Comentarios al respecto de la Reforma Laboral

Me dicen que Nietzsche afirmó que todo aquel que no dispone de dos terceras partes de su tiempo en total libertad para su uso personal, es un esclavo [1].

Y con esto quiero abrir este comentario sobre la Reforma Laboral.

En la primera parte de este documento, se hace un listado de 51 puntos que resumen los cambios propuestos al Congreso, junto con las justificación de estos (páginas de la 3 a la 14). Como siempre, el lenguaje es técnico, dulcificado y acrítico, recurriendo al más fino arte de la manipulación mediática.

La propuesta preferente de Presidencia mezcla, con mucha maña y saña, cosas tan imperantes como la higiene en el área de trabajo, tan modernas como el teletrabajo y tan de "avanzada" como mayores derechos a la mujer trabajadora, junto con las propuestas lesivas para toda la sociedad que requiere de un empleo para sobrevivir (la inmensa mayoría).

No es mi intención hacer un repaso de cada uno de los puntos resumidos, eso se los dejo al lector (o si prefiere, hay una versión más asequible para los legos). Mi propósito es dejar patente el porqué de mi rechazo a algunos de los puntos (los más sustanciales a mi juicio) de esta reforma.

Quisiera comenzar pidiendo que ojeen este artículo publicado por El Economista: Jóvenes: sí a la reforma laboral, cuyo autor es el mismo que produjo esta infografía. El discurso es al que ya estamos acostumbrados: ninis, productividad, competitividad, mercado laboral flexible, etc. Este lenguaje es el que se viene imponiendo desde la década de los 70s, cuando el monetarismo de Milton Friedman tomó el control de las estrategias económicas de occidente [2].

Pero desde mucho antes habíamos convertido a la economía en el dios rector de la humanidad. La ciencia de la escasez domina todas esferas de la actividad humana. Y aún cuando la tecnología convierte dicha escasez en abundancia, el dios castigador la vuelve a imponer de manera artificial. No admite juicio crítico, ni contraste; no se da espacio a las voces opositoras. Su gran portavoz es una inmensa maquinaria de propaganda pura y dura. Sin dinero hay que hacer sacrificios, nos repiten hasta el cansancio. Convertimos la vida en un juego de suma cero, donde para que unos ganen, muchos deberán perder.

Productividad, competitividad, crecimiento, flexibilidad, son las palabras mágicas con las cuales, los agoreros del monetarismo económico, proponen resolver todos los problemas de la humanidad, a la manera de "la solución final" nazi. Un discurso repetido hasta el cansancio, convertido en el mantra de cualquier recién egresado, de cualquier persona mínimamente enterada. No es de extrañar que todos ellos terminan estancados, inmóviles, en un pozo de cinismo y nihilismo social.

La economía, nuestro dios iracundo, nos ha ordenado crecer al 3% anual, y sólo así la sociedad podrá mantenerse relativamente tranquila y en paz. Aunque este crecimiento es a todas luces irracional: implica la destrucción de los recursos naturales, la degradación de la capacidad productiva, devaluación de los activos, guerras... [3].

La última arma desenfundada por los sacerdotes del nuevo dios, ha apuntado a los salarios: mantener salarios tan bajos como sea posible, para que la generación y absorción de la plusvalía sea inmediata. Los sueldos de los trabajadores se han mantenido congelados, en términos reales, desde los años 60s en gran parte del mundo. Sin embargo, con estos salarios no se puede acceder a una vida digna y las sociedades se convulsionaban con facilidad, entonces los sacerdotes extendieron el concepto de crédito. Antes, los asalariados podían ahorrar por unos años y comprar un bien inmobiliario al contado. Ahora deben endeudarse por 20 o hasta 40 años. La gente debe vivir con deuda para seguir moviendo los engranajes de nuestro dios.

He aquí un resumen (en castellano) de la explicación que ofrece Harvey sobre este problema del crédito y la congelación de los salarios:

Pero ahora ya no es suficiente sólo congelar los salarios. Países como China o la India, países con excesiva población y poco interés por la ecología, pusieron a disposición del mundo su mano de obra poco capacitada, a precios ridículamente baratos. Para mantener la competitividad, productividad y flexibilidad de los demás países (esas odiosas palabras), había que someter aún más a la sociedad trabajadora y a los recursos naturales.

Los países europeos comenzaron por postergar la edad de jubilación, ajustando poco a poco sus legislaciones para se parezcan más a los de los países en desarrollo. En México, el presiente Felipe Calderón, se despide allanándole el terreno al entrante, Enrique Peña, con una reforma laboral, que extrañamente, a pesar de lo maravillosa que es (según ellos), la impulsaron hasta después de la elecciones y sometida a una novel legislatura.

El pago por hora, la contratación a prueba, el outsourcing, siembra las bases legales para esta nueva carga sobre la sociedad asalariada, que también es la única que paga impuestos, ya que los grandes empresarios del país evaden al fisco.

La mentada OCDE (organización para la cooperación y el desarrollo económico), tan citada en esta propuesta de reforma laboral, hizo un estudio que reveló que México es el país que ¡más horas trabaja en el mundo!. Pero el discurso oficial sigue con su tarabilla de trabajo, productividad, competitividad, crecimiento y flexibilidad.

Desde mi perspectiva México es otro desde la masacre del 68. La sociedad fue castrada, se tornó timorata, comprando el discurso gubernamental sin queja alguna. Lo hizo suyo, presa del miedo y la desconfianza. Ese es nuestro México de hoy: gente capaz de matarse trabajando para evitar pensar, y así escapar de la represión.

Han tenido que pasar 40 años para que la juventud vuelva a plantarle cara al gobierno. 40 años de episodios post-traumáticos. 40 años para que la población reconozca su derecho a la rebelión. Pero aún no lo quiere hacer suyo por completo. Todavía duda, recula y pide una vuelta a la Pax Romana a cambio de su libertad.

Y vuelvo a la reflexión de Nietzsche: una sociedad libre necesita del hedonismo, de tiempo de ocio, de libertad de hacer uso de parte de su día productivo en lo que se le venga en gana. De lo contrario, como ocurre ahora, sólo somos esclavos del trabajo, y nuestras cadenas están hechas de un discurso cada vez más vulgar y sin significado.

Y no sólo es indispensable que la sociedad tenga tiempo libre, sino que tenga seguridad en el empleo; que tenga servicio salud universales y de calidad; que tenga acceso a la educación, a la cultura, al libre pensamiento. Pero antes que nada, necesitamos una sociedad que tire a la basura el discurso de la escasez, y que derrumbe los muros que nos hemos construido entre nosotros. La inmensa mayoría de los mexicanos dependemos de un trabajo para vivir, no obstante insistimos en clasificarnos, en remarcar desigualdades entre nosotros (nacos, empresarios, fresas, ninis, revoltosos). Es momento de tender puentes de comunicación entre todos los segmentos de la sociedad y descubrir que, aunque diferentes, todos somos iguales y necesitamos de todos.

Y cierro recordando las palabras del investigador Eduardo Galeano: “La función de la utopía no es alcanzarla, la función de la utopía es estar ahí para que todos los días nos levantemos a buscarla”

  1. Política del rebelde, Tratado de resistencia e insumisión. Michel Onfray. 2011.
  2. La doctrina del shock, el auge del capitalismo del desastre. Naomi Klein. 2007.
  3. The enigma of capital and the crises of capitalism. David Harvey. 2011.