Buen camino

Mi prima me dijo que haría el Camino de Santiago junto con P. e I. Comenzarían a caminar desde Ponferrada, en la frontera entre León y Galicia, que pasa por el camino francés y ese sería su itinerario. Me hubiera encantado recorrer el camino con ellos desde ahí, pero ya tenía compromisos previos, como la cita con la dentista y la asamblea de la empresa. Así que me conformé con encontrarme con ellos en Melide el jueves.

El jueves por la mañana rebujé en mi mochila de viaje la bolsa de dormir, la tienda de acampar que compré el día anterior y un par de mudas de ropa. Al llegar a la terminal de camiones me encontré con D., recién llegado del Perú para asistir a la GUADEC-ES, que se realizaría en Coruña ese fin de semana. D. esperaba a A. con un tanto de impaciencia, ya que lo llevaría a su piso donde se quedaría. Luego echarle un cable, me subí al camión que me llevaría a Melide.

En Melide me encontré con mi prima y con P. en una tienda de ropa. Mi prima compraba una nueva sudadera para sustituir la que había perdido. Pregunté por I. y me dