Un cuento decembrino

En el año dos mil cinco, escribí un cuento que titulé "Un cuento navideño políticamente incorrecto", cuento que ahora he retomado. Mi intención ha sido reducirlo lo más posible, sin que perdiera su historia original. En el camino aprendí que es muy difícil tomar textos viejos y rejuvenecerlos, ya que hay mucha resistencia a destazar lo que ya quedó hecho. Sin embargo, espero que el experimento haya resultado decente.

Diciembre

Un día Diciembre caminaba por una calle bulliciosa, acurrucándose entre sus vestidos, intentando pasar desapercibida. Diáfana, de piel nívea y ojos polares, silenciosa hasta el murmullo, y sin embargo, fría: Su presencia atería el corazón.

Quienes descubrían a Diciembre, en medio del páramo cotidiano, no salían ajenos a la devoción que despertaba. Mas a pesar de ello, Diciembre estaba vacía, jamás se sintió amada, ni aceptada; y así, fraguó una imagen ausente de sí misma.

Y ese mismo día, a pesar de sus esfuerzos, un caballero se aproximó a ella y cortésmente le confesó lo hermosa que la hallaba, lo rápido que su corazón latía y todo lo que deseaba poner a sus pies.

El caballero, siendo rico y, en apariencia, generoso, llevó a Diciembre a los parajes más exóticos y la colmó de regalos. Por su parte, Diciembre llenó sus carencias personales, sintiéndose con un propósito y un destino. Tal era su felicidad, que al andar, exhalaba música.

Hasta que un día, el poderoso caballero, reveló a Diciembre el plan que le reservaba. Y así fue como le presentó a un gordo, desharrapado, rancio y maloliente personaje conocido como Santoclós.

La idea consistía en publicitar a la bella Diciembre junto a Santoclós, y de este ardid se obtendrían pingües beneficios: Diciembre saldría a escena, deslumbrando con su hermosura, luego Santoclós, con grandilocuentes gestos de hipócrita generosidad, invitaría al consumo vacío y sin sentido.

La pareja lucía tan bella y dadivosa, que cualquier incredulidad era tachada de malquerencia.

Sin embargo, tras bambalinas, Diciembre fue víctima de toda suerte de vejaciones. Inició con la súplica del caballero para tratar con mayor deferencia a su asociado. Continuó con los comentarios a los que debía de sonreír, luego las caricias que debía aceptar. Finalmente, el grasiento lo logró: Diciembre se entregó a Santoclós.

Se decía que Santoclós gustaba de las más variopintas parafilias. Su repertorio, desde el fetichismo hasta los azotes, correspondían con la súplica de cariño que Diciembre entonaba. Más aún, Santoclós, en su bonhomía, compartió la nueva posesión entre sus amigos, una ralea de botargas grotescas, que hacían palidecer al gordo en perversión: Osos polares, focas, renos, gnomos, elfos, muñecos de nieve y pinos adornados eran algunos de sus verdugos.

Hoy en día nos encontramos con la obcecada Diciembre caminando por las calles, más huérfana que nunca, ofreciéndose por cualquier motivo publicitario. Algunos se toman una foto con ella. Otros, la llevamos a casa para echarla al llegar la primavera.


Por cierto, este es mi primer blog post usando buga, que es un conjunto de scripts que escribí anoche. Estos transparentan la publicación de notas de blog a través de Git: Yo hago commits en el repositorio local, donde tengo mis notas para el blog, y los scripts, automáticamente, publican, actualizan o borran la nota a través de XML-RPC.