Sunday 11 March 2012
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Víctor JáquezRelación de hechos de un fin de semana cualquiera.
El fin de semana pasado fuimos a la festa do queixo en Arzúa. Además de los casi tres kilos de queso que compré, sucedió un hecho particular que no quiero abandonar en el olvido. Resulta que, caída la noche, salimos del bar en donde gastamos la tarde entre cubitos de queso, lonchas de chorizo y cañas, esperando a la resolución del problema de la llave del coche, que, siendo electrónica, se había fastidiado y resultaba imposible encender el motor.
Felizmente un taxista trajo, desde Coruña, el duplicado de la llave (solución poco ortodoxa en un ya de por sí complejo mundo, si me preguntan) y con la tranquilidad en el bolsillo nos dispusimos a buscar un lugar donde cenar antes de marchar de vuelta.
Caminamos pocos metros de aquél bar y terminamos en un restauran situado en el sótano de un edificio. Una estrecha escalera, que bajaba desde la calle, llegaba a la puerta del local, donde el patrón era un menudo catalán que presumía de haber hecho el Camino de Santiago muchas veces, adornando las paredes del bajo con los pasaportes sellados para avalarlo. De inmediato H. hizo notar que aquél personaje tenía un parecido inapelable con Bryan Cranston (mejor conocido como "el papá de Malcolm", o "el profesor de química que vuelve narco en Breaking Bad").
Yo, dadas las opíparas jornadas de la víspera, carecía de todo apetito, limitándome a ordenar vino para mantener viva la chispa de la borrachera, pero evitando caer en ella. El resto, ojeaban con avidez el menú sin poderse decantar entre un platillo u otro. Después de mucho ir y venir entre las hojas plastificadas de la carta, uno a uno fueron ordenando. Entre los platillos ofertados había también la escenificación la preparación de la Queimada. Aquello sorprendió gratamente a H., quien, después de mucho tiempo haciendo las Américas y ahora, sufriendo a la pérfida Albión, aclamaba con el entusiasmo de quien padece de morriña, todo rito de a sua terra galega, y entre más enxebre, mejor.
En las mismas páginas plastificadas estaba transcrito el famoso conxuro el que siempre me ha parecido, por lo menos, curioso (por no decir de mal gusto). Y la gente comenzó a discutir quién lo leería. Pronto sugirieron que lo leyera el mexicano y no me hice mucho del rogar.
Cenaron y yo bebía; salieron unos a fumar, y yo trataba de vocalizar mi mejor gallego:
[..] corpos mutilados dos indecentes, peidos dos infernales cus, muxido da mar embravescida. Barriga inutil da muller solteira, [..]
Mientas debatíamos la lectura del conxuro, el menudo catalán colocaba, frente a nuestra mesa, justo en el pasillo que daba a la escalera de salida, sobre una pequeña mesa, el cazo de barro donde vertió el aguardiente, los granos de café, la cáscara de limón y el azúcar, por último, le prendió fuego.
La conversación siguió su curso, en lo que el sosia de Walter White iba por el cucharón para remover el líquido ardiendo, cuando de pronto, se escuchó un crujido, volvimos la mirada hacia el cazo y vimos que se había quebrado, seguramente por la acción del calor. Acto seguido el aguardiente se comenzó a derramar, cubriendo la mesa y luego cayendo al suelo, esparciéndose. Las llamas siguieron fielmente al licor, haciendo, en un parpadear, una llamarada que nos hizo ponernos en pie.
El catalán exclamó que estuviéramos tranquilos trayendo el extintor de la cocina. El fuego se avivó más, usando como combustible el mantel de la mesa y la pintura de la pared. Los vapores resultaban perturbadores, pero el líquido extinguidor fue aún más sofocante. Llegado al punto que aquello no sería friolera, el catalán concedió que saliéramos del lugar. El problema era que las llamas ya obstaculizaban la salida, así que algunos brincaron sobre las mesas para ponerse a salvo y alcanzar las escaleras.
Cuando salimos a la calle, el humo y el vapor del extintor que salía por la puerta fue menguando poco a poco. Mientras tanto, nosotros formamos corrillo que acompasamos con un porro bien servido.
Pronto salió gemelo catalán del padre de Malcolm, aún más pálido pero con la tranquilidad de haber controlado el fuego. Dijo que ya podíamos volver a bajar para terminar nuestra cena. Nos acomodamos en otra área del mesón, lejos de la zona siniestrada, la cual habían cercado con biombos. Ordenamos chupitos de licor café o licor de hierbas. Lo de chupitos fue un decir, por que trajo sendos vasos casi de cubata, con un par de hielos enormes y el licor hasta la mitad del vaso. También, después de empujar un tanto de licor, trajo la cuenta. "Los chupitos van por cuenta de la casa, chavales", dijo el catalán al momento de depositar la cuenta sobre la mesa.
Este fin de semana fue más tranquilo. El viernes fui con el tuga a ver Loin. No disfruté mucho de la película, me llegó a cansar en realidad. Aunque debo de hacer mención especial de Lubna Azabal, quien me pareció muy atractiva y natural. Y hoy domingo, vi el secreto de tu ojos, la cual ya me habían recomendado en varias ocasiones y sí, me gustó mucho.
También hoy fui a la playa a leer. Hacía mucho que no hacía eso. Hubo un sol delicioso.
¿Conoces el glíglico?
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
Julio Cortázar, Rayuela, capítulo 68
¿Cómo lo traducirán a otros idiomas?