25 December, 5:22pm
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Víctor JáquezAntier, dado el tiempo libre impuesto, decidí sumergirme en las temibles aguas de Facebook. Desde hacía tiempo veía con desdén y suspicacia a este sistema: había escuchado y discutido historias del uso poco ético de toda la información privada vertida en esta red social, las historias sobre las siniestras mentes que están atrás de ella, de las oscuras intenciones y más oscuros personajes que controlan y dirigen su desarrollo. Sin embargo, por otro lado, más y más amigos se suscribían a Facebook y el acabose fue cuando N. me dijo que E. y G. eran usuarias y mantenían su perfil actualizado... ya no pude contener la curiosidad y me suscribí.
La cosa es francamente enviciante: cada vez quieres saber más, tener más, relacionarte más, encontrarte con gente de quien habías perdido contacto hace siglos, gente a la creías no volverte a topar en tu vida; encuentras nuevos modos de interacción y contacto que te abruman y alimentan la curiosidad...
Después de descubrir Facebook y entrever sus posibilidades, me pregunto si un blog seguirá siendo vigente. Tendrá caso mantener un sitio para tu exhibición personal, con toda la plétora de widgets & gadgets que ofrece un CMS tipo Wordpress o Jaws, o lo mejor será olvidarse de ellos y ser parte de una comunidad virtual compleja, imperialista y colonizadora, subyugante y deliciosa como Facebook.
La otra idea que finalmente se asienta en mi cerebro, es el concepto de Mugshot, donde se vislumbra una web 2.0 como un conjunto de comunidades en linea de propósito particular, ofreciendo métodos de vinculación de información con terceros, donde un individuo pertenecerá a distintas comunidades y su perfil completo es la unión de la información de cada una de estas comunidades.
Pero hay un problema sobre estas redes sociales: se afianzan en su monopolio, todos deberíamos usar una y nada más para poder estar en contacto con la mayor cantidad de gente posible. Sin embargo esto daría un poder aterrador a quien tenga acceso a toda esa información. Y la pregunta surge sonoramente desde el principio, con cada vez más revuelo: ¿hasta dónde termina nuestra privacidad y comienza la vida en línea? ¿A cuánta privacidad voy a ceder a cambio de mantenerme en contacto con más gente? ¿Qué tiene preponderancia: el individuo o el grupo?