31 October, 4:30pm
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Víctor JáquezHace unos días una amiga me escribió para pedirme consejo sobre su relación de pareja. Aquella petición me pasmó y pasé más de un día meditando qué contestarle, qué decirle y he aquí lo que salió del tintero. Omito las referencias personales y además cuento con su venia para esta publicación. Queda de antemano la advertencia que no convertiré este espacio en un rinconcito del doctor Corazón, sólo que creo que me quedó tan chidoliro el choro que había que exhibirlo.
Sin más preámbulos, el emilio así empieza:
Primero te reitero mi agradecimiento por las confidencias que me envías. Sin embargo, y ya entrando en materia, tu petición de consejo me resulta totalmente ambivalente: por un lado me enorgullece tu confianza en nuestra amistad, pero por el otro lado me arranca un desesperado "y yo qué carajos voy a saber".
No obstante, no quiero lastimar la confianza depositada e intentaré esbozar mi perspectiva a lo que escuetamente me narras. Insisto, yo de tu vida se poco, a tu marido prácticamente no le conozco (salvo una vez que lo vi), y de tu situación con él me declaro en nulidad. Empero con todo y eso, vayamos adelante, con algo que únicamente refleja mis opiniones y manera de pensar sobre el tema general de las relaciones de pareja, tratando de guiarme por el poco conocimiento a priori que tengo de ti. Así que estas palabras no podrán, ni siquiera, tomarse en serio, tan sólo, repito, son una mera visión desde otra perspectiva, la mía.
Freud decía en su tratado de "el malestar en la cultura" que existe cuatro fuentes de sufrimiento: la enfermedad, los eventos naturales externos, otro que no recuerdo y la relaciones con los demás.
Necesitamos relacionarnos con otro seres humanos y esta misma necesidad nos genera sufrimiento. La fantasía occidental del "y vivieron felices para siempre" es una gran falacia que nos tragamos en la niñez y creemos que algún día así será. No es cierto. Así como la tierra es de quien la trabaja, el orgasmo también es de quien lo trabaja y las relaciones tienen que trabajarse mucho para que sean fructíferas.
Desde mi punto de vista, existe una condición necesaria para extender nuestra vida hacia otras personas: la autoestima. Sí, el amor propio, el respeto propio, el cariño hacia uno mismo. Debes de comprender que primero estás tú, te debes, antes que a nada y a nadie, a ti misma. Y no confundas eso con egoísmo, el egoísmo es otra cosa, eso sólo pasa cuando de tu vida desaparecen los demás para sólo satisfacerte a ti. No, yo hablo de forjar una autoimagen buena, saludable, respetuosa, amable y cariñosa, porque si no te quieres a ti misma, jamás podrás dar e infundir amor en quienes te rodean. Jamás nadie podrá sentir amor por alguien que se autodegrada, se minimaliza o se ningunea.
Quererse uno mismo implica tenerse confianza, y con ello podemos tomar nuestra vida, nuestra existencia, por el mango e ir y hacer a donde queramos ir, lo que queramos hacer. La actividad básica de la existencia humana es tomar decisiones, es elegir un bien con respecto a otros, y estas elecciones sólo son correctas cuando somos libres, pero jamás seremos libres si vivimos con miedo, desconfiados. Jamás asumiremos las consecuencias de nuestros actos si dejamos que otros decidan por nosotros, si hacemos lo que otros dicen que es correcto. Sólo determinaremos el curso de nuestro destino si elegimos libremente y así las consecuencias siempre serán bien recibidas y casi siempre benéficas.
La ignorancia, la pereza, el miedo y la baja autoestima son los enemigos de de nuestras decisiones. Si realmente existe Satanás, yo estoy seguro que sus armas son estas cuatro, y únicamente viven dentro de nosotros.
Perdona si este párrafo te parece duro, pero es mi percepción de lo que he sido testigo, descártalo de inmediato si crees que me equivoco, pero creo que toda tu vida ha sido regida por la opinión de los demás... Por una puñetera vez decide vivir tu vida, no la de los demás. Toma al toro por los cuernos y has lo que mejor sea para ti y sólo para ti. Antes de querer demostrar algo a los demás, aprende a quererte, a respetarte y vivir libremente. Que los demás se metan sus opiniones y consejos por donde les haga remolino el cutis, incluyéndome. Tú y sólo tú sabes que es lo mejor para ti, bajo qué condiciones te gustaría vivir y luchar por lograr esas condiciones.
Me fastidian las personas que piden aprobación a cada decisión que toman, a cada acto que realizan. Lo comprendo de los niños que apenas están desarrollando su personalidad, pero en un adulto es francamente aborrecible. Una cosa es pedir consejo para conocer y analizar diferentes puntos de vista, pero de ahí a hacer sólo que los demás aprueban, es una de las formas de vivir más tristes que hay. Esta vida es tuya y sólo tuya y el peor pecado es dejarla escurrir en manos de otros imbéciles, más imbéciles que uno. Y esto se puede extender a la pinche publicidad y la presión social, quienes mandan las pautas del éxito y el buen vivir.
Pero dejemos las diatribas para otra ocasión y sigamos con nuestro hilo de ideas. Además de la autoestima y del uso consciente de la libertad para respaldar nuestras decisiones, entra otro elemento en el juego de las relaciones con otros seres humanos: las emociones.
Las emociones son los productos más primitivos de nuestro cerebro, fueron desarrollados para tener una respuesta inmediata al medio, son la respuesta sutil y hermosa a los mecanismos de sobrevivencia. Después de las emociones se desarrolló la razón. En las escuelas se ejercita la razón: la razón se refuta, se discute, se debate y se consensúa. Sin embargo, y muy lamentablemente, nadie nos enseña a manejar nuestras emociones y terminamos queriendo tratarlas como si fueran razonamientos.
