mi blag

Tuesday 19 June 2012

Tiempo de lectura estimada: 5 minutos

Víctor Jáquez

De nueva cuenta uso mis deberes del taller literario para llenar este espacio.

En esta ocasión el trabajo consistió en tomar un cuento existente, lineal, reducirlo, narrarlo in media res, y hasta cambiar los personajes pero dejar intacta su trama.

Pero como al final cada uno hace lo que le viene en gana, yo tomé un cuento de Oscar Wilde, The Remarkable Rocket (incluido en su libro The Happy Prince and Other Tales), lo traduje, extraje de él una parte, y la narré in media res, pero me vi baldado de cambiar a los personajes, ya que la personalidad del Cohete es quien soporta el peso de la historia.

Aquí está el resultado:

"Pirotecnia, querrás decir," observó una Luz de Bengala; "sé que es Pirotecnia porque lo vi escrito en mi envase de latón."

"Pues yo digo Politecnia," contestó el Cohete con tono circunspecto, y la Luz de Bengala se sintió tan humillada que de inmediato se dispuso a mortificar al Buscapiés, con el fin de demostrar que ella era también una persona de importancia.

"Decía," continuó el Cohete, "Decía---- ¿Qué decía yo?"

"Hablabas de ti mismo," repuso la Candela Romana.

"Naturalmente; sabía que discutía un tema vital cuando fui brutalmente interrumpido. Soy sensible en extremo y no tolero los malos modales. Nadie en todo el mundo es tan sensible como yo."

"¿Cómo es una persona sensible?" preguntó el Petardo a la Candela Romana.

"Una persona que, por tener callos, siempre pisa los dedos de los demás," respondió la Candela Romana con un susurro; y el Petardo casi estalló de la risa.

"Perdón, ¿de qué se ríen?, inquirió el Cohete; "Yo no me estoy riendo."

"Yo me río porque estoy feliz," replicó el Petardo.

"Es un motivo muy egoísta," contestó el Cohete enfadado. "¿Qué derecho tienes para estar feliz? Deberías pensar en los demás. De hecho, deberías pensar en mi. Yo siempre pienso en mi, y espero que todos lo hagan por igual. Eso es lo que se llama simpatía. Es una hermosa virtud, y yo la poseo en alto grado. Supongan, por ejemplo, que algo me ocurra esta noche, ¡qué infortunio sería! El Príncipe y la Princesa jamás podrán ser felices, todo su matrimonio estaría arruinado; en cuanto al Rey, sé que jamás se repondría. En serio, cuando comienzo a reflexionar en la importancia de mi papel, me conmuevo hasta las lágrimas."

Esto discutían los fuegos artificiales mientras esperaban su gran acto. Ellos eran el último número de la boda real, programados justo para la medianoche.

La discusión rompió un momento de perfecto silencio con el grave carraspeo del Cohete. Hablaba con una voz lenta y distintiva, como si dictara sus memorias, y siempre miraba por encima del hombro a las personas a quienes se dirigía. Era de unos modales distinguidísimos.

"Cuán afortunado es el hijo del Rey," inició, "¡que contraerá matrimonio el mismo día que yo sea disparado! En verdad, si hubiera sido preparado de antemano, no hubiera podido salir mejor para él. Los príncipes tienen tanta suerte."

"¡Mi estimado!" dijo el pequeño Buscapiés, "Creo que es todo lo contrario, y que seremos disparados en honor del Príncipe."

"Eso será en tu caso," respondió; "pero en el mío es muy diferente. Yo soy un Cohete muy distinguido, descendiente de fuegos también muy distinguidos. Mi madre fue la más celebrada Rueda de Catalina de sus día. Mi padre fue también un Cohete, que voló tan alto que la gente temió que no volviese a caer. Los periódicos narraron su hazaña en términos muy halagüeños. La Gaceta de la Corte lo llamó un triunfo en el arte Pilotécnico."

Y fue cuando la Luz de Bengala tuvo el desaguisado de corregir a este Cohete, de alta alcurnia, con tan mal tino que ahora amenazaba con llorar.

"Si deseas complacer a los demás," sostuvo la Candela Romana, "entonces deberías mantenerte seco."

"En serio," exclamó la Luz de Bengala, quien estaba ahora de mejor humor; "es cosa de sentido común."

"¡Sentido común!" vociferó el Cohete indignado; "olvidas que soy un fuera de serie, y sumamente distinguido. Cualquiera puede tener sentido común cuando se carece de imaginación. Mas yo poseo imaginación, jamás pienso en las cosas como son en realidad; siempre pienso en ellas de manera distinta. En cuanto a mantenerme seco, es evidente que nadie aquí sabe apreciar mi naturaleza emotiva. Afortunadamente, poco me importa. Lo único que nos sostiene en la vida es reconocer la inmensa inferioridad de los demás, y este es un sentimiento que siempre he cultivado. Ninguno de ustedes tiene corazón: ríen y se regocijan como si el Príncipe no estuviera por casarse. Ninguno puede entender mi afecto por el Príncipe."

"¡Bah! ni siquiera lo conoces," gruñó la Candela Romana.

"Nunca dije que lo conociera," respondió el Cohete. "Me atrevería a decir que si lo conociera no sería su amigo. Es muy peligroso conocer a los amigos."

"Deberías mejor mantenerte seco," advirtió la Linterna Voladora. "Eso es lo importante."

"Muy importante para ti, sin duda," respondió el Cohete, "Pero puedo llorar si me apetece;" y rompió en un llanto que corrió a lo largo de su palo como gotas de lluvia.

Pronto dieron las doce de la noche, y a la última campanada el Rey ordenó, "Que comiencen los fuegos."

Fue una magnífica función, con la excepción del Cohete. Estaba tan húmedo debido a su llanto, que no pudo encender del todo. Lo mejor que tenía era su pólvora, y estaba tan anegada en lágrimas que fue inútil del todo.

"Supongo que me reservarán para una ocasión más solemne," reconoció el Cohete; "Indudablemente eso es lo que esto significa," y se mostró más arrogante que nunca.

Al siguiente día los trabajadores fueron a limpiar. No se percataron del Cohete sino hasta marcharse. Uno de ellos al encontrarlo gritó "¡hala! ¡qué pésimo cohete!" y lo lanzó por encima del muro cayendo en una zanja.