El erotismo
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El erotismo. Georges Bataille (03/09/2014 - 05/10/2014)
Georges Bataille es un filósofo francés contemporáneo, si así podemos llamar a los que murieron en el siglo XX. Se considera un filósofo marginal, y sin embargo, su trabajo ha influido en gente como Michel Foucault, o a nuestro querido Michel Onfray.
El libro es una obra oscura, difícil de seguir, divida en dos partes: La primera parte es un estudio sobre la prohibición y la transgresión. La segunda parte es un compendio de conferencias que orbitan alrededor del mismo tema.
Posiblemente no entendí nada, tal vez el libro va tan en contra de lo que entiendo por erotismo, que seguramente lo que diga ahora no contribuirá en nada con el análisis del problema erótico. No obstante, con la licencia que me otorga este espacio (mi espacio) intentaré esbozar lo que se filtró en mi.
Sospecho que Bataille intenta abordar el problema del erotismo de manera dialéctica, y parte de la noción de que el erotismo es proceso interno donde se enfrentan las dos naturalezas del hombre: la de la razón y la del animal.
La razón y el trabajo le otorgan al ser humano su distinción sobre el resto de los seres que habitan el planeta. Es la característica previsora, de la inversión productiva, que desarrolla ciencia, tecnología, genera bienes y servicios para nuestro disfrute y nos aleja de la cruda naturaleza original.
Por otro lado, no por caracterizarse como un ser racional, el individuo abandona su lado animal, todo lo contrario, sigue respondiendo a él, rechazando por momentos la civilización, echándose en cuatro patas para aullar a la luna, buscando la satisfacción inmediata. Y es en su sexualidad donde se enfrenta a esta paradoja, a esta lucha de opuestos. El erotismo es la sexualidad consciente del hombre, donde su raciocinio se inmiscuye y le concede un valor más allá del reproductivo.
Bataille identifica como opuesto a la razón y al trabajo, la violencia. Es decir, la naturaleza animal del humano es violencia. El trabajo es colectivo, es lenguaje y comunicación, mientras que el animal depredador que somos, es soberano, estepario y silencioso. Por esta misma dualidad, la violencia nos atrae y nos repulsa a la vez.
A lo largo de la historia de la humanidad, la razón ha vencido a la violencia limitándola con prohibiciones y tabús, con la inoculación cultural de la náusea. Sin embargo, siguiendo en la misma línea dialéctica, la prohibición no elimina la naturaleza, y por lo tanto toda prohibición necesita de su transgresión.
El ser humano ha planteado momentos de transgresión a toda norma impuesta. Por ejemplo, a la muerte de un rey, todas las leyes se derogaban temporalmente cediendo a la lujuria, al asesinato y el hurto, hasta que otro gobernante era ungido. Otro ejemplo son las fiestas de índole religiosa, el aquelarre, los saturnales, los cambios de estación precedidos por el chamán, donde el trabajo daba el paso a la orgía, al sacrificio, a la sodomía de los ricos por los pobres...
La dualidad prohibición-transgresión ha sido la respuesta necesaria para la contradicción del hombre. Pero con la llegada del cristianismo (la religión menos religiosa) esta dualidad se rompió, convirtiendo en pecado toda transgresión. Aunque, de todos modos, el cristianismo necesitó de una última transgresión: el asesinato de Cristo en la cruz.
Para Bataille no hay distinción entre erotismo y pornografía, entre la pasión y el crimen; éstos serían, a lo más, límites distintos de un mismo movimiento de transgresión. Y como dice él mismo:
Dos cosas son inevitables: no podemos evitar morir, y no podemos evitar tampoco «salir de los límites». Morir y salir de los límites son por lo demás una única cosa.
—Georges Bataille / El erotismo (p. 146)
Igualmente Bataille muestra su vena marxista al hablar de que la aristocracia y el lumpen son los que llevan su transgresión más lejos; en cambio, la clase trabajadora, el proletariado, inmerso en la lógica del trabajo arduo, restringe su erotismo hacia la mediocridad. La clase trabajadora está obligada al matrimonio y a la familia nuclear, institución creada para aislar la sexualidad sin transgredir, excluida del pecado cristiano, manteniendo su propósito reproductivo, condenado al tedio.
