Detonador

[…] el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.

—Marcel Proust. El busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann

Para Proust depende del azar la circunstancia de que el individuo conquiste una imagen de sí mismo o se adueñe de su propia experiencia.

—Walter Benjamin. Sobre algunos temas en Baudelaire

Con naturalidad atravesaba una multitud, sensación a la vez cotidiana y novedosa. Las multitudes son las mismas en toda gran ciudad. En esa ocasión se trataba de Estambul. Recién descubría esta frontera de Occidente. Caótica, como todo límite.

Abriéndome camino para alcanzar la salida del metro, un repentino perfume me vulneró. Sin remedio, entornando los ojos, me abandoné a su murmullo, exponiéndome al peligro que albergan los caudales de gente. Pero no eran personas las que me arrastraban, era un tenue recuerdo, vertebrado por la fragancia.

Me vi en la estación del metro Santa Eulàlia, en Barcelona. Mi primera mañana en Europa. Había ahorrado para cruzar el Atlántico, presenciar las maravillas que del Viejo Continente se cuentan. Me inauguraba fuera de México, y el mundo se abría de manera abrupta y amenazadora. Leía carteles en voz alta. "Lo pronuncias como si fuera francés. No es así.", me reclamó Norberto. Amigos inseparables desde la secundaria, había sido admitido en un programa de doctorado en la Universitat Politècnica de Catalunya. Le pregunté entonces por su colonia que me resultaba extrañamente familiar. Me respondió Hugo Boss, de moda por esas latitudes.

Pero el sorpresivo olor y su resolución sináptica, me dejaron insatisfecho. Sospechaba algo atravesando profundidades, lejano y febril, como la excitación de pisar por primera vez suelo europeo. Mas resolví olvidarlo, seguir con mi cometido y llegar puntual a la cita.

Una vez de vuelta, en el hotel de Beşiktaş, la irritación por la memoria transida regresó. Esta vez acallé los sentidos para sumergirme, ya sin salvavidas, en las agitaciones de aquel perfume.

Con esfuerzo encontré a mis padres en el patio interior de una enorme casa antigua, construida antes de la Revolución. "Él es tu tío Carlos", me dijo mi madre. Del centro del patio emanaba un aroma inquietante, de donde justo había una fuente, rodeada por flores y arbustos. La fuente, de paredes altas con azulejos, tenía una ranita de latón de la que brotaba agua. Apoyada sobre la fuente estaba un niña que me observaba con vergüenza y curiosidad. "Ella es tu prima Elisa.", dijo mi nuevo tío, "Ve a jugar con ella".