7 June, 5:10pm

El fin de semana pasado fui a Toulouse a visitar a mi hermano, quien lleva ya un par de años viviendo allá y está pronto a regresar a la tierra natal. Así que, para no desaprovechar la oportunidad, repetí la misma hazaña que mi hermano hizo cuando vino a visitarme la semana pasada: volar a Barcelona, luego tomar un tren a La Tour de Carol, luego coger el autobús a Palmiers y de nuevo tren hasta el destino final.

Toulouse

Salí de casa a las siete de la mañana y llegué a la casa de mi hermano hasta cerca de las doce de la noche: 17 horas de viaje. Me arrepentí de haber tomado el tren del aeropuerto de Barcelona a la Plaça de Sants: ahí no hay nada que hacer. Así que al regreso mejor bajé en Plaça de Catalunya, aprovechando para dar una vuelta por la acampada del 15m.

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Los paisajes del Pirineo son una gozada: el verano ha reverdecido los bosques y el cielo es tan límpido que dan ganas de quedarse ahí para siempre. Me agradó volver a ver la estación de Ribes de Fresser, lugar donde pasé año nuevo. Debo decir también que encontré más verde, más frondoso, más húmedo, el lado del Pirineo francés. El lado catalán lo encontré tal vez un poco más árido y rocoso.

Llegué muy entrada la noche a la Gare de Saint Agnes, estación cercana al piso de mi hermano. Ahí nos encontramos.

Al día siguiente caminamos el centro de "la ville rose", llamada así por que la inmensa mayoría de sus edificios están construidos con ladrillo rojo. Me recordó mucho al barrio de Chelsea, en Londres. Cruzamos el Capitole y llegamos hasta la rivera del río Garonne, que anduvimos desde el Pont des Catalans hasta el Pont Neuf.

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Y así pasamos los días siguientes, caminando sin destino por callejuelas rosas.

Para ponerle un poco de emoción y con el pretexto de quemar dinero como si sobrara, decidimos alimentarnos fino: primero comimos en L'entrecôte, un restaurante muy famoso por su único platillo: entrecote con patatas fritas. Pero el elemento diferenciador, el detalle que hace que dicho lugar sea tan codiciado por los viandantes, es la salsa. Esa salsa es una cosa brutal, no tiene madre. Mi hermano me había dicho que siempre ha visto largas colas esperando fuera del restauran y hasta ahora se explica el porqué de esa fascinación.

Al día siguiente fuimos a un lugar especializado en le cassoulet, un platillo típico occitano considerado de alta cocina por su complejidad de preparación. Y la verdad es que está muy rico. Aunque desde la perspectiva de mi paladar mexicano, me recordó mucho al pozole, un tipo de pozole muy cocinado, como dejando que todo el caldo reduzca. Claro, el pollo de pozole lo sustituimos por pato.

Terminamos el último día en un lugar de pollos al carbón de poca monta. Aunque en su defensa, la guarnición de vegetales de la temporada estaba magnífica. Esa noche la cerramos con una tarta de queso enorme y un batido.

El resto del tiempo fue beber cerveza, café, caminar y quemar las tardes en la biblioteca leyendo la prensa internacional. Es un placer sentarse a hojear los periódicos más relevantes en francés, inglés, portugués, español, italiano, etc.

El sábado jugó la final francesa el equipo de rugby local. La gente se congregó en el Capitole para verlo en las pantallas gigantes que ahí colocó la municipalidad. Aunque nos acercamos, no nos quedamos todo el partido, pero creo que ganó el Stade Toulousain y es el actual campeón de la liga francesa.

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Otra cosa que me llamó la atención fue el interés de la región por recuperar su lengua: el Occitano, un idioma que me resultó muy parecido con el catalán. En el metro anunciaban las estaciones en francés y en occitano. Hasta encontramos una tienda que vendía playeras con las banderas de Euskadi, Catalunya y Toulouse, expresando imitar el nacionalismo en las comunidades autónomas españolas en las centralista Francia.

Regresé el lunes. Otras 17 horas quemando kilómetros.