Escándalos navideños

Nos encontrábamos en la Pulga esperando, sobra decir que con la paciencia de un hambriento, mis burritos. Había mucha gente pululando, en general señoras y niños, que por ser periodo vacacional, hacían notar su presencia a gritos y lloriqueos. El puesto donde expenden los burritos estaba atiborrado y no dejaban a la cocinera terminar mi solicitud. F. y yo nos sentamos para hacer más llevadera la espera. Para romper el silencio expuse los pensamientos que en ese momento iban a la deriva de mis neuronas:

—Yo creo que deberían extender un permiso de reproducción. Que una pareja, cuando se sienta capaz de tomar el compromiso de un crío, deberían ir a una institución, donde revisen sus estados genético/psicológico/económico/social, y si pasan, se les expide un permiso de reproducción. Finalmente un médico le da vuelta al aparato y se vuelvan fértiles. Que la sexualidad, al contrario de lo que ocurre naturalmente, sea por defecto no-reproductivo. Sólo cuando se active se vuelva reproductivo.

—Sí, sería muy futurista eso. Mientras tanto, la señora de atrás se te ha quedado viendo con unos ojotes pistola y está a punto de tirarte el envase de refresco en la cabeza.

—Ese es un problema. Las mujeres, al ser las únicas portadoras del derecho reproductivo, defenderán el derecho a embarazarse cuando quieran o aun cuando no quieran. Quitarles eso, sería como quitarles el poder que les da identidad. Viven toda su vida preparándose para eso.

—Además está la religión. La mayoría de la gente, lo único que se toma en serio de la religión, es el mandato de "creced y reproducíos".

—¿Acaso no ven que nos estamos ahogando en niños? Finalmente no es el caso que un estado controle la reproducción. Es una resolución personal, parte de la libertad individual. Y el libre albedrío está regido en parte por la educación, y la educación de las mayorías sigue labrada por la SEP. Tenemos pocas esperanzas.

—Ahí te encargo que en el camión vayan niños llorones. Ya ves que a las madres les vale madres. Ellas ya desarrollaron sus tapones psicológicos para oídos y bien pueden dormir en medio de un gran berrinche, creyendo que el resto de la humanidad tiene sus mismos mecanismos de defensa.

—O bien el tipo gordo que te embarra sus carnes y te arrulla con sonoros ronquidos. ¡Que la lengua se nos haga chicharrón!

Hubo una pausa para meditar lo dicho. Cuando hubo sucedido esto repuse:

—¿Te das cuenta que hemos hablado de manera egoísta, clasista e intolerante? Tiene razón la señora en arrojarme el envase del refresco.

—Somos ingenieros.