13 July, 11:05am

Aprovechando otros esfuerzos para poner algo de movimiento en este espacio, les traigo un modesto ejercicio de escritura que realicé la semana pasada: Escribir, en cinco párrafos, una visión actual del cuento de Antón Chekhov, La dama y el perrito.

Gustavo era un analista financiero que pasaba unos días en la isla Nueva Providencia, perteneciente a las Bahamas. Ahí se fijó en una joven con aires de aristócrata recién instalada, que caminaba por el luminoso malecón seguida de un pequeño Pug.

Siendo un joven y ambicioso corredor de bolsa, se había casado con la hija de su mejor cliente a cambio de jugosas inversiones, y aunque mujer de rancio abolengo y decadente educación, él la consideraba una cretina, pasando la mayor parte del tiempo lejos de sus reclamos y de los de sus hijos. Así, mientras que por el día seducía al dinero ajeno, por la noche, a la mujer ajena. Y gracias a esa deportividad no tardó en obtener los favores de Ana, la joven del perrito.

Después de hacer el amor, ella lloraba teatralmente alegando un súbito arrepentimiento a su infidelidad, el cual, él apaciguaba con mimos paternales. Aunque en la realidad, Ana odiaba a su marido, ministro de economía de un país de Europa del Este. Lo detestaba por ser un servil y corrupto burócrata. Precisamente, su estancia en la isla se debía a su papel como prenda en empeño, mientras su esposo cerraba un trato de blanqueo de capital para la mafia.

Pronto Ana recibió la seña de su buen retorno y ella y Gustavo se separaron sin mayores aspavientos. Gustavo también regresó a Londres, a su gris y monótona vida familiar. No obstante, aquél hastío lo llevó gradualmente al recuerdo de Ana, con quien se puso en contacto por correo electrónico, cosa rara en él, ya que sus pasadas conquistas le eran menos que calderilla corriente. Pero era el recuerdo de su propia imagen en los ojos de ella, lo que le perseguía: aquella figura de hombre honesto, bien educado y trabajador, que Ana siempre alabó, le intoxicaba casi tanto como las líneas de cocaína que compartía con sus colegas del club.

Una fría noche de enero, Gustavo le pidió que se volvieran a encontrar. Ella le dijo que viajaría en próximas semanas a Marbella, ya que el doctor le sugirió para su depresión ─histeria, corregía su marido─, climas más cálidos. Y así, en un hotel a pie del mar Mediterráneo, comenzaron a planear lo que sería su nueva vida juntos.