimos a comer a un restauran tailandés al lado del Nieuwmarkt que había conocido el verano pasado, ganando mi consideración.

Después de la comida, todo fue discutir, discutir y discutir. La discusión fue la tónica del fin de semana. El sábado por la noche yo ya estaba sin fuerzas. Y es que discutir ideas siempre es estimulante, pero desestructurar prejuicios es agotador y muy frustrante, ya que estos se aferran a la mente con una fiereza abrumadora y aunque la evidencia sea aplastante y el argumento impoluto, el prejuicio no se diluirá de inmediato.

El sábado fuimos al museo de Van Gogh, donde pude otra vez apreciar la pinturas del artista neerlandés, junto con las de Gauguin y otros impresionistas que influenciaron a Vincent. Luego fuimos a comer y finalmente tomamos el tren para Leiden, un pequeño pueblo del Randstad.

De vuelta a Amsterdam recorrimos de nuevo la zona de tolerancia y despachamos la última cerveza en el mismo lugar donde nos encontramos: el Dam Square.

Mi regreso fue el realmente accidentado: Al querer tomar el avión de Amsterdam a Madrid, la máquina de check-in no reconocía mi pasaporte, así que me fui a ventanilla; ahí tampoco tenían constancia de mi vuelo, por lo que pasé a taquilla. Ahí me enfrentaron a mi estupidez: había comprado el boleto para el domingo 13... ¡pero de marzo! y no podía reasignarlo. Dinero perdido. Ante la desesperación y el miedo a quedarme varado en Amsterdam compré un billete para la misma hora de ese domingo, que claro, me salió con lumbre. De Madrid a Coruña sería el problema, ya que no quería gastar más dinero en vuelos costosos por ser de último momento, así que resolví irme en tren.

El tren Madrid - Coruña dura toda la noche, 10 horas en total, y como todas las camas estaban vendidas, tuve que resignarme a un asiento pequeño.

Claro, tuve que quemarme 6 horas en Madrid, así que caminé el Paseo de la Castellana, desde los Nuevos Ministerios hasta la estación de Chamartín, durante el cual sólo pude deshacerme de dos horas. Las cuatro restantes las pasé bajo la lluvia caminando alrededor de la estación o sentado en la estación intentando leer el libro en curso.

Justo antes de subir al tren me puse el forro polar que no había usado en todo el viaje y había dejado en el locker de hostal. No habíamos llegado a la primer parada cuando el lado derecho del torso lo tenía lleno de ronchas y con una comezón espectacular. Maldije mi suerte y después de pensar supe que lo que estaba infestado de liendres era el forro y no el asiento del tren. Me lo quité en joda y las ronchas comenzaron a bajar y pude finalmente medio dormir algo.

A las nueve de la mañana estaba en la estación de tren de la Coruña.