5 June, 7:08pm
Tiempo de lectura estimada: 2 minutos
Víctor JáquezEn la primaria yo ya sabía que iba a ser de grande: escritor. Estudiaría filosofía y letras y sería un escritor de novelas, un intelectual. Luego llegarían las computadoras, que desorganizaron mi estructura de preferencias, y la debacle financiera familiar, que me hizo desestimar la vida bohemia.
Hoy por la mañana leí esto:
No sé por qué luego me da la tonta y pienso que no hay nada de qué escribir.
De qué escribir, sobra.
Si uno ha cultivado cierta habilidad, de hecho es imperativo ponerse a escribir.
Olvidémonos de ser famosos, lo que importa es nadie puede ver lo que yo veo como yo lo veo. No solo eso, este fin de semana me di cuenta de que es mi RESPONSABILIDAD escribir. (Y aprender a hacerlo mejor es parte del paquete). Este país no está para desperdiciar la poca educación que logró filtrar en una persona.
Esto me hizo recordar mi vieja aspiración y me reprocho por no escribir al menos en este espacio más a menudo. Y entonces entra la parálisis: Al momento de sentarme a escribir me exijo un tema importante, debatible, arrollador, y no lo hay y entonces prefiero retirarme a la paz de los justos, a la hueva complaciente.
La programación es parecida a la labor del escritor. Es más, se dice que para ser un buen programador se requiere ser un buen escritor, hilvana ideas con secuencia lógico, llevar al lector, o a la computadora, a través de una compleja trama para llegar a una conclusión. Tal vez la programación es capaz de reunir lo mejor de dos mundos: la creatividad y la imaginación literaria, con la formalidad y la consistencia de la lógica-matemática. Sin embargo muchos aspirantes a programadores se topan con la misma frustración del escritor en ciernes: una grave presión por hacer algo interesante que al final conduce a la nada, al no hacer nada.
El juicio adelantado, las expectativas, la megalomanía, el complejo de inferioridad, son obstáculos al crecimiento personal, que únicamente se pueden romper con disciplina. Trabajar todos los días, un paso a la vez, aunque no nos guste o nos parezca friolera la actividad. Pero no quiero ser evangelista de un nuevo método revolucionario de llegar al éxito. Solamente quiero hacer un apunte persona, de algo ya sumamente repetido.
Esto, finalmente, fue un esbozo, un acto de disciplina.