Hegel, Marx, Nietzsche

¿El mundo moderno es hegeliano, marxista o nietzscheano? Esa es la pregunta que el filósofo francés, Henri Lefebvre, pretende atacar (filosóficamente) en este libro.

Supe de Lefebvre al leer a David Harvey, en particular su libro Ciudades Rebeldes, ya que fue Lefebvre su inspiración con su teoría de la producción social del espacio. Y por eso, me quedé con la idea de que Lefebvre era un geógrafo marxista, al igual que Harvey. Un día, buscando un regalo de cumpleaños para A., en la librería del barrio, me encontré con este volumen. Los tres nombres del título me atraparon: son filósofos cuyo pensamiento me han intrigado mucho recientemente, por lo que salí de allí con el libro.

Pero estaba equivocado, Henri Lefebvre no sólo fue geógrafo, fue filósofo y sociólogo. Un intelectual francés fallecido en 1991, que peleó durante la segunda guerra mundial al lado de la resistencia francesa, y militó en el Partido Comunista Francés, del cual fue luego expulsado al criticar al Estalinismo y al Estructuralismo, enfoque filosófico del "gurú" intelectual del partido, Louis Althusser.

Este libro fue publicado en 1975 y está dividido en cuatro secciones: la triadas, el dosier Hegel, el dosier Marx, el dosier Nietzsche y la conclusión.

El primer capítulo, sobre las triadas, habla de ellas dentro de la lógica dialéctica, pero sin abordarlas de manera abstracta, sino dentro del contexto de estos tres autores. Plantea a Hegel como la tesis, quien postula un sistema filosófico cerrado, que abarca la totalidad del mundo y de lo humano; luego a Marx como la antítesis, que se opone a ese sistema hegeliano, pero que surge de él (Marx es un discípulo de Hegel, a la vez que lucha contra él). Y Nietzsche es la síntesis, la solución a esta confrontación, pero es una solución que rompe con toda la tradición filosófica occidental.

Me gustó mucho, en este capítulo, su exploración a San Agustín, como un filósofo desechado por la doctrina católica, para quien su claro campeón intelectual es Santo Tomás de Aquino y su platonismo cristianizado. En cambio, San Agustín, plantea una filosofía cristiana más cercana a la experiencia humana que de los saberes institucionalizados. Plantea al hombre como un ser divino caído al mundo (ser-ahí), cuyo deseo, que era infinito, al igual que su placer, muda en deseo finito, y está condenando a su constante búsqueda. Dicho deseo en el mundo se desdobla en tres libidos: libido sciendi, o la necesidad de saber; libido sentiendi, la necesidad del goce; y libido dominandi, la necesidad de mandar, o en términos de Nietzsche, la voluntad de poder. Y estos tres libidos, en cierta manera, representan el pensamiento de estos tres autores: el primero es Hegel, y su enaltecimiento al saber; el segundo es Marx y su defensa al vivir, y el último, Nietzsche.

De Hegel recoge su configuración del Estado como la organización social más depurada para lograr la superación humana. Es a través del Estado donde la humanidad llegará a su expresión más alta. El Estado está dirigido por una clase pensante (convertida luego en clase política), quien conoce de cabo a rabo la totalidad del mismo. Por tanto, el poder para Hegel, radica en el saber y el saber es todo lo existente (como se puede recordar con su tautología "todo lo real es racional y todo lo racional es real"). De allí, Lefebvre afirma que el mundo moderno es definitivamente hegeliano, aunque no lleva a la humanidad en la dirección señalada por Hegel, a su superación, sino a la conservación de los beneficios de un puñado de personas, en detrimento del resto de la humanidad y de los sistemas ecológicos.

Tal y como Hegel argumentaba, hoy en día los partidos políticos y los medios de comunicación promueven la calidad de estadista en ciertos personajes, es decir, señalan a individuos que dicen conocer el funcionamiento del Estado en su totalidad y son capaces de dirigirlo de manera que todos los integrantes de dicho Estado vean sus condiciones materiales y espirituales mejoradas.

Sin embargo, los Estados modernos son extraordinariamente grandes y complejos, ningún individuo o grupo, puede suponer siquiera el conocimiento de todos los conflictos que existen o que pueden florecer dentro del Estado. Entonces, lo que los partidos políticos y los medios de comunicación hacen es coacción e ideología, para que quienes se hagan del poder del Estado lo utilicen para sus intereses privados.

De Marx, Lefebvre dice que no existe un marxismo, sino que existen interpretaciones de Marx; algunas intentan formar sistemas, como los socialismos de Estado. Pero Marx no dejó un sistema, sino un pensamiento crítico que propone, un lenguaje nuevo, un énfasis en lo vivido sobre los saberes. Marx se aleja de la abstracciones y desvela a la filosofía los mecanismos concretos de la explotación, la opresión y la humillación. En una palabra, la alienación.

Marx encuentra en el mismo oprimido, o más exactamente, en el proletariado, que es producto exclusivo del sistema capitalista, al sujeto histórico capaz de desarrollar consciencia de si mismo y de su misión, ya no histórica, sino universal, que consiste en invertir las relaciones sociales de dominación a las de desarrollo en igualdad.

Quiero hacer aquí un paréntesis para insistir en la definición de proletariado, ya que la ideología capitalista se ha esforzado en erosionar su significado. Hoy ya nadie se identifica como proletario, aunque la gran mayoría lo sigamos siendo. Proletario, en palabras actuales, es quien se ve obligado a ir al mercado de trabajo para ofrecer su fuerza laboral a cambio de medios de subsistencia. Es decir, tanto empleados como quienes trabajan "por cuenta propia" (trabajadores autónomos y pseudo-empresarios individuales).

