A la sombra de las muchachas en flor (Fragmento)

Creo que la falsedad es un momento necesario de la verdad, tanto como ferviente hegeliano. Y Proust lo expone de manera que sosiega mi mezquina mirada.

«No hay ningún hombre por sabio que sea, me dijo, que no haya pronunciado en determinada época de su juventud palabras, o incluso llevado una vida, cuyo recuerdo no le resulte desagradable y que desearía poder borrar. Mas no debe lamentarlo en absoluto, porque no puede estar seguro de haberse convertido en sabio, en la medida en que eso es posible, si no ha pasado por todas las encarnaciones ridículas y odiosas que deben preceder a esa última encarnación. Sé que hay jóvenes, hijos y nietos de hombres distinguidos, a quienes sus preceptores han enseñado la nobleza del espíritu y la elegancia moral desde el colegio. Acaso no tengan nada que eliminar de su vida, podrían publicar y firmar cuanto han dicho, pero son espíritus pobres, descendientes agotados de doctrinarios, y su sabiduría es negativa y estéril. La sabiduría no se recibe, hay que descubrirla por uno mismo al término de un trayecto que nadie puede hacer por nosotros, ni nadie puede ahorrarnos, porque es un punto de vista sobre las cosas. Las vidas que usted admira, las actitudes que le parecen nobles no fueron dispuestas por el padre de familia o el preceptor, fueron precedidas por inicios muy distintos, y sufrieron la influencia del mal o de la trivialidad que reinaba a su alrededor. Representan un combate y una victoria. Comprendo que la imagen de lo que fuimos en un primer periodo no sea ya reconocible y resulte en todos los casos desagradable. Pero no por eso hemos de renegar de ella, porque da testimonio de que hemos vivido verdaderamente, de que, de los elementos comunes de la vida, de la vida de los ateliers, de los corrillos artísticos si se trata de un pintor, hemos logrado sacar, según las leyes de la vida y del espíritu, algo que las trasciende».