Teibol

El jalón arrastra tu sonrisa hasta el escenario.
Un guiño se escapa al estudiante de la mesa lejana,
revolucionado y jarioso como sátiro perdido.
¿Traerá dinero o será un muerto de hambre más?

Tacones como armadura. Perfume de frutas maduras.
La luz estroboscópica brilla al contacto de tu cuerpo,
delatando las manchas de un vestido sin lavar.
¿Volverás a caer está noche? ¡Qué risa, imbéciles!

Atraviesas el escenario cruzando las piernas con fuerza,
siguiendo el ritmo machacón y pendenciero de tus caderas.
Acrobacias. Giras apoyada sobre el protagonista de la noche:
Tubo pringoso y menganbreado por media docena de predecesoras.

Finaliza el primer movimiento. Ahora el vestido debe caer.
Manos sucias, frenéticas y torpes. Dedos de asco y miedo.
La última infección dobló tu deuda con El Licenciado.
Hay que abonarle esta noche. Por la maicena y las bubis.

El pendejo de la esquina, que huele a ron y a cebolla,
se abalanza sobre ti y se prende a tus muslos.
Sueltas una coz y sorprendido, vomita sobre el escenario.
Un guarura aparece. Lo empuja y le saca el dinero de su cartera.

Termina del segundo movimiento y al menos sigues en pie.
Una corbata se acerca. Hueles su dinero y frustración.
Dejas que repose su anillo sobre tus nalgas.
Ríes aunque no escuchas. Quiere un baile privado.

Dentro de la cabina una luz blanca los sorprende.
Él descubre la cicatriz que dejó tu hijo al nacer.
Te mira con repugnancia y huye decepcionado.
Regresas al camerino sin ganancia alguna.

Necesitas de otra línea pero no la puedes pagar.
El Licenciado y el pánico se aproximan. Tiemblas.
Deposita una rosa en tu regazo y una sonrisa endemoniada.
De parte del estudiante. Chíngatelo.