Báltico 2012
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Víctor JáquezComo comenté anteriormente, ¡estoy en Helsinki! Y la experiencia me ha gustado mucho. Nunca había visto nevar tanto, ni tampoco ver tanta nieve junta. Así que he pasado por la maravilla de la nieve fresca, blanca y suave, a la asquerosidad del barrizal que se forma posteriormente, pasando por las aceras con hielo que derriban a cualquier al mínimo descuido.
También pasé por la experiencia de descubrir que pasear por la calle a -2 C es bastante cómodo. Y cómo no, tuve mi iniciación finlandesa: que un borracho en un bar te invite caballitos/chupitos (que cuestan mucho dinero acá) de algún licor a cambio de una breve compañía y hasta, tal vez, mínima conversación.
Y claro, la extrañeza de ver tanta rubia por las calles. Y no digo que todas sean atractivas, que hay de todo como en todos lados, pero la curiosa notoriedad de que en su mayoría sean rubias.
Otra cosa que me sorprende es que me he sentido muy cómodo entre los finlandeses. Serán muy cerrados y callados, pero en ningún momento me he sentido alienado, como me ha pasado otros países, por ser extranjero. Tal vez sólo sea cosa mía en realidad, pero así lo he sentido. He ido a nadar y al sauna públicos, he paseado por las calles de noche solo, y me he sentido tan a mis anchas desde el primer día. Es una sensación que me gusta.
Sin embargo, la sensación más extraña es lo poco que dura la luz del día: a las cinco de la tarde, la oscuridad es cerrada. Mi cuerpo dice que ya es hora de dejar la oficina e irse a descansar, no obstante, el reloj dice que me faltan cuatro horas más de para terminar con la jornada laboral.
El sábado pasado fui a las dos islas más grandes de Suomenlinna, una fortificación que es parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Apenas me pude imaginar lo que era estar ahí en tiempos de guerra, con aquel frío, con aquella marcialidad, en medio de tanta muerte y miedo.
Y luego, el domingo, ¡fuimos a Tallin! La capital de Estonia. Su barrio antiguo, también Patrimonio de la humanidad, es una belleza. Es internarse en la edad media. Y ahí comimos en un restauran que imita en casi todo a un mesón medieval báltico: velas, todo de madera, música de juglares y la comida hecha con recetas medievales, es decir, nada de ingredientes traídos del América como la patata, el tomate o el maíz. En su lugar había trigo, col y carne de animales de cacería. Pero lo mejor, lo más grande, es su cerveza negra con miel... yumi...
La fama de las chicas de Estonia es bien ganada veraz: son rubias de rasgos muy finos, casi como barbies. Seguramente en verano debe ser asombroso, pero ahora en invierno únicamente podía verles el rostro ya que el frío no permite ningún tipo de destape.
Por un momento pensé cambiar mi plan de vida: mudarme a Tallin, conocer a una estona, ???, y vivir felices para siempre... Pero bueno, el problema siempre está en los paso mágicos designados como "???".
A Tallin nos fuimos en ferry. Dos horas de ferry, las cuales, tanto de ida y otras tantas de vuelta, las pasé dormido. Sin embargo, me sorprendió casi no sentir ningún vaivén que yo esperaba de una embarcación. Así que supongo que del calado de un barco dependerá el tipo de oleaje que puede surcar sin sentir el mareo clásico.
Mañana sábado iremos a Estocolmo, la capital de Suecia. A ver qué tal nos va.