Guillermo, el Conquistador

circa 1998

Lo habían decidido, se llamaría Guillermo, y así se llamó el mayor genio jamás antes existido. A los días de nacido ya hablaba, a los seis años manejaba difíciles trabajos de matemáticas, ciencias naturales y filosofía. Con doce años cumplidos, los grandes escritores de la humanidad habían pasado por sus manos y a los quince, las editoriales peleaban los derechos de su publicación; dirigió algunas orquestas filarmónicas y disipó muchas dudas de las ciencias y conciencias. En nadie cabía la menor vacilación: aquel niño era el nuevo Mesías del Conocimiento.

Guillermo, como toda celebridad, tenía sus reporteros de cabecera, fotógrafos, paparazzis, biógrafos, calumniadores y una multitud de seguidores. Unos lo tomaban como el sumo sacerdote y representante divino de una nueva religión que abrazaba fanáticamente al neorracionalismo; otros le consideraban un vil producto de los medios masivos de comunicación. Pero los hombres de ciencia declaraban a Guillermo como el prototipo del hombre del mañana, era es siguiente paso de la evolución humana. Pronto se popularizó el mote de "Guillermo, el conquistador".

Aquel muchacho creció físicamente y se multiplicó mentalmente; no obstante, al frisar los dieciocho años de edad, calló para nunca más volver a hablar. La gente decía que no tenía nada que decir, ya que nadie le comprendería; unos más inquisitivos alegaban que su genialidad se había extinguido y le avergonzaba que pudiera decir alguna tontería; otros, más necios, gritaban a viva voz que su cerebro había estallado por tanto meditar. Sea lo que fuere, aquel muchacho nunca volvió a abrir la boca, ni para defender su postura, y su fama se desvaneció como las llamas de un incendio.

Sin embargo, las cosas no se detuvieron ahí: Guillermo no solo dejó de hablar, sino que dos años después dejó de moverse. Una mañana ya no se incorporó. Su rostro volvió a aparecer en las primeras planas de los diarios y revistas. Ya no había duda, los necios triunfaron, su cerebro terminó por embotarse. Para dirimir esta controversia determinaron hacerle un encefalograma, el cual reveló una enorme actividad cerebral, la mayor registrada en cualquier hombre, se descubrieron nuevas señales nunca antes vistas, provenientes de obscuras regiones del cerebro. ¿En qué pensaba Guillermo? la gente se preguntaba sin obtener ninguna respuesta segura, hasta que él mismo se levantara y contestara.

Los años pasaron haciendo estragos en los hombres, menos en Guillermo, quien a sus cincuenta años, parecía seguir siendo un joven. Las pruebas sometidas indicaron que se mantenía en un estado basal, en una especie de hibernación, dedicando todas sus energías exclusivamente al pensamiento trascendente. Junto con el tiempo, también se fué el renovado interés morboso por Guillermo. Y el olvido fue rápido con la memoria de "el Conquistador". Quedó, finalmente, confinado a un hospital, vigilado por una amorfa enfermera que revisaba periódicamente y con descuido las gráficas del incesante sueño.

Una anónima tarde, ante los ojos asombrados de la enfermera, Guillermo se levantó de su cama, se detuvo frente a una pared y sostuvo su mano en ella, dejándola marcada, para volver a dormir, y esta vez, para siempre.

La fama de Guillermo volvió a recorrer el mundo, la gente especulaba sobre aquel extraño símbolo que había marcado sobre la pared desnuda con sólo tocarla, su legado final a la humanidad. Esa señal no era como ninguna otra, era tan diferente y confusa, compuesta de millones de líneas milimétricas (hubo quien, infructuosamente, las intentó contar esperando hallar algún significado en su número). Era totalmente irrepetible, irreproducible, ni siquiera con los más modernos métodos de adquisición digital de imágenes. Por otro lado, a cada persona le encontraba un significado distinto: algunos decían que era un antiguo toro rupestre, otros comentaban que más bien era la representación de un hombre y una mujer en el universo, otros negaban esto y afirmaban que se trataba de un guarismo o relación matemática, o la descripción del cosmos, o simplemente era el capricho de un chalado. Nadie estuvo de acuerdo con el significado del símbolo, pero éste se convirtió en la imagen de moda, su imperfectas reproducciones se llegaron a comercializar en toda clase de artefactos, desde tazas hasta en los collages de artistas conceptuales en boga; varias empresas lo adoptaron como logotipo corporativo. Absolutamente todos deseaban ser participes de aquella imagen tan controvertida.

Tuvieron que pasar miles de años para que hombre comprendiera el significado de aquel símbolo. El ser humano tuvo que florecer en las diversas regiones del espacio, tuvo que despertar al universo. Y hasta que esos tiempos llegaron, los hombres por fin comprendieron a Guillermo y al Aleph (nombre con que se bautizó a la imagen). Aquella señal, el Aleph, representaba a todo el universo, era la abstracción máxima, era el dibujo más exacto de Dios, contenía el principio y el fin, las partes y el todo, representaba la cumbre de la humanidad en su entorno.

Y al final de todo el contenido se encontró la voz: "Hombres, despierten."