9 June, 7:10pm
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Víctor JáquezDespués de asimilar la buena vibra del pasado summit, me convencí de trabajar en mi asignación de la mejor manera, poniendo buena cara y hacer lo encomendado sin muchas arcadas. Decidí que la mejor estrategia era "la sopa fea". Cuando uno es niño, siempre hay un platillo familiar que no te gusta, y haces gestos, arcadas, pataletas y berrinches con tal de ni siquiera probarla. En mi caso era la sopa verde.
Independientemente de la verdura en cuestión, si yo veía una sopa verde, aquello era declarar una guerra.
De igual manera, en mi casa, con el afán ahorrativo y de la producción en serie, mi papá, quien se encargó de la cocina casi siempre, preparaba grandes cantidades para semanas completas. En otras palabras, si hacía sopa verde, implicaba que lo único que habría toda esa semana sería, exclusivamente, sopa verde.
Después de muchos dramas de sobremesa, llegué a una estrategia que parecía tener mejores resultados que la mera defensa de lo indefendible: comer la sopa sin rechistar. Sin entusiasmo me sentaba y comía aquel potaje, sin saborear, sin disfrutar, un acto meramente mecánico con una única esperanza en la cabeza: que a la semana habría otra cosa, o mejor, si comía más sopa, el sufrimiento duraría menos tiempo.
Sí, junto con la sopa me tragaba el orgullo, mi individualidad, mis preferencias, era una máquina que cumplía una función, pero que una vez terminada esa labor, volvería a ser persona, volvería a elegir mi destino.
Sin embargo, siempre hay un problema con esta estrategia: te termina agrandando. Lo mejor del ser humano es su capacidad de adaptación al medio, y como tal, después de repetir una tarea con plena aceptación consiente, aquella tarea, por más detestable que nos parezca, terminará agradándonos. Es decir, nos topamos con una ley humana que subsume a la idea de la estrategia de "la sopa fea": Todo aquello que primero se hace con asco, termina haciéndose con placer.
Una vez que la disciplina, la resignación o la humillación se interiorice y dejé de ser una opresión consiente, la actividad comienza a resultar agradable, confortable y nos da placer de vuelta. Eso mismo ocurrió con la sopa verde, y lo mismo ahora pienso percibir después de 8 horas invertidas en el proyecto asignado: me está gustando.
Tal vez en este caso, muchas veces el problema es el ego: cuando el ego nos complica la existencia y muy inútilmente por cierto.