Sunday 12 February 2012

Tlalticpac toquichtin ties (del náhuatl, "La tierra será como sean los hombres").

Al volver, en el 2004, de mochilear por Europa, una de las cuestiones que daban vuelta en mi cabeza era ¿qué significa ser mexicano? ¿qué me da identidad? ¿qué me representa?. Estas preguntas no son nuevas en este espacio. Vuelven a mi de cada en cuando y las he intentado responder desde distintas aristas, positivas y negativas.

De alguna manera, el eco de José Vasconcelos aún reverbera en mi, y no de manera gratuita, sino que su doctrina sigue permeando en la educación oficial en México: construir un estereotipo de mexicano [1]. Y no sólo manera fáctica, sino más allá: de manera ética: enumerando la larga lista de valores que definen a un mexicano (generoso, caritativo, festivo, etc.).

Estoy leyendo las últimas cien páginas del libro de Armando Fuentes Aguirre, más conocido como Catón, La otra historia de México. Hidalgo e Iturbide: La gloria y el olvido. Me gusta mucho como Catón expone a los personajes de la independencia del país desde una perspectiva más humana, contradictoria, falible, hasta patológica; en lugar de la acartonada y mortalmente aburrida personificación construida por la historia oficial, donde a los próceres se les describe como intachables modelos de virtud, comenzando por Hidalgo, o vituperables enemigos de la nación, como Iturbide.

Al mismo tiempo me duele mucho leer el difícil parto que ha sido (y en muchos sentidos sigue siendo) el nacimiento de la nación mexicana. Me cuesta pasar por las páginas y tomar consciencia de toda la ignominia que cubrió a tantos mexicanos y que dio lugar a lo que ahora es el país, en contraposición de lo pudo haber sido. La historia está llena fatuos conflictos cuyo único resultado fue perder la oportunidad de ser una nación capaz de proveer bienestar para todos su ciudadanos.

Adelita

Foto: Archivo Casasola / INAH

Un Congreso que jamás, en toda su historia, ha sabido legislar; un Poder Judicial que jamás ha tenido poder ni vergüenza, y, finalmente, un ejecutivo que sólo ha sabido mandar de manera dictatorial y sangrienta (desde Santa Anna, pasando por el PRI, hasta el actual Felipe Calderón). Y en medio de ellos, un insaciable y venenoso clero católico, un sistema educativo prácticamente ausente, y una influencia extranjera, principalmente gringa, incapaz de vernos como iguales.

Vasconcelos habló de la "universalidad" como propósito de lo que es ser mexicano; igualmente propuso a la raza cósmica como modelo a perseguir. Y continuamos llamando al día doce de octubre como "El día de la raza". Por tanto, la historia oficial y el sistema de educación pública, se han empeñado en buscar a ese mexicano ideal, universal, intachable, virtuoso.

Pero no hay tal. No lo ha existido ni existirá. Y no estoy hablando de verdades de hecho vs. verdades de razón, sino de dejar de ser ingenuos y abandonar idealismos sin sentido, que, más allá de la UNAM, muy poco más han logrado a lo largo de los años. Tenemos que ver donde estamos, aceptar esa realidad, por funesta que sea; dejar de auto-engañarnos con piadosas fantasías.

Hay que aceptar que nuestra historia se encuentra muy lejos de ser épica o mítica. No hay epopeya posible dentro de sí. En última instancia, los movimientos de Independencia y el de la Revolución, más bien buscaban un estado de alegalidad: de excepción para mi pero de represión para los demás.

Sí, esa historia es parte de mi, pero no me define, no me limita. Hay que comenzar por aceptar que no existe una unicidad estática en la identidad como mexicano, y que, abandonar dicha búsqueda, sería mucho más sano. México está formado por una sociedad plural, diversa, plástica, en constante movimiento y transformación.

A los mexicanos nos ha costado mucho aceptar "al otro", al diferente, aunque sea nuestro vecino de toda la vida: al indígena, al pobre, al rico, al blanco, al negro, al extranjero, al naco, al fresa, etcétera. Vivimos en una especie de Apartheid inconsciente, desnatado, políticamente correcto. Sin embargo, el "otro" no nos interesa, lo denostamos si es posible. El concepto de consenso siempre ha sido el gran ausente.

Todo lo anterior se aprecia en el cortometraje de Carlos Reygadas, Este es mi reino. Somos una sociedad desmadrada, caótica; donde estamos juntos, pero no revueltos; donde festejamos para ignorar los problemas, en lugar de afrontarlos:

Alejémonos del concepto de identidad nacional único y en pedestal. Alejémonos del fatalismo que sugiere nuestra historia. Insisto, nuestro pasado no nos limita: somos seres capaces de tomar las riendas de su propio destino, independientemente de dónde venimos.

No existe una mexicanidad, no existe una historia, ni una raza (cósmica o terrenal): existen muchas identidades, muchas historias y muchas personas, y todas somos México.

Lo que debemos sí buscar, y denodadamente, es un Estado de Bienestar; debemos buscar el bien común a través del consenso, de la discusión abierta y racional, aceptando a "la otredad", a quién es diferente a nosotros. El bien común es nuestro destino, México es nuestro barco.

  1. José Martín Hurtado Galves, « Una revisión sobre el concepto de identidad del mexicano », Amerika [En ligne], 4 | 2011, mis en ligne le 12 mai 2011, Consulté le 12 février 2012. URL : http://amerika.revues.org/2067 ; DOI : 10.4000/amerika.2067