El testigo

  1. La Tregua. Mario Benedetti (01/08/2013 - 01/12/2013)
  2. El país de uno. Denise Dresser (12/28/2012 - 02/17/2013)
  3. Nemesis. Philip Roth (02/17/2013 - 03/17/2013)
  4. Mi amor en vano. Soledad Puértolas (03/17/2013 - 04/01/2013)
  5. Las venas abiertas de América Latina. Eduardo Galeano (04/02/2013 - 05/26/2013)
  6. G. John Berger (04/11/2013 - 06/17/2013)
  7. El arte de amar. Erich Fromm (05/18/2013 - 06/20/2013)
  8. La tercera mujer. Gilles Lipovetsky (07/09/2013 - 08/17/2013)
  9. 3 x Nordbrandt. Henrik Nordbrandt (08/23/2013 - 09/14/2013)
  10. Ciudades Rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana. David Harvey (09/14/2013 - 10/06/2013)
  11. Pepa A loba. Carlos G. Reigosa (10/06/2013 - 10/14/2013)
  12. Cuentos de amor, de locura y de muerte. Horacio Quiroga (11/06/2013 - 11/16/2013)
  13. El testigo. Juan Villoro (11/16/2013 - 11/27/2013)
El Testigo

Encontré este libro mientras curioseaba por una de las librerías del Fondo de Cultura Económica en el Distrito Federal, entre la avenida Universidad y el Eje 8.

Me gusta pensar que uno no siempre elige los libros que compra, sino que ciertos libros lo escogen a uno. Y sospecho que este fue el caso. Tal vez tenía en mi inconsciente a Roberto Bolaño recomendando a Villoro; tal vez encontrarme con el anuncio de "ganador del premio Herralde", recordar la entrevista que le hizo Pedro Ramos a Jorge Herralde y los términos en los que éste se refería a Bolaño; tal vez esa necesidad de escritores contemporáneos mexicanos en ese momento de desconcierto y duda; tal vez por alguna razón imposible cogí el libro y leí la contra portada: algo en mi interior hizo clic y supe que era un libro cargaría 7,000 kilómetros hasta Coruña.

Parecía que hablaba de mi, o de un posible yo, o de un yo deseado por mi: un intelectual mexicano que regresa a su país después de veinticuatro años de vivir en Europa, justo cuando México cambiaba, cuando la utopía democrática parecía ser alcanzada con la transición presidencial, la derrota del PRI en las urnas.

Confieso que esta novela no me duró mucho sin abrir. Ya en el avión, luego de terminar los cuentos de Horacio Quiroga, comencé su lectura. Descubrí un thriller narrado con la maestría de las grandes novelas. Villoro escribe una prosa aterciopelada, en la frontera donde la narrativa comienza a coger la lírica de la poesía: muy legíble y a la vez deleitable.

Simultáneamente, Villoro tira hipótesis para explicar la realidad de la novela, que es -o fue- la realidad del México justo después del triunfo de Fox en la presidencia de la República. Y eso es territorio del ensayo. Posiblemente las novelas deben ser ensayos de esa realidad que la obra propone. Por traer un ejemplo: ¿Qué tal si la guerra que mantiene el narcotráfico en México es una reiteración involucionada de la guerra cristera?

El triunfo democrático del PAN fue un retroceso social. El regalo de la democracia sólo fue posible con el sacrificio de los magros avances sociales de la Revolución Mexicana. Y tuvimos de vuelta a un clero católico enloquecido y un pueblo sediento de milagros televisados. Ambos, junto con las televisoras, invistieron al Papa, Juan Pablo II, de un aura mediática. Televisión, narcotráfico e Iglesia católica, tres negocios prósperos y tan cercanos entre sí, y al poder, que preferimos ignorarlo (el asesinato del cardenal Posadas es fiel reflejo de ello).

Y paranoias. Como buen thriller, la paranoia es esencial: ¿quién quiere hacer daño al protagonista? ¿quién lo ayuda? ¿a quién ama Julio Valdivieso, el protagonista? ¿quién lo ama? ¿quién le guarda rencor? Y es que, como la misma novela lo dicta, en México es imposible saberlo, porque allí la caridad engendra odios. Los amigos, su familia, la policía, la televisión, el escritor que su esposa traduce, hasta las sirvientas son evaluadas bajo esta óptica deformada:

Esas pinches mujeres se pasan la vida contando chismes, nunca de ellas sino de los patrones. (página 225)

José Ramón Ruisánchez Serra dice que El Testigo es una "ficción archívica”, donde los cambios en el presente obligan a una relectura del pasado. Es decir, en los primeros capítulos encontramos a Julio que regresa a México y nos muestra pinceladas de su pasado, un pasado estático, casi trivial, pero con respecto avanza la novela, y Julio se topa con la nueva dinámica de su entorno, es obligado, una y otra vez, a analizar de nuevo su pasado, a unir puntos, a llenar huecos y recomponer supuestos.

Y así sucesivamente hasta que el pasado es una criatura mítica que exige sacrificios humanos. Julio, testigo exangüe de caos nacional, opta por la solución de Eróstrato: reducir a cenizas pasado para que nadie lo abandere.

La novela se mueve en tres bandas: por un lado la revalorización del poeta Ramón López Velarde, por otro la historia familiar de Julio, y por último el thriller en sí, donde gente muere y todos sospechan de todos.

Y Julio es un testigo. En su calidad de no-pertenencia, no es ni extranjero ni nacional, Julio es capaz de mirar, simultáneamente, con sorpresa y naturalidad ante singularidades de un México irresoluto. Y ese testimonio es el que se transmite en la novela.

Por último, el amor. Primero está Nieves, el amor prohibido y frustrado de su adolescencia, quien marca su destino de hombre sin auto-determinación; luego Olga, la chilena exiliada que es el símbolo del deseo inalcanzable, así como Lola, la española voluptuosa con quien sólo se atreve a coquetear; está su esposa Paola, italiana, traductora de escritores latinoamericanos, hija de un profesor de Julio. Paola representa el canon, la belleza típica europea, la familia modelo típica, la hoja de ruta sin complicaciones. Y finalmente Ignacia, la mujer rota del desierto, enjuta por el hambre, con notables cicatrices en el cuerpo y en el alma. Ella me encanta, porque representa en el protagonista una ruptura, cuando decide tomar las riendas, encarar su realidad y arrojarse a sus decisiones. Es sexo acompasado, es silenciosa aceptación mutua, es un "yo te elijo sobre todos/todas los/las demás".

Villoro dice en una entrevista para La Jornada:

Por otro lado, hay un gusto por la belleza castigada, no la belleza canónica que nos ofrecen los anuncios de shampoo, sino la belleza vulnerable. Con esto no quisiera yo promover un gusto esperpéntico, pero sí creo que es mucho más atractiva la percepción física que se humaniza con algún defecto, con algún padecimiento, con alguna dolencia. Nos podemos vincular con la gente mucho mejor por sus heridas.