mi blag

9 October, 3:31pm

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Víctor Jáquez

A mediados de agosto visité la ciudad de Nueva York. Impelido por la curiosidad, aprovechando la amistad y la hospitalidad de A., además de la continuidad de un visado infrautilizado, tomé una avión con escala de una semana en la Gran Manzana hacia mi destino final a México.

No sabía qué esperar de mi visita, si una ciudad de moda como se vende Sex and the City, o por el contrario, una ciudad caótica con en The incident. Bueno, creo que encontré lo primero, cosa que realidad me desilusionó: una ciudad poblada por *mirreyes y lobukis*.

Una de mis primeras visitas fue la exageradamente explotada atracción turística de la Estatua de la libertad. No hay mucho que decir al respecto ya que todo el mundo la conoce. Sólo que, de manera presencial, es mucho más pequeña y modesta que lo que su histórica publicidad sugiere.

Manhattan

Sin embargo, lo que más me gustó, lo que más me llenó con una idea embriagante de la ciudad de Nueva York, fue la visita, meramente complementaria a la famosa estatua, a la isla Ellis.

Desde que radico en España, el concepto de migración ha paseado ocasionalmente por mis pensamientos, con la pregunta ¿soy un migrante? La respuesta obvia sería que sí porque mi cuerpo está en un país distinto al que nací. Sin embargo, no estaba convencido del todo, y el museo de la isla Ellis me ha hecho dudar aún más.

Al caminar por los pasillos del museo, al escuchar las explicaciones de las audio-guías, tuve un vistazo de lo significaba emigrar en aquellos años: dejar atrás tu familia, tu tierra, tu mundo, sabiendo que muy probablemente jamás los volverás a ver ni a saber de ellos, y embarcarte en un buque con destino desconocido, motivado únicamente por una casi supersticiosa esperanza. No había ni teléfonos, mucho menos internet. Emigrar implicaba una adaptación total al nuevo ambiente, involucrarse con él, olvidar lo que se era y comenzar de nuevo, en una especie de tabula rasa.

Pero ahora tenemos voz sobre IP, tenemos Facebook, correo electrónico y un largo etcétera. Ahora podemos darnos el lujo de cambiar de residencia sin jamás emigrar. Estamos a miles de kilómetros de la tierra que nos vio nacer y crecer, pero en realidad nunca la hemos dejado: seguimos atentos a lo que ocurre allá sin nunca involucrarnos con la comunidad en la que residimos.

Y así nos convertimos en seres que tienen el corazón en un lugar y el resto en otro, incapaces de estar y vivir completos, dispuestos.

Manhattan

Regresé de la isla con el sentimiento de haber encontrado el verdadero Manhattan, la ciudad de emigrantes, donde el soneto de Emma Lazarus reverbera en su espíritu. Pero tan pronto como pisé el bajo Manhattan, aquella sensación desapareció, de nuevo la pedantería junto con el turismo superficial.

No obstante H. y G. me salvaron de aquella impresión al llevarme al McSorley's Old Ale House, un lugar donde me reencontré con esa Nueva York trabajadora, migrante, bruta, honesta. "Be good or be gone" advierten a los parroquianos desde hace más de ciento cincuenta años. Cerveza casera con dos opciones: clara u oscura. Para picar, sólo hay crackers con queso y rodajas cebolla cruda. Tal cual: espartano, austero, sin presunciones, como las manos que construyeron a ese país.

Ahí, cabe mencionar, compartimos mesa con unos cowboys de Colorado que no cabían en su asombro al enterarse que jamás habíamos disparado un arma de fuego, ni cazado a un animal con ellas. La gringolandia profunda sin duda alguna.

Manhattan

Pero vuelvo a mi pregunta original ¿en este mundo hiper-comunicado, aún se puede ser emigrante? ¿aún se puede adoptar y ser adoptado por una comunidad? ¿aún se pueden cortar las cuerdas de nuestro pasado y recomenzar con tabula-rasa? Y en última instancia ¿qué diablos significa ser un ciudadano del mundo? ¿puro desarraigo tal vez?

Por lo demás, de Nueva York, además de lo ya prostituido, me quedo con muy poco más: los bares del Lower East Side, la fauna nativa del subterráneo, la familia de A. y la tarde de domingo con sus amigos de White Plains.

La humanidad bien puede vivir sin la 5th Avenue, sin el Rockefeller Center, Times Square o Wall Street. Pero jamás podrá sobrevivir sin el trabajo duro y honesto de la gente, sin el sacrificio de los verdaderos migrantes.

Manhattan