3 October, 5:32pm
Tiempo de lectura estimada: 3 minutos
Víctor JáquezRascando a la memoria creo que esta es la primera vez que viviré completamente solo por más de un mes. A. se ha marchado a Helsinki en principio por tres meses, aunque podría extenderse por algunos más.
La idea de vivir solo es una comezón que a todos nos pica, y muchos nos resistimos a ella, ya sea por razones económicas y/o emocionales. Yo estoy satisfaciendo esa curiosidad más por circunstancias fuera de mi control que por un firme propósito personal. Y le doy la bienvenida.
Pero permítanme abundar en la cuestión emocional. Creo que puedo enumerar varias cuestiones emocionales y psicológicas que me hacen sospechar de la salubridad emocional en la experiencia de vivir en solitario. Pero una en particular ha sido motivo de mis reflexiones en las últimas semanas: el miedo a la intimidad.
No hablo de la intimidad sexual, cualquiera se puede meter a la cama con alguien más tiendo puesta una armadura emocional (situación que, temo, es la más común); hablo de la intimidad emocional: el mostrarse vulnerable, con el alma desnuda, reconociendo nuestros miedos y prejuicios ante otro ser humano, independientemente si es la pareja, un amigo, familiar o cualquier otra persona suficientemente cercana.
Al parecer nuestra educación tiene el efecto secundario de forjar un muro emocional que distancia a los demás del yo, de la intimidad; de ese mundo temeroso, frágil, lleno de dudas, contradicciones y auto-reclamos. Esencialmente, nuestros modelos de virtud, de éxito y felicidad son seres fatuos con un "yo" que ya no se distingue entre las capas de poses y fachadas. Crecer, educarse, consiste en cumplir con el primer deber de acuerdo con Oscar Wilde: "The first duty in life is to be as artificial as possible. What the second duty is no one has as yet discovered."
Creamos esta personalidad-fortaleza a medida que nos sentimos traicionados, vulnerados, rechazados. Sí, la mayoría se enamorará y mantendrá relaciones de pareja, como lo dicta el sacrosanto libro de las obligaciones sociales, pero tengo la sospecha de que la gran mayoría vivirá encerrado en sus torres de marfil, apenas tendiendo los puentes necesarios para ser meramente funcionales en su convivencia.
Evidencia de esto, sospecho, es observable en la redes sociales: montamos una personalidad en la red y la echamos a andar, alimentándola con el número de followers, la cantidad de replies y de "I like this"; pero la intimidad, la cercanía, los puentes por donde nuestro frágil corazón cruzará para encontrarse con el alma de otra persona, jamás existen.
Pero si los golpes de la vida nos invitan a crear una armadura, la constante insatisfacción de la vida nos debería invitar a su desmantelamiento. Primero enfrentando nuestra desnudez ante nosotros mismos y reconocernos tan humanos como cualquiera, y luego instar a que los cercanos se acerquen y acercarnos a ellos a su vez. Reconocer sus fallos reconociendo los nuestros. Bailar como los astros y las partículas subatómicas en órbitas dinámicas de proximidad.
Y esta es la tesis que redondea este vericueto: la convivencia crea intimidad y hay que enfrentarla, a pesar de nuestros miedos y sus artificiosas fortalezas. Vivir en solitario, en mi prematuro juicio, únicamente promueve este sentimiento de hombre isla, del superhombre de Nietzsche, del John Wayne americano, que será muy bueno para el progreso y el produccionismo, pero muy triste para realización del individuo.
No obstante, estoy muy entusiasmado con esta nueva experiencia. A ver qué conclusiones puedo sacar en limpio.