El deseo sexual

Hay pasajes de este libro que no puedo dejar de leer y de releer.

[..] Ella no se ha dicho a sí misma que lo ama. Él la ha convencido de una única cosa. A diferencia de los demás hombres que ha conocido, éste la ha convencido de que su deseo de ella —de ella sola— es absoluto, de que es la existencia de ella la que ha dado vida al deseo. Antes, se había percatado de que los hombres querían elegirla para satisfacer unos deseos que ya estaban arraigados en ellos; a ella y no a otra, porque entre las mujeres disponibles, era ella la que más se aproximaba a lo que necesitaban. Pero este hombre no parece necesitar nada. La ha convencido de que el pene que se bandea sobre su cara tiene ese tamaño, ese color y ese calor únicamente por lo que ha reconocido en ella. Piensa que cuando entre en ella, cuando ese quinto miembro suyo coronado en forma de ciclamen —inflamado de sangre, palpitante, sedoso— llegue tan cerca de ella como le permita su pelvis, este hombre habrá regresado al origen de su deseo: ese centro. El sabor del prepucio y de la primera lágrima de semen transparente que ha asomado en la corona del ciclamen, suavizando aún más su superficie, es el de ella misma hecha carne en otro.

—John Berger (G.)