2 March, 9:28pm

En los últimos días he estado muy sensible, apenas me dicen "hola" y respingo. De nuevo ese sentimiento de que la entropía a mi alrededor me consume sin poder hacer nada para remediarlo. Ese sentimiento de impotencia cuando te descubres incapaz de controlar la vorágine de tu vida y sólo eres un pececillo arrastrado por la corriente.

Supongo que parte es temor por el insospechado devenir. Y ese temor amplifica cada malestar: si la casa está sucia, si los demás te muestran una satisfacción en sus vidas que no puedes comprender. Es lo malo de crecer: la situaciones cotidianas se vuelven predecibles y controlables, pero cuando algo insospechado se presenta, el caos se vuelve agobiante. Debo dejarlo ir, volverme un espectador de mi vida por un momento.

Finalmente, hoy por la tarde determiné hacer algo, lo que todo individuo debe de hacer para volver a sus cabales: caminar. Recordé que tengo a unos pasos el canal de Santa Lucía y caminé hasta Fundidora. El sosiego fue llegando como las gotas de agua del río. A pesar del gentío, de los niños pululando, de las parejas tocándose; el caminar rápido, el dejar atrás todo, el aire caliente jugando con mi cuerpo, los artistas callejeros, fueron catalizando la angustia.

Ayer, cuando parecía que sería un fin de semana relajado en la casa de campo de un tío, resultó que lamentablemente a mi tío se le desprendió la retina de un ojo. En la semana había entregado mi carta de renuncia y la presión de dejar algo estable ha consumido mis nervios.

Así que caminé. Al llegar a Fundidora noté que estaba abierta la exposición de Botero sobre Abu Ghraib. Caminé observando la representación estética del artista del dolor, la humillación y la devastación de cualquier derecho mínimamente humano, en manos del país supuestamente modelo de su defensa.