3 April, 12:58pm

Estoy leyendo a Bukowski. Aunque estoy convencido de que hay lecturas positivas que te ayudan ha vivir, y hay lecturas negativas que te oscurecen el acto existencial, creo que es necesario mirar en ambos sentidos. Hay que ser higiénicos y hay que embarrarse en lodo de vez en cuando. Bukowski es chapotear en fango: divertido, sarcástico, irónico, deprimente, destructivo, nada para tomarse en serio. La receta es la misma: pobreza, alcoholismo, mujeres-carne, el heroísmo en el vacío existencial.

Ayer iba cruzando la Macro Plaza cuando me topé con unas piñeras adolescentes... temo que tendré que explicar qué es un piñero en el argot regio. Monterrey tiene el orgullo de decirse que es una ciudad trabajadora, que hay mucho jale para todos, y la pobreza es algo mal visto, ya que no habría razón para que hubiera, y mendigar es, más que un acto de desesperación, un acto de holgazanería, huevonada que no debe ser tolerada. Por lo tanto, el fenómeno sustituto son los piñeros. Un piñero básicamente es un pordiosero arreglado, sin vistos paupérrimos, que con toda amabilidad exige tu atención y te cuenta una historia apelando a tu compasión, generalmente es alguien que vino de algún pueblo cercano a la zona metropolitana y por una desgraciada eventualidad se quedó sin dinero para su pasaje de vuelta. Hay otras historias más originales, pero son las menos.

Cuando llegué a la ciudad, caía muy seguido en el juego de los piñeros, pero hasta que me enteré de la costumbre y ahora los ignoro desde un inicio. No obstante, ayer por la tarde, al toparme con las piñeritas, después de solicitar mi atención y luego de ver mi silenciosa negativa, la directa petición de "un peso", continuaron con expresión que me pareció más honesta que lisonjera y me agradó: "Amigo, tienes un pelo muy padre... déjatelo crecer más". Les respondí con una sonrisa y un "gracias".

Sí, hace tiempo que no voy a una peluquería y traigo el pelo razonablemente crecido. En últimas fecha he dudado en ir a cortármelo o dejarlo a su voluntad. Recordé la preparatoria, corría la primera mitad de los años 90s. El grunch se imponía en la juventud y Kurt Cobain era el epítome de lo cool. Su melena rubia y lacia, caídos sobre los ojos, su mirada perdida, su andar harto de la sociedad, era el modelo a seguir. Fue en esos días cuando me aventuré por primera vez a dejarme el pelo largo. Y el recibimiento a mi osadía fue más bien amargo. "¡Pero te peinas cuñao!" era el grito que escuchaba cotidianamente aludiendo al comercial del incipiente IFE.

Dicen los entendidos que la etiología de la autoestima proviene de los demás, de los otros con quienes convivimos y en su trato nos dan cuenta de su percepción hacia nosotros, y de esa imagen reflejada formamos la idea de nosotros mismos. Es decir, si nos dicen que somos inteligentes, compramos la idea y nos sabemos inteligentes; de igual manera si nos dicen que somos flojos, mediocres, feos, irresponsables, etc. Entonces, por un tiempo viví convencido de que tenía un cabello feo. Pero, al tomar uso de razón y desafiar las prejuicios que tenía de mi mismo, me di cuenta de lo chido que es mi pelo: tengo años sin tomar un peine por que no lo necesito, se acomoda a todo, es espeso y lleno de caprichosos rulos cuando lo dejo crecer.