8 December, 5:46pm

En este puente de la Constitución nos fuimos a Bilbao (Bilbo para los toponomistas). Todo surgió cuando le comenté a S., mientras bebíamos todos unas pintas en Cañahueca, que me llamaba la atención conocer Bilbao, y ella sorprendentemente me contestó "Yo voy a ir durante el puente de diciembre con E. Podrías venir con nosotros". Y se cumplió el plazo junto con la propuesta. Pasaron por mi a las ocho de la mañana y tomamos la carretera en su furgoneta. Cruzando rías, dejamos Galicia, recorrimos Asturias ‒observando a un lado el mar Cantábrico y por el otro los Picos de Europa‒, seguimos por Cantabria y entramos por la provincia de Vizcaya al País Vasco.

Al llegar a Bilbao me bajé de la furgo cerca del Casco Viejo siendo abandonado a mi suerte. Me registré en el primer hotel que encontré, dejé a buen recaudo mi maleta y me puse a patear la ciudad. El hotel era fino para mis estándares, caro, pero mi pereza esta vez ganó y con la salvaguarda del tarjetazo me registré. Primero caminé por el Casco Viejo, las famosas siete calles medievales, la Catedral de Santiago, para luego perfilarme a la ría del Nervión, la cual caminé hasta llegar al puente Zubizuri. Al día siguiente contábamos entre risas y pintxos que Calatrava siempre hacía los mismos puentes: ya fuera el del Alamillo en Sevilla y o el de "la peineta" en Valencia ¡todos al final se parecen! Entonces, en la caminata inicial llegué al Guggenheim. Decidí entonces regresar al Casco Viejo por la Gran Vía de Don Diego López de Halo. Pijerío en grande por esta avenida, he decir.

Al día siguiente me levanté con el plan de recorrer, de cabo a rabo, el Guggenheim. Y casi lo logro, si no fuera porque al final, cuando ya tenía que marchar, descubrí las salas audiovisuales de la primer planta. Llegué a las once de la mañana y salí corriendo a las cuatro y media de la tarde, porque tenía que estar a las cinco en la estación de Santutxu. Me gustó lo que vi en el museo, en especial The Matter of Time de Richard Serraren, y mi querida vaca amarilla de Franz Marc. Salí corriendo del museo para tomar el metro a Santutxu y encontrarme con S., E. y su amigo, A. y su novia. Sin embargo, llegué antes, ya que era "aproximadamente" a las cinco lo acordado, y eso significa alrededor de las seis. Como no había comido, me busqué un kebab. Finalmente nos encontramos en un bar donde comenzamos la jornada de cañas, porros y pintxos.

Me siento obligado a decir que los pintxos son unas pequeñas maravillas culinarias. Los pinchos en Bilbao son las clásicas tapas pero llevadas casi al extremo de la alta cocina. Por ejemplo, un pintxo de chipirón relleno de morcilla ¡delicioso! o zetas asadas con jamón. No te llenas, son muy caros, pero son terriblemente sabrosos y adictivos. Mis respetos a los vascos por su vocación de alta cocina llevada al vulgo encarnada en los pintxos.

Cerramos la noche temprano: tenían que pillar el metro y este da su última vuelta a las doce de la noche; no obstante las dosis de alcohol y de guiño-guiño fueron suficientes para terminar de manera redonda. El siguiente día, lunes, me salí de la cama con lentitud para ir, paso a paso, al museo de historia vasca, donde la mejor exposición fue sobre la pelota vasca y todas sus variantes. Y mientras caminaba de nuevo por las siete calles, la ría y la Gran Vía, descubrí la influencia vasca en mi pueblo (casi) natal: Celaya. Ciudad fundada por vascos y con una gran de migrantes vascos. Por ejemplo, muchos de mis compañeros de la secundaria y preparatoria tiene apellidos claramente vascos,  así como también mucha de la antigua industria celayense tenían nombre en euskera (Talleres Akerra o Servillantas Euskadi, por mencionar un par). Y sin ir más lejos, en el mismo Casco Viejo encontré una tienda de ropa infantil llamada Celaya. Por otro lado, la ascendencia de mi madre es, dicen, vasca y me he quedado con la impresión, más sin mucha evidencia, que las palabras "raras" que usa mi madre, son de raíz euskera, más que castellana.

Por la tarde subí a la Basílica de Begoña viendo, también, desde lo alto la ciudad. En el parque Etxebarria descansé un poco. Una nota curiosa es que A. me explicó que muchos apellidos de "renombre" en México, son en realidad apellidos de la gente de aldea sin ninguna aristocracia. Por ejemplo, Echevarria (Etxebarria) significa "la casa nueva", Goicoechea (Goikoetxea) significa "la casa de arriba", es decir gente se les conocía sólo por la casa que habitaban. Al anochecer, bajé para comerme unas castañas asadas, beber un par de cañas y no mucho más.

Finalmente hoy por la mañana dejé temprano la habitación para irme en metro a Santurtxi, donde me encontraría con E. y S. y partir de vuelta. Conocí a los primos de S., gente muy agradable y muy generosa (que por cierto preparó un bocata que me supo a gloria mientras caminaba por el paseo marítimo de Santander).

Y como ya dije, hicimos una parada turística en Santander. ¡Qué hermoso lugar! En pleno diciembre y con una temperatura de 20 grados, cielo despejado, mansiones, enormes playas, castillos, veleros. Aquello resultaba paradisiaco y no le envidia nada a las costas mediterráneas que tanta fama tienen. Lastimosamente, apenas entramos a Asturias, el frío y la lluvia se convirtieron en la constante. He de terminar este espacio diciendo, de todo corazón, que la costa norte de España es muy bella.