20 May, 5:16pm
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Víctor JáquezCómo ya he mencionado antes en este espacio, toda decisión implica una renuncia. Dicho de otra forma, toda decisión implica elegir un bien entre varios otros bienes, que se relegarán.
Cada bien tiene un valor, un grado de importancia, tanto absoluto como subjetivo, tanto intrínseco como extrínseco y quien elige uno con respecto de otros, tiene una representación mental propia del valor de cada bien.
A lo largo de nuestra vida se va forjando una escala de valores, la aprendemos de nuestros padres, de nuestra instrucción escolar, de la cultura, de la idiosincrasia local, de nuestras vivencias y su configuración interior. Y es en base a esta escala de valores que vamos eligiendo nuestro camino.
Todos queremos elegir lo mejor para tener una buena vida (y ese es el objetivo de la ética). ¿Cómo podemos saber que elegimos lo mejor? Pues posiblemente nunca lo sabremos, pero sí sabemos que hay una condición necesaria (mas no suficiente), indispensable, para poder elegir lo mejor: la libertad.
Para bien o para mal necesitamos de la libertad, de nuestro libre a albedrío, para tener la capacidad, al menos, de elegir lo mejor para nosotros. Sólo eligiendo con total y consciente uso de la libertad, jamás nos arrepentiremos de nuestras decisiones, por que siempre llevarán, de perdida, una enseñanza.
Pero la libertad tiene muchos enemigos, el ente externo opresor es sólo uno de ellos. Los más peligrosos se encuentran dentro del individuo: el miedo, los prejuicios, las represiones, la ignorancia, etc. Si podemos desembarazarnos de todos esos lastres, estaremos en mayor capacidad de apreciar el verdadero valor de los bienes que se nos presentan como opciones en la vida.
Huelga decir que la escala de valores dentro del individuo no es estática, es puramente dinámica, va cambiando de un momento a otro, pero es de esperar que en una persona equilibrada, tienda a tener una escala de valores cada vez más estacionaria.
Y sin embargo, los grandes cambios en la existencia humana se dan lugar, y estos originan o son originados por cambios radicales en la escala de valor.
Uno va caminando por la vida, con un objetivo, una dirección, sabes lo que quieres y hacia allá se dirigen tus esfuerzos. Pero de rondón algo ocurre, y toda tu existencia carece de sentido, lo que era importante para ti, ya no tiene la relevancia acostumbrada, y te descubres a ti mismo empantanado en una inercia de elecciones, que si bien no son perjudiciales en sí, sí carecen de la pasión y el arrebato necesarios para la satisfacción en la realización de la actividad. Y el miedo se activa y la duda crece exponencialmente.
Y aquí es donde los valientes se separan de los cobardes, los sensatos de los suicidas, los timoratos de los vencidos. Donde finalmente se hace uso consciente de la libertad.
Y siempre podremos justificar nuestras decisiones, para eso está la economía, las finanzas, las ciencias, pero jamás podremos llenar el vacío de la pregunta ¿y qué tal si ...?