Las emociones son parte del ser humano. El ser humano tiene dos
fuentes de voluntad: la razón y la emoción (pasión). La emoción existe
en todos los animales y forma parte de su mecanismo de preservación:
miedo, ansiedad, excitación, agresividad, y la razón es privativa del
humano.
Dada que lo que nos distingue del resto de los seres vivos es nuestra
razón, en esta se ha confiado plenamente y se han desdeñado las
emociones. Preferimos lo que razonamos (o creemos que razonamos) a los
que sentimos directamente.
Sin embargo las emociones, su misma raíz latina lo dice, son energía
en movimiento. Las emociones, al ser fundamento de nuestro mecanismo de
sobreviviencia innato, generan en nuestro organismo una gran cantidad de
energía que debe ser encausada y canalizada. Una emoción bien
canalizada, se vuelve una efectiva alimentación a la voluntad,
alcanzando las metas propuestas de manera más sencilla.
La civilización occidental, quien se ha profesionalizado en el
bloqueo de las emociones, se ha balanceado en los dos extremos: o ignora
completamente a la emociones o se deja guiar completamente por ellas.
Ambos extremos son peligrosos: en la primera se genera una gran cantidad
de energía que no se desplaza correctamente y puede generar conductas
dañinas para el individuo y la sociedad; en el otro, el clásico ejemplo
son los crímenes pasionales, las conductas violentas, y otras
consecuencias funestas respuesta de actuar sólo por emoción.
Entonces,
Hay que conocer nuestras emociones y reconocerlas como parte de
nosotros SIN JUZGARLAS.
Hay que observar nuestras propias emociones de manera objetiva y
enfrentar las causas que generaron dicha emoción.
Pensar (ahora sí uso consciente y libre de la razón) cuál sería la
mejor forma de tratar dicha emoción. Casi siempre se logra con un
cordial "enfrentamiento" con quien produjo la emoción.
Cambiar el patrón de conducta que genera el sentimiento negativo o
reforzarlo si es positivo.
La libertad implica conocernos a nosotros mismo, aceptarnos y tomar
las riendas de nuestro destino.