25 April, 5:50am

Ya pasó un año. Un año en Igalia, un año en España. Y como todo en la vida, aún lo esperado resulta repentino.

Primero llegó una carta que rezaba más o menos así "Hechas las gestiones oportunas, se ha comprobado que usted podría cumplir los requisitos... para renovar esa autorización..." (de residencia temporal y trabajo por cuenta ajena).

Entonces llevé mi documentación a la oficina de extranjeros, y después de 2 horas de espera, me entregaron una carta donde prorrogaban la validez de mi autorización hasta la resolución del procedimiento.

Exactamente un mes después llegó la resolución favorable de la solicitud de renovación de la autorización de residencia temporal, con una validez de dos años. Así que ayer pasé la mañana en la comisaría para la renovación de mi identificación de extranjero. Me la entregarán en alrededor de cuarenta días.

Durante todo este año he trabajado en la oficina de la Grela y ayer por la tarde, después del consabido churrasco de los viernes, nos mudamos a la nueva oficina. La nueva oficina es fenomenal: extremadamente grande, decorada con colores que contagian energía, un área de esparcimiento con cocina, ducha, una televisión inmensa para jugar a la Wii y tres salas de juntas que se pueden integrar en una sola, gracias a unos biombos divisores. Todo el mobiliario será nuevo y de diseño vistoso. Son tiempos de estrenos.

¿Qué puedo expresar al mirar en retrospectiva lo que ha pasado en este año? Temo que me siento bloqueado, no sé qué siento ni qué decir. Lo primero que me salta a la lengua es que trabajar en Igalia es todo un privilegio. Siento que he crecido como programador y me he involucrado más en el desarrollo de software libre, sobre todo en la comunidad de Gnome, en la que siempre había deseado colaborar. He viajado, he conocido gente, he colaborado con gente muy brillante y con bastantes tablas en este mundillo del software. Igalia es una empresa muy interesante y prometedora. Me pregunto que sentirán los socios originales al ver en lo que se ha convertido Igalia en estos ocho años de existencia.

Sin embargo yo nunca había imaginado que emigraría de México. Fantaseaba con vivir una temporada larga en el extranjero. Tal vez esto sea la fantasía, pero tal vez no y se convierta en el resto de mi vida, y esta visión de largo plazo me genera una ansiedad que no puedo explicar cabalmente.

Mi madre acuñó el término de ''estomagocéntricos'' para aquellas personas que la comida está en la punta de sus intereses, donde sus pensamientos estén frecuentemente orbitando sobre temas culinarios o meramente alimentarios. Ese no ha sido mi caso. No se me mal interprete, me gusta comer, pero no me gusta pensar constantemente qué voy a comer o preparar. Otras cuestiones me resultan más interesantes.

Y traigo esto a colación por que mucha gente que ha emigrado o vivido mucho tiempo en el extranjero, expresan que lo primero y más fuertemente extrañan, es la comida. Durante todo este año no fue así. No había extrañado la comida mexicana hasta el día que Eva me entregó la resolución de la renovación. Tuve un antojo terrible de unas quesadillas con chicharrón prensado en salsa verde con frijoles de la olla para almorzar, y tal vez un Joya de manzana en una agitada esquina de ciudad. Y con este antojo leí la resolución favorable. Luego fui con Eva y Edu a un bareto por una tapa de tortilla y café con leche, muy buena la tortilla he decir. Sentí una extraña sensación de resignación, inquietante y pacificadora a la vez.

Excitado. Expectante. Aterrado. Feliz. (No necesariamente en ese orden).