Las emociones no se analizan, porque no son razonamientos: son espontáneos, escapan a toda lógica y ruegan una acción rápida. En la vida moderna las emociones son mal vistas y la gente mal que bien ha desarrollado metodologías personales para manejarlos. La mayoría las reprimen y guardan en lo más oscuro de su inconsciente. Pero eso es la peor estrategia. Las emociones exigen una acción inmediata, son energía viva que tienen que desahogarse y si se reprimen, siempre se desbocan por otras vías, generando por lo regular malestar en la vida y existencia, lo que los psicólogos han llamado históricamente (aunque ya en desuso) como neurosis.
La mejor salida, dadas las condiciones que impone la cultura, a las emociones, es la verbalización de éstas. Si alguien nos hace enojar, se deben buscar las condiciones para comunicar este sentimiento, ya sea con quien produjo el enojo o con un tercero en representación. Si en una situación nos nace la emoción de abrazar, abracemos o verbalicemos la necesidad del abrazo, igual con la felicidad, igual con la ira, etcétera. Verbalizar es comunicar, es tender puentes entre nuestra individualidad y otra individualidad. La única herramienta que tenemos a nuestra disposición para no ser islas solitarias y depresivas es la comunicación. El medio y los demás ejercen influencia sobre nosotros, nosotros influimos sobre el medio y los demás, esta influencia, cuando se trata de individuos, es a través de la comunicación.
Ahora, la vida en pareja impone influencias y emociones de manera descomunal y la única forma de llevar la relación de manera sana y con crecimiento mutuo es con comunicación, comunicación de todos los niveles: verbal, corporal, hasta telepática te la admito. Pero dejándonos de misticismos, la única comunicación válida en todas la culturas es por medio de la comunicación oral o escrita, el uso del idioma, la lengua, es la que, sin entrar en formalismos matemáticos, menos ambigüedades permite y el objetivo de la comunicación es más directa.
Concretando, una vez reconociendo tu propia valía, tu libertad y las condiciones en las que quieres vivir, lo siguiente es comunicar esto, no de manera unilateral, obviamente. Comunicar es tender puentes de dos vías: ida y vuelta. Es escuchar y expresar. De nuevo, sin miedos ni cortapisas, honestamente, de corazón a corazón; enchufar las mentes de la manera más directa posible. Si esto no se hace cotidianamente, las tensiones y los silencios se van acumulando y las emociones se vuelven más y más abominables a nuestra visión. Sin embargo, nunca es demasiado tarde siempre y cuando existan condiciones para el dialogo. Créeme, por más abominables nos parezcan las realidades ocultas, una vez que se verbalizan, no lo son tanto. Los fantasmas siempre son más terribles cuando están ocultos, una vez que se exhiben hasta irrisorios resultan.
Ahora, lamentablemente existen seres que son sordos y mudos a la comunicación, con un ego deformado y una percepción enferma de la realidad. A esos seres mejor hay que despedirlos de nuestro entorno. No se puede llegar a nada con ellos. Resultan únicamente dañinos y es imposible ayudarlos. Mejor no gastar energía en ellos y lo mejor que podemos hacer es desearles suerte. Una codependencia con ellos implica serios problemas, no de la relación, sino de uno mismo.
No obstante, hay que luchar por la comunicación, esforzarse en ella, buscar las condiciones para ella, negociar. La terapia de pareja ayuda a ello.
El temor a "herir a la otra persona" es una estupidez, sobre todo si tenemos nuestra autoestima bien puesta, que sólo busca mantener un hipócrita y anodino status quo. Y lo más importante es que es mucho mejor vivir con los pies bien planteados en la tierra, que una fantasía rosa, o peor, en medio de dudas y temores. Únicamente se puede reaccionar correctamente cuando se sabe en qué realidad uno vive. Si me das a elegir entre una cruda verdad y una bonita fantasía, opto por lo primero, dado que así podré saber donde estoy y a dónde tengo que ir para buscar una mejor realidad, sea la que fuere.
Las relaciones son cosas de dos, y en tu caso, es cosa de tres, porque tu hijo es hijo de ambos. Pensar que la situación que vives es sólo tu problema, es caer también en un error: el problema es de los tres, en especial de ti y de tu esposo, que son quienes además cargan un bagaje de problemas personales previos a la relación y que deben de resolver individualmente primero y como pareja después.
A manera de conclusión:
Estás jugando un juego de tres, donde tú debes ser tu principal protagonista. Tienes muchos conflictos personales que resolver y estoy seguro que el psicólogo está ayudándote con ellos, pero también tienes que involucrar a tu marido en este proceso. Tendrán que trabajar en la construcción de puentes entre ustedes, sin importar cual es la consecuencia de su relación. No importa si termina en divorcio o que esto sea sólo un bache del matrimonio, lo importante es que tú, tu hijo y tu ahora esposo, tengan una buena vida.
Tal vez sea buena idea combinar una terapia familiar, tal vez que tu esposo también vaya a terapia de manera individual. Tal vez lo puedan resolver por ustedes mismos (pero es muy muy difícil). Tal vez el silencio y falta de determinación se impongan y los tres vivan una vida miserable... tú eliges.
Post Scrítptum:
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Post Scrítptum II:
No soy psicólogo y toda la verborrea que solté no tiene ninguna validez científica, se limita a ser mi personal punto de vista sobre las relaciones humanas que te la ofrezco con la mejor de las intenciones.