16 March, 9:13am

27 horas después en casa de mi padres. Salí el viernes pasado a las 5am de mi piso en Coruña, tomé un taxi que me llevó al aeropuerto de Alvedro. Volar intercontinentalmente requiere de virtudes insospechadas: tener una constante sensación de urgencia y a la vez tener la paciencia de Job. Y con esa misma paciencia esperé a que abrieran las ventanillas de Spainair. Un café sirvió de lubricante de las manecillas del reloj. Luego pasar por el arco de seguridad. Tantas veces mis huesos han sido escrutados por esos dispositivos que ya los tengo bien calibrados y puedo pasar de manera tan diáfana como un alma pura por las puertas de San Pedro. El problema siempre es la paciencia, paciencia por aquellas almas que les pita el arco por más oración y ayuno impuesto.

Y así volé a Madrid. Y esta vez volví a llegar a la terminal 2. Lo que es un coñazo por que estoy acostumbrado a la T4, conozco sus reflejos y sus cadencias. La T2 es terreno ignoto, y la premura lo trocó en pesadilla. Tuve que salir de la zona de tránsito, subir a la ventanilla de Air France, y sacar mis nuevos billetes: Madrid-París, París-México. Qué asco: París. Al menos mi equipaje ya iba en el proceso, lo cual no es menos preocupante, ya que cuando me perdieron mis maletas, fue en una situación como esta.

Otra vez pasar por el arco. En Barajas, T2, la puerta de acceso E: sólo un arco habilitado. Pero me sentí afortunado: había alcanzado y rebasado a un contingente de jubilados. De nuevo la transición urgencia-paciencia. Otra vez hacer cola. Ubiqué mi puerta de embarque y a esperar. El avión iba lleno. Me tocó junto a un jovial profesor de universidad, radicado en Alemania, con quien charlé sobre las amenaza a la privacidad que implican Google y Facebook.

Ahora en el Charles De Gaulle. Desembarcar, ubicarse, buscar destino, correr. Esta vez tuve que cambiar de terminal y para ello hubo que tomar un bus. Mi alma fue otra vez escrutada por la pupila omnisapiente del arco. Me estaba meando. En cuanto vea mi puerta de embarque a la distancia, buscaría unos servicios. Así fue. Cuando salí aliviado y distendido, caminé lentamente hacia el final de edificio, donde se divisaba mi puerta de embarque. Vi a una chica agitando los brazos al aire. ¡Joder! Estaban cerrando el embarque. Corrí.

Ubiqué mi asiento: en medio de dos tíos. Mierda, once horas rodeado de testosterona. Bueno, en realidad es mucho mejor que con la señora gorda dos asientos adelante. El tío que le había tocado a su lado rogó para que lo reubicaran. La señora, apenas crucé a su lado, sudaba a chorros y jadeaba. Ya en mi asiento, el chaval que me tocó a la derecha era de maneras afables y discretas, en cambio el de la izquierda, era un teutón inmenso, nervioso, agitado, moviéndose constantemente, y no hablaba, sólo mujía con enfado a la menor petición.

Un par de veces el chico de la derecha, me pidió salir a estirar las piernas, mientras el teutón dormía. Yo volteaba preocupado "I won't disturb him. I don't wanna be beaten in a flight", mientras nos cagábamos de la risa. Pero al final lo despertábamos y de un bufido lleno de fastidio nos dejaba salir a caminar al pasillo.

Ví un par de películas. La más relevante fue An Education. En primera por que me enamoré de Carey Mulligan, en segunda por la historia (me encantó, me conmovió) y en tercera por una frase al final "One of the boys I dated, and they were boys, suggested that we go to Paris and I said I'd always wanted to see Paris. As if I'd never been!". ¡Sí! ¡esa es la actitud!

Mi problema con los vuelos intercontinentales son las últimas 3 horas de las 11 que dura. Ver el mapa como vas recorriendo de norte a sur a los Estados Unidos, y sentir que el avión no avanza cuando pasa de Chicago a Cincinatti. Como no podía dormir, me noqueé con tres cervezas y un tintorro.

Finalmente aterrizamos en el AICM. Salí del avión fastidiado, acalorado, con ganas de llegar a un destino, sin importar cuál. En el gusano noté a una chica rubia, chaparra, tetona, súper delgada, cara de caballo, desproporcionada a todas luces, de ojos exageradamente grandes y claros. Hablaba a gritos: "¡La gente se nos debía quedar mirando raro por que a todos que los que pasaban les decíamos hors!" Yo supongo que decía hors, en francés, pero tal vez sólo escuché mal. Pensé "Otra niña pija pendeja. Dios, dame paciencia." Salimos lentamente del gusano, ya que agentes migratorios iban revisando el pasaporte al salir. Sí, yo tampoco entiendo esa tontería.

Luego pasar migración. Por suerte, en esta ocasión había poca gente. Pasé al módulo y el funcionario mientras me sellaba el pasaporte, detuvo su trabajo, por voltear a ver a la chica desproporcionada y de sonrisa fingida, y exclamarle con zalamería "¡adiós Anahí!". No pude contenerme y me cagué de risa para luego preguntar "¿esa pendeja es Anahí?", "sí ¿tu crees? viene en el vuelo de París ¿no?", "sí... no mames güey, de verdad que la televisión hace milagros". No sé si escuchó mi conversación con el agente migratorio, pero al salir, me crucé con ella y su séquito de lacayos y cruzamos miradas, la suya no era muy amigable que digamos.

Fui por mi equipaje. ¡Sí! ¡llegó! Pasé por la declaración fiscal, me tocó verde en el semáforo y salí. Ahora a tomar el bus que me llevaría a Celaya. "No hay joven. Sólo a Querétaro", declaró el expendedor de los billetes. Ni pedo. En Querétaro transbordaría, nada del otro mundo. Otras cuatro horas más de viaje.

Puse mi SIM de Telmex en mi N900 y ¡funcionó!