Lo anterior se ve claramente cuando el individuo trabajador desea (de manera vociferante) las orgías de Silvio Berlusconi, al mismo tiempo que desea (con silencio vergonzante) a migrantes ilegales que se prostituyen en los parques y carreteras. No obstante, ambas clases (los burgueses y el lumpen) comparten el mismo lenguaje sórdido, soez, lleno de odio, para describir su sexualidad.
Abro aquí un paréntesis para proponer, como un trabajo de tesis de filología, un estudio sobre el lenguaje del narcotráfico en México. Este lenguaje se filtra a través de Internet, en sitios como el blog del narco, donde los narcos presumen sus hazañas entre sus adversarios y seguidores. Es un lenguaje roto, de gente que aprendió a leer y a escribir sin ninguna instrucción, soez, intimidatorio, sexual, deshumanizante. Desvelar este lenguaje sería exhibir la realidad de un gran segmento de la sociedad mexicana. Cierro paréntesis.
Bataille se aleja de la ciencia, dice no querer estudiar al erotismo de manera objetiva, ya que la experiencia desaparece y con ella su humanidad. Critica, en este sentido, el trabajo Alfred Kinsey: la sexualidad humana no es una cosa que se puede diseccionar para luego medirla; es una experiencia, y eres partícipe de ella o simplemente la desconoces.
Lo importante en el erotismo de Bataille es, entonces, la experiencia interior, y su punto culminante: el éxtasis. El éxtasis, de acuerdo con su etimología, es salirse de uno mismo, desaparecer, y fundirse en algo mucho más grande. Como decía Freud: es un sentimiento oceánico.
Llegados a este punto, para Bataille la distinción entre la experiencia interior erótica y la teopatía mística es mínima, son dos expresiones una misma categoría ontológica. Me causó gracia cuando recordó que algunos santos, en sus momentos más álgidos de posesión divina, eyaculaban o describían sensaciones parecidas a un orgasmo. Lo podemos observar también en la escultura de Gian Lorenzo Bernini: La transverberación de Santa Teresa, usado en la portada de la edición de Tusquets.
La gran distinción entre el éxtasis místico y el éxtasis erótico está en que, mientras que en el éxtasis místico, fundirse en algo más grande que uno, que es Dios, está plenamente justificado; en el caso del erótico, la fusión entre dos o más seres por naturaleza iguales, no incluye ese algo más grande en qué perderse, entonces estamos destinados a la angustia.
Bataille, recordándonos la naturaleza animal de la sexualidad, rechaza el placer mutuo y la fusión amorosa con el otro, sumergiéndonos en una experiencia violenta del sexo; donde el placer y la repugnancia, el goce y el dolor son ya indisociables. El otro se vuelve un objeto para nuestro deleite, su belleza está a nuestra disposición para ser mancillada. El éxtasis erótico de Bataille limita con el horror más extremo.
¿Cuál es el objetivo del éxtasis sexual, entonces? Bataille contesta que es la muerte. Abandonarnos del todo, hacer un derroche inconmensurable de energía, de exuberancia y plétora, romper con todos las prohibiciones (de la desnudez, de la higiene, del respeto) para conseguir un desfallecimiento que nos llevará a ese instante de fascinación: la petite morte.
Es por eso que Bataille define, iniciando el libro, al erotismo como «la aprobación de la vida hasta en la muerte» (p. 15). Arriesgamos nuestra vida, rompemos los límites, ofrendamos nuestros cuerpos pletóricos, nuestros genitales hinchados en sangre, con tal de sentirnos vivos, muriendo; buscando el desequilibrio y nuestra ruina, con el arduo deseo de zozobrar.
Y al final Bataille se detiene y desiste: ha descubierto que el lenguaje, la filosofía misma, es insuficiente para expresar el erotismo. La experiencia del erotismo va más allá de lo que la razón, las palabras y el trabajo filosófico pueden ofrecer. Tal vez, solamente la poesía puede tener una aproximación:
La poesía lleva al mismo punto que todas las formas del erotismo: a la indistinción, a la confusión de objetos distintos. Nos conduce hacia la eternidad, nos conduce hacia la muerte y, por medio de la muerte, a la continuidad: la poesía es la eternidad. Es la mar, que se fue con el sol.
—Georges Bataille / El erotismo (p. 30)