mi blag

Tuesday 21 August 2012

Tiempo de lectura estimada: 6 minutos

Víctor Jáquez

El grupo de escritores con quienes coincido en Coruña ha decidido participar en el recital mundial de Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez. Les prometo que yo no tuve nada que ver (como siempre).

El recital será el próximo Sábado, 1ro de Septiembre. Y ese día yo seré un pasajero en tránsito de Tijuana a Monterrey, por lo que no podré asistir. Sin embargo, espero participar: anoche preparé un texto que, si todo sale bien, será leído por alguien en el lugar donde se efectúe el recital.

El texto no está nada pulido y resulta hasta inconexo, pero de cualquier manera se los comparto:

Yo nunca he estado en Ciudad Juárez, pero mi hermano sí. Vivió allí por seis meses. Me cuenta que le pareció una ciudad normal, tranquila, hasta que una noche de amigos y billar, salieron en busca de un restaurante para la cena. A medio camino se toparon con una furgoneta postrada sobre la mediana de la avenida, también con ambulancias, muchedumbre y policía.

Al día siguiente se enteraron que una balacera entre grupos rivales había dejado tres muertos: gente inocente que estuvieron en el lugar equivocado a la hora equivocada: una madre que llevaba a su hija en la furgoneta que vieron de camino, un vigilante nocturno y un aparcacoches. Daños colaterales que el gobierno se niega a reconocer, ya que para ellos no existen víctimas inocentes. Todos esos muertos "en algo (turbio) debían andar".

Mi hermano me cuenta que cuando volaba hacia Juaritos, observaba interminables desiertos y que pasaba mucho tiempo antes de volver a ver alguna mancha gris, signo de raquíticos matorrales o paupérrima civilización. Enclavada en la parte septentrional del Estado de Chihuahua, cuya extensión ocuparía casi la mitad del territorio español, Ciudad Juárez medra en una de las riberas del río Bravo, que marca la frontera natural con los Estados Unidos. Un oasis en medio de un calor que derrite cualquier virtud.

Mi padre, "juarista" al igual que mi abuelo, me explicó que el nombre le viene de Benito Juárez, ese indio oaxaqueño que derrotó al Segundo Imperio Mexicano. El emperador, descendiente de los Habsburgo, fue impuesto por Napoleón III, quien después de invadir el país, lo abandonó a su suerte, luego que el dinero se le hubo agotado. Durante dicha intervención militar, Juárez mantuvo la presidencia de la república "a salto de mata", peregrinando por el norte del país, desde San Luis Potosí hasta esta perdida aldea fronteriza. Por este motivo el dictador Porfirio Díaz la rebautizó a su actual nombre.

También tengo un amigo que vivió en Ciudad Juárez. Él es chiapaneco y me contaba que, seducido por las oportunidades de trabajo que la industria maquiladora ofrecía, decidió dejar atrás su húmeda selva Lacandona para establecerse en aquel paraje que seca los labios hasta volverlos de tierra.

Y es que el presidente Carlos Salinas, bajo la égida neoliberal, tuvo la visión de volver la frontera mexicana en campo fértil para las empresas estadounidenses, para que pudieran establecer su fábricas de producción y ensamblado con acceso a mano de obra barata, dócil, sometida.

El éxodo comenzó: de muchos lugares de la república migraban a Ciudad Juárez, ya sea en busca de "el sueño americano", aunque fuera de manera ilegal, o como fuerza laboral de aquellas fábricas de maquila, que brotaban como hongos bajo la lluvia del dinero y las prebendas. La ciudad tuvo su metástasis: de ser una aldea con un puñado de miles, trocó a una urbe con más de un millón y medio de habitantes, con todo y sus problemas.

Allí llegó mi amigo Edy, de Chiapas. Con unos billetes en la bolsa y un contrato de supervisor en una línea de montaje.

Pero el monstruo asiático despertó, y China ofreció a Occidente un modelo de esclavitud extremadamente eficiente y competitivo. En las leyes del mercado sólo sobrevive el que más resiste el hambre, y aquél que pide de comer es sustituido sin remordimiento.

Porfirio Díaz, el mismo sátrapa que le dio nombre a la ciudad, una vez declaró "¡Pobre de México! tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos". Desde la guerra de Vietnam, México se convirtió en un proveedor incondicional de estupefacientes para su vecino del norte. La producción y trasiego de marihuana fue un mercado boyante que se extendió al transporte de la cocaína traída desde Colombia. Pero al vecino y al gobierno les interesó participar del negocio, y bajo el augusto principio de "divide y vencerás" fragmentaron a las familias encargadas. Amado Carrillo Fuentes, "El Señor de los Cielos", hizo de Ciudad Juárez su guarida, corrompiendo a policía y gobierno, llegando a conformar el otrora poderoso Cártel de Juárez.

Así los brujos y alquimistas encontraron la fórmula para la descomposición social: el sueño americano por un lado; la pobreza, la ignorancia, el miedo y el abandono social por el otro; y en medio de esas miasmas, la mano tendida del crimen, generosa al pagar por los favores recibidos.

Y desde 1993 comenzamos a contar:

1, ...

Alma Chavarría Farel: violada y posteriormente asesinada a puñaladas. Tenía 13 años.

2, 3, 4, ...

Diana Russell, en 1976, definió el feminicidio como "el asesinato de mujeres cometido por hombres simplemente por ser mujeres".

5, 6, 7, 8, ...

El desierto escupía cuerpos de chicas jóvenes, residentes de Ciudad Juárez, violadas (en varias ocasiones de manera tumultuaria), torturadas, quemadas, mutiladas, asesinadas, abandonadas al sol que evaporaba cualquier evidencia. O eso decía la justicia.

9, 10, 11, 12, 13, ...

Para el gobierno no hay víctimas inocentes. El gobernador del estado, Francisco Barrio, declaró: "las muchachas se mueven en ciertos lugares, frecuentan a cierto tipo de gente y entran en una cierta confianza con malvivientes que luego se convierten en sus agresores."

13, 14, 15, 16, 17, 18, ...

Esmeralda Herrera Monreal, 15 años, empleada doméstica; Laura Berenice Ramos Monárrez, 17 años, estudiante y camarera; Claudia Ivette Gonzáles, 20 años, trabajaba en una maquiladora.

Luego de ser secuestradas y violadas, fueron golpeadas y finalmente estranguladas. Se las encontró con las manos atadas por la espalda, sin ropa y con las piernas abiertas en un campo de algodón.

19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, ...

Chicas humildes. Todas ellas de piel morena, delgadas y de pelo negro. Hijas, madres, hermanas. Brutalmente asesinadas, ante la mirada indolente (o en colusión) de quien, supuestamente, debe protegerlas.

26, 27, 28, 29, 30, 31, 32, 33, ...

Tres mil mujeres. Tres mil vidas segadas con odio, infligiendo un dolor inimaginable. Tres mil muertes y ningún responsable. Tres mil almas sin justicia, sin voz. Y sin embargo, la cuenta no parece detenerse.