Esperando a los bárbaros
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Víctor JáquezEste libro fue el regalo de una amiga que trabaja para una editorial: Coge dos libros de esa estantería, los títulos que quieras, me dijo. Y uno de esos dos volúmenes fue Esperando a los bárbaros de J. M. Coetzee. Lo elegí por que desde hacía tiempo tenía ganas de dialogar con Coetzee, un autor del que pocos quedan indiferentes. Aunque desconozco su obra en general, y en aquél instante, también este libro en particular, lo tomé por su tamaño, en un intento escapar de los tabiques que recientemente me persiguen.
Encontré que Kavafis tiene un poema homónimo que a continuación reproduzco, motivado por la sospecha de que Coetzee hizo una reinterpretación novelizada del texto:
El narrador, en primera persona, rinde testimonio de la frontera de un Imperio, sentada en una geografía anónima pero concreta: a las orillas de un río que desemboca en un lago, rodeado por un vasto desierto con montañas a lontananza; son crueles los inviernos y asfixiantes los veranos. Imagino la Patagonia o Siberia. La vida, según nuestro narrador y administrador imperial de esta frontera, es dura pero apacible. Los bárbaros no son más que tribus nómadas que se acercan de vez en cuando a intercambiar sus productos de la caza por alcohol y baratijas.
Abre con la llegada del Ejército Imperial al mando de un personaje siniestro: el coronel Joll (extrañamente, sólo dos personajes, los más execrables, tienen nombre de pila). El coronel ha sido informado de que "lo bárbaros" planean invadir el Imperio y su misión es confirmar dichas sospechas.
Comienza así el primer movimiento: la expedición de Joll al desierto trae a unos pobres diablos señalado como bárbaros, a quienes tortura para confirmar lo que quiere oír. Entre ellos está una chica con su padre. Matan al padre con las torturas, dejando también a su hija medio ciega y con las piernas deformes.
Se marcha la expedición, dejando a las víctimas de su maltrato a su suerte. Y avanza el segundo movimiento: el narrador recoge a la chica que sobrevivía en la mendicidad, y la convierte en su concubina. O algo parecido.
Durante el tercer movimiento, el narrador lleva de vuelta a la chica con su tribu, en una esforzada expedición por el desierto a finales del invierno. De regreso encuentra que los militares han vuelto y ha sido destituido de su cargo. Ahora la administración la lleva un tal Mandel, quien acusa al narrador de colaborar con los bárbaros, y por tanto encarcelado, torturado y humillado. Mientras tanto, otra expedición mayor sale para eliminar a todos los bárbaros de la región.
Y no contaré el final. Es de mala educación.
La obra es una alegoría con múltiples interpretaciones para nuestra contemporaneidad. Por mencionar algunos que me vienen a la cabeza: los temidos bárbaros, la amenaza externa, en realidad no existen; usando ese pretexto se realiza la militarización de la vida diaria; por tanto, aceptamos la vigilancia punitiva con gratitud porque, supuestamente, nos protege; ya que el imperio es el poder omnímodo a quien debemos nuestra vida.
A lo largo de las páginas, la relación entre sujeto y naturaleza es relevante, pero observa mayor importancia la relación entre sujeto y corporeidad, tanto propia, como ajena. Y ese gran Otro, el bárbaro, tan sólo en el discurso impuesto por el Imperio a sus habitantes. En la realidad, el otro, es simplemente un otro, con el que interactuamos, siempre y cuando dejemos de perseguir la mutua aniquilación.
Algo sobre la tortura:
Pero a mis torturadores no les interesaban los distintos grados del dolor. Únicamente les interesaba demostrarme lo que significaba vivir en un cuerpo, solo como un cuerpo, un cuerpo que puede abrigar ideas de justicia solo mientras esté ileso […] No vinieron para sacarme a la fuerza el relato de lo que les había dicho a los bárbaros […] Vinieron a mi celda para enseñarme el significado de la palabra «humanidad» […]
Y esta cita es, a mi juicio, de lo mejor expresado en la obra:
¡Los imperios tienen la culpa! Los imperios han creado el tiempo de la historia. Los imperios no han ubicado su existencia en el tiempo circular, recurrente y uniforme de las estaciones, sino en el tiempo desigual de la grandeza y la decadencia, del principio y fin, de la catástrofe. Los imperios se condenan a vivir en la historia y a conspirar contra la historia.
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