24 February, 3:03pm
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Víctor JáquezPara mi Dallas resultó un pueblo muy rascuache, por que sólo hay un aeropuerto (muy grande), un hotel, el campus sur de Texas Instrument, restoranes cercanos al campus y avenidas inmensas con distribuidores viales portentosos, ¡pero nada más!. ¿Hay algo más? Yo no lo sé. Y mis planes de hacerme de una laptop o de una N810 se fueron al traste.
Tengo un tiempo cultivando una costumbre: pasar al Starbucks de Garza Sada cuando voy al cine y comprarme un Caramel machiatto caliente con tres shots y leche entera. Sí, es un café carísimo, pero me fascina ese brebaje. El chiste del cine y café me sale en 100 pesos. Pero me gusta. Es algo que hago para salvarme de la locura.
El lugar, por estar cercano al Tec de Monterrey, está atestado de fresitas rocanrrol, pubertos engreídos y niñas bien (vacías), todo enmarcado con ropas de marca o hasta de diseñador. A contrario de lo que hubiera hecho en la secundaria, cuando nos ocultábamos en el piso de los camiones de transporte público cuando pasábamos frente a la escuela para evitar ser vistos por nuestras compañeras, ahora me bajo del camión frente al establecimiento, con mi mezclilla sucia, mis playeras gastadas y mi pelo enmarañado. Sí, para mi es un acto de rebeldía, una provocación al establishment hipócrita. Entro y pido mi preparado.
Para lo que no conocen la metodología del Starbucks, primero ordenas y en el vaso en el que te entregarán el mejunje, escriben los detalles de la bebida y te preguntan tu nombre, para escribirlo también sobre el vaso y pasárselo a quien esté en los controles de la gigantesca máquina de café. A pesar de que preguntan amablemente por tu nombre, para mi siempre me a parecido un acto mecánico, sin ningún otro objetivo que agilizar la entrega de bebidas. Pues bien, la semana pasada fui a mi ritual contra la locura y pido mi machiato. La chica que estaba frente a la máquina registradora jamás la había visto en mi vida, o al menos no me había percatado de su existencia, hasta que cuando en lugar de preguntar por mi nombre para anotarlo en el vaso, me dijo "Te llamas Víctor ¿verdad?". "¿Cómo lo sabes?" pregunté sorprendido, a lo que contestó "Porque vienes seguido". Sonreí y pagué. ¿Ir los sábado por la noche es ir seguido? Las chicas del cine, que he frecuentado más, ni me saludan.
Ayer, que volví a ir, me atendió un tipo y el proceso fue como siempre, hasta que al recibir el café, la chica que opera la cafetera, que no es la misma que me cobró aquella vez, pero sí es la misma que me ha entregado el café en las últimas ocasiones, estuvo a punto de vocearme. Es el proceso habitual: una vez que el brebaje está preparado, gritan el nombre escrito en el vaso. Esta vez la chica, estando a punto de gritar mi nombre, se contuvo, me buscó con la mirada y me lo entregó sonriendo.
Supongo que la rebeldía ofrece notoriedad.
La semana pasada vi No country for old man y ayer La Môme, ambas portento de películas, casi al grado de obligatorias.