mi blag

Entre dos tierras

Tiempo de lectura estimada: 3 minutos

Víctor Jáquez

El año pasado viví entre dos realidades: la de México y la de España.

Sin estar en México, mi mundo emocional habitaba en él; estando en España, mi corazón se obsesionaba por lo que había dejado. Es por esta razón que estas vacaciones eran decisorias, tenía que definirme de una vez por todas en donde iba a estar. Y las fantasías llegan a pesar más que la realidad. Llegué lleno de ilusiones, gritando, como cualquier mediocre selección de fútbol "¡sí se puede!". Y sin embargo, como expresó García Lorca: "Pero yo ya no soy yo / Ni mi casa es ya mi casa".

Sí, mi casa ya no era mi casa. Todo había cambiado y nadie me había avisado. Mi realidad, aunque me obsesionaba por cada noticia, ya no estaba en México. Estaba en España a pesar que me esforzaba por no darle esa prioridad.

Lo que comenzó como un viaje de reencuentro, terminó en un viaje de despedida: la gira del adiós.

Ya ansío estar en A Coruña. Estar en el puerto que me espera, y soltar las amarras del puerto que me despide.

¿Cuándo dejarás de importarme?

Romancero Gitano

Federico García Lorca

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombre en la cintura
ella suena en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las coaas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza su pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

--Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
--Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
--Compadre, quiero morir,
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
--Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
--Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
--¡Compadre! ¿Dónde esta, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, pelo negro,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbaro de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.