Empatía feminista
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Víctor JáquezLa empatía es la capacidad de reconocer y entender los sentimientos de otra persona, lo que lleva a una mayor comprensión de sus acciones y decisiones. La empatía no es cosa sencilla, se requiere de un esfuerzo mental para reconocer objetivamente las condiciones que ha vivido la otra persona y los pensamientos y emociones que se han generado en ella hasta ser lo que ahora es. Y dicho sea de paso, debemos aceptar que jamás tendremos una empatía total, completa, debido a nuestra propia individualidad, aunque esta limitante no nos exime de nuestra obligación de intentarlo con vehemencia.
En últimas fechas (casi más de un año) he intentado hacer un esfuerzo por tener cierta empatía con las mujeres que trato. Sería muy aventurado dar conclusiones aquí, pero creo que sería interesante compartír mis escasas observaciones.
A manera de advertencia debo declarar que hablaré aquí en términos de generalidades, ya que aglutino mis observaciones, pero en ningún caso es una inducción válida que deba tomarse como regla universal. El problema de hablar de estos temas es que fácilmente se puede interpretar como sexismo. Quedé pues constancia que mi intención es totalmente lo opuesto. Si el resultado corresponde, mi objetivo fue alcanzado, de lo contrario, por favor, tengan mis disculpas adelantadas.
Pues bien, el primer talón de Aquiles con el que nos topamos todos, sin excepción de género, es la falta de una autoestima. En México, la educación familiar y la instrucción escolar están basados en pisotear sistemáticamente la autoestima del individuo, más marcadamente en la instrucción pública, aunque la privada no este exenta de ella, pero las excepciones están prácticamente ahí. Tampoco es exclusivo de ciertas clases económico-sociales, aunque es más frecuentemente observable en familias cuyos miembros tienen poca educación y/o bajos recursos económicos. Ahora, si a esta vapulación le sumamos el machismo impuesto en la nación, la situación para las mujeres empeora terríblemente.
Pongamos un ejemplo típico: Una familia de clase media, cuyo padre es el único que estudió y cuya esposa apenas llegó a la preparatoria porque su familia no permitía que las mujeres estudiaran más. En la familia hay un niño y una niña. Además de las vejaciones a la autoestima clásicos aplicados a ambos hijos, tal como las comparaciones, las reprimendas sin explicación, el etiquetado de sus comportamientos, a la niña se le agrega la limitación de actividades, de expectativas, la reiteración de su debilidad, prácticamente se le alecciona a ser una ciudadan de segunda categoría. El padre y la madre prefieren al niño, consienten más a la niña, pero como fácil sustituto a la carencia de efectiva atención. ¿Qué resulta de todo esto? Una niña con la autoestima de un rábano. Situación que empeora aún más con un mal manejo de la menarquía y de prácticamente toda la adolescencia.
Con una población femenina con tales características, resulta relativamente fácil desarrollar una serie de comportamientos para el varón con perspectivas de Don Juan irresponsable, atacar estas deficiencias psicológicas para obtener, sin la precaución debida, los favores de las mujeres, utilizando fórmulas lingüísticas simples y casi mecánicas.
Sin embargo vivimos en tiempos cambiantes, de dinámicas complejas y constantes. Las mujeres están en contacto con un vasto cúmulo de información, de buena o pésima calidad, de buena o mala intención. Esto hace que las mujeres tomen como suyos los deseos de romper sus muros psicológicos que las limitan y las frustran. Toman suyas banderas como la igualdad de derechos, de oportunidades, de toma de la palabra, de exigir respeto y cumplir cabalmente con sus obligaciones. Y todo esto es estupendo, las féminas toman consciencia de su propia condición y hacen patente su presencia y sentir. Sin embargo, la felicitación no puede durar mucho al observar la mala interpretación de estas actitudes y la presión social que se ejerce ante ellas. Expliquemos. La mala interpretación de estas actitudes es cuando una chica cree que debe imitar el comportamiento irresponsable de sus amigos hombres, que no son más que un ato de gañanes autodestructivos, o que deben de demostrar una entereza y una fortaleza casi templada a hielo y fuego, a toda la sociedad, y en especial, a su familia. Creen que para ser mujeres resueltas e independientes tienen cumplir con unos estándares de belleza francamente ridículos, impuestos por gente que en realidad le importa poco la emancipación femenina. Creen que deben cumplir, a niveles neuróticos, con una plétora de roles (mamá, hermana, amiga, amante, maestra, trabajadora, etc.) de manera simultanea. Y, por otro lado, está la presión social para que lo cumplan y demuestren a la sociedad que es posible su emancipación.
En otras palabras no hay un correcto filtrado de lo que es bueno y sano para el crecimiento y desenvolvimiento de las mujeres en la sociedad. Las consecuencias están a la vista: drogadicción, bulimia, anorexia, embarazos no deseados, enfermedades venéreas, desórdenes bipolares, esquizofrenia... hasta el suicidio.
Insisto, esto no es la generalidad, pero sí es estadísticamente representativo. En mi mínima experiencia he notado que el número de mujeres que me comparten sus emociones y sentimientos, que llevan un peso psicológico extra al que podría denominarse como sano, son la triste mayoría. Pero debo declarar que hay las asombrosas excepciones, y no por eso menos fascinantes, tal vez diría que todo lo contrario.
La razón de explicar todo esto es para tomar consciencia de que aunque se diga que hay igualdad entre hombres y mujeres, de manera fáctica no la hay. Creemos vivir en igualdad porque las vemos estudiando igual que nosotros, en los mismos lugares, etc. Sin embargo, el problema tiene raíces más profundas, con la agravante de que crecemos ciegos a esta problemática. Es nuestro deber, como varones, desarrollar nuestra empatía hacia las mujeres y, ya no digamos impulsar, sino meramente permitir su mejor desarrollo ("mucho ayuda el que no estorba"). Los genes de la sociedad mexicana están en contra de esta empatía, así que nuestro esfuerzo debe ser mayor. Debemos acercarnos a ellas desde nuevas perspectivas, con especial énfasis en el aspecto emocional, abiertos y dispuestos. Tienen muchas cosas que decirnos.