Los aberrantes 34.6Kbps

Antier, cuando caminaba de vuelta de la ULM para verme con Julio en un café, pasé por el mítico Bonanza. El Bonanza fue nuestro bar de cabecera durante la preparatoria y la carrera, ahí pasábamos fines de semanas enteros bebiendo cerveza y platicando. Tenía años sin pasar por esa zona de la ciudad, y ahora que lo hice por necesidad, me topo con Enrique Apendini, compañero de las grandes borracheras preparatorianas, brindando con una chabela con su primo. Pasaron por la pantalla de la memoria varias escenas: el departamento de Marcos donde nos juntábamos en maratónicas sesiones etílicas, cuyo objetivo era simplemente perderse en el alcohol o maravillarse de los amaneceres totalmente crudo y oliendo a vómito; las destilaciones clandestinas de alcohol en el laboratorio de química para luego inyectar a punta de pipeta los frutsis del receso; los viajes a los Cervantinos con el firme propósito de ligar, o, en su defecto, en algún hediondo bar tratando de permanecer despierta la embriaguéz; las emocionantes travesías de table dances a lo largo de la ciudad. Pero no hay amistad más superficial entre hombres que la que es unida por la botella, así que aunque estuvimos en el mismo tecnológico, cada quien tomó rumbos distintos. Más me dio mucho gusto verlos y entré al bar a saludarlos. Me actualizó en las cronologías de los compinches: unos bien casados y trabajando, otros mal divorciados y metiéndose en más problemas y el resto tratándose de hacer camino por la vida. Intercambiamos números móviles. Me dio mucho gusto verlo y saber de todos ellos. Baco los tenga en su santa paz.

Ayer por la tarde fuí a Querétaro. Desde hacía una semana había acordado por IM verme allá con mi mejor amigo de toda la primaria: Luis Manuel Pacheco Muñoz, asumiendo, claro, que yo pasaría esta semana en Querétaro. Pero los cálculos fallaron y tengo que estar estos días en Celaya. Así que por tarde regresé a cumplir con la cita acordada. Hacía cerca de 15 años que no nos veíamos. La pantalla de la memoria otra vez proyectó sus distorsionadas imágenes a lo largo de trayecto. Había llegado a la primaria sin conocer a nadie, en una ciudad extraña, en una casa extraña. Salir al primer receso fue un shock, ¿qué haría durante esa media hora?. Vagué por el patio y di con un árbol en una recóndita esquina, arriba del árbol estaba un niño comiendo su emparedado, mirando ausente al resto de los niños que urdían por el resto del amplio patio. Me subí al árbol por igual y ahí sellamos la amistad que duraría los próximos 7 u 8 años.

Ese árbol se convirtió en nuestra guarida, nuestra muralla y castillo. Veíamos con desdén al resto de los compañeros a los cuales sólo les interesaba jugar fútbol mientras que a nosotros nos aborrecía; nosotros permanecíamos aislados del resto, en un universo completo, sin fisuras ni carencias. Cuando iba a su casa, cosa que sólo ocurría en vacaciones ya que su familia radicaba en el pueblito de Jaral de Progreso, pasaba semanas enteras con él, maravillado en su inmensa colección de Playmobile.

En la pre-adolescencia yo quise romper con ese mundo pueríl y lanzarme a lo desconocido: las chicas. Así que abandoné nuestro universo privado para irme en busca de la tierra prometida. A diferencia del resto, mi buque exploratorio naufragó en los mares de las sirenas y regresé, como hijo pródigo, al universo privado, al mundo de nunca jamás.

Pasamos a la secundaria, ambos nos fuimos a la misma escuela, con los Maristas. Pero al pasar a segundo de secundaria su familia decidió mudarse a Querétaro y Luis haría el traslado al San Javier. En tercero de secundaria fue la última vez que nos vimos. Esa última visita fue un choque con nuestras distintas realidades: yo con nuevos amigos, había finalmente dejado sin resentimientos ni recelos el universo privado, y descubría la rebeldía, el tabaco, el ateísmo, la cerveza, la vulgaridad, la pornografía y demás delicias de la vida mundana. Mientras que él seguía en el universo, rector y juez de todo lo que ocurría ahí. Ahí ocurrió el cisma.

No fue hasta cuando entré a la maestría cuando Luis se contactó conmigo por correo electrónico. Por accidente se topó con mi página web y se decidió por enviarme un correo. Hecho que desembocó en nuestra cita de día de ayer.

Pasadas 4 horas ya estábamos al tanto de nuestras vidas. Y no salgo de mi asombro de la suya: con toda tranquilidad, reconocimiento y circunspección me dijo que él se convirtió en un huraño, antisocial, incomunicativo, ausente, vicioso de la televisión y los juegos de video. Si en estos 15 años hizo 10 amigos, son muchos. Sí, estuvo a punto de casarse, ha viajado por el mundo, han expuesto fotografías suyas en galerías, pero no por decisión propia, si no por el mundo lo ha arrastrado benignamente por ahí. Luis esta en bote que va a la deriva por los meandros de la vida... y por supuesto que eso le ha costado depresiones, terapias y frustraciones, pero al final todo le ha salido bien. Definitivamente nació con buena estrella y me alegra que sea así. No bebe, no fuma, no dice ni una mala palabra, no soporta a los niños, está casi tuerto, tiene una maestría en ética aplicada y es capaz de hacer negocio hasta con la venta de guijarros en el desierto...

Estoy convencido que algún momento intercambiamos el destino: yo quería estudiar filosofía y él quería robótica. Ahora yo hice una maestría en robótica y él una en ética. Me pregunto dónde estará ahora nuestro universo privado, seguramente en alguno de sus clósets llenos de Playmobiles.