Este proyecto del proletariado tiene su salto cualitativo al erradicar el concepto de Estado para la organización social. Este salto cualitativo se etiqueta como Revolución.

En el plano político, ¿en qué consiste la revolución? En tres actos sucesivos y encadenados: acabar con el Estado «existente» en tal coyuntura nacional; construir otro edificio político, el de la dictadura (o, mejor, de la hegemonía) proletaria; poner así fin al Estado y a la política por decadencia (y no por disgregación, corrupción, etc.). En resumen, mediante dos verbos activos: reabsorber la política y absorber lo económico en lo social al establecer prioridad de este. Tal es el objetivo estratégico.

—Henri Lefebvre. Hegel, Marx, Nietzsche (o el reino de las sombras). p. 122

Me gustó mucho la parte donde Lefebvre rescata al Marx ecologista, mucho antes que la ecología fuera una disciplina en sí misma, ya que Marx pone de manifiesto la contradicción en el desarrollo productivista, que se realiza fuera del entorno ecológico, que ve a los sistemas vivientes como un mero almacén, y que el ser humano está fuera de esa naturaleza-almacén, cuando en realidad es parte de esos sistemas vivos interrelacionados.

Lefebvre cierra el dosier preguntando, como con Hegel, si el mundo actual es marxista y concluye que no lo es. El proletariado no se ha levantado como sujeto hacedor de cambios y posiblemente no lo haga, en gran medida porque el pensamiento hegemónico burgués (quienes controlan el otro lado del mercado de trabajo) ha asimilado, parcialmente, a Marx para fosilizarlo, escondiendo su elemento revolucionario, y declararlo muerto cuantas veces sea necesario.

Finalmente el dosier de Nietzsche. Nietzsche se revelará contra todo el pensamiento occidental, y lo hará sitiando, por todos los flancos, a su mayor representante: Hegel.

Tanto para Hegel, como para Marx, el conocimiento es histórico, de cambios cuantitativos a saltos cualitativos. Nietzsche rechaza la concepción histórica de la filosofía y habla de genealogías, de saltos entre ramas de pensamiento, tal vez ya olvidadas, para luego ser rescatadas por pensadores originales.

Para Nietzsche, la filosofía son sólo mitos sin belleza. Para él debería anteponerse, ante todo, lo vivido; lo sabido, siempre deberá estar al último. El problema es que lo vivido es caótico, desestructurado, aterrador. La experiencia filosófica de Nietzsche es enfrentarse a ese conocimiento de lo vivido.

En Hegel el motor de la historia es el conocimiento, la idea. Nietzsche rechaza esa noción y pone de manifiesto que el único motor que ha tenido la historia hasta ahora es la voluntad de poder, el poder por el poder mismo, la búsqueda de la dominación sobre el otro. Y esta voluntad de poder se refleja en casi todas las dimensiones humanas, particularmente en el lenguaje:

[…] Las palabras y el lenguaje no designan más que relaciones (entre las cosas y los seres humanos); expresa metafóricamente esas relaciones. […]

[…] El lenguaje nada tiene en común con la expresión de una verdad ideal o de una realidad dada. No es el instrumento del conocimiento, sino de un esquema al servicio de un orden, de un poder.[…]

—Henri Lefebvre. Hegel, Marx, Nietzsche (o el reino de las sombras). p. 168, 169

Aunque Nietzsche reconoce que es el Estado la institución culmen de la voluntad de poder, dice que la superación del hombre no se debe limitar a su destrucción, sino que debe cambiar su forma de vivir, es decir, establecer una nueva ética, una ética a caballo entre lo apolíneo y lo dionisíaco (lo sabido y lo vivido), pero más que nada, la superación radica en la renovación del lenguaje, en una palabra, la poesía; sólo lo poético, el acto poético, tiene la capacidad de romper con la voluntad de poder, de valorar lo vivido en detrimento de lo concebido, de trocar el resentimiento de la humillación, en felicidad.

Para Nietzsche la única forma de superar a la naturaleza es superando la voluntad de poder. Regresando al valor de uso, al valor de la experiencia vivencial, sobre la imposición de estructuras. Por tanto no debería haber retorno a la naturaleza, que tiende a la dominación.

En definitiva, para Nietzsche, se debe primar lo diferente, lo creador, sobre lo repetitivo, que es la historia, que es la identidad propia. Hay que buscar la disolución de la identidad, para tomar la responsabilidad de construirnos a nosotros mismos constantemente; sólo así seremos creadores, arriesgándonos al desafiar lo cotidiano, que es expresión del poder.

¿El mundo de hoy es nietzscheano? Sólo en parte, responde Lefebvre. Una pequeña élite, una aristocracia que se asume intelectual, que presume serlo, volviendo lo vivido en algo frívolo, mercantil, en una pose. Subsumen la ética de Nietzsche dentro de la lógica capitalista.

Por tanto, mientras que los sistemas estatales hegelianos se han cumplido, y estos proveen certidumbre y cierta seguridad, también han dejado miseria, destrucción ecológica y vidas sin sentido. Su oposición han sido el proyecto revolucionario de Marx y la perspectiva subversiva de Nietzsche.

Marx y Nietzsche comparten mucho en común, pero tienen también grandes diferencias: Marx anuncia lo posible, y allí radica su dificultad; mientras que Nietzsche ha denunciado la monstruosidad de las verdades metafísicas e históricas, pero su ética esconde peligros que llevarían a la catástrofe.

No tenemos que elegir uno, hay que meditar los tres y entender las relaciones dialécticas entre ellos para intentar vivir en este mundo al que hemos sido arrojados.

  1. Hegel, Marx, Nietzsche (o el reino de las sombras). Henri Lefebvre. (12/04/2016 - 01/19/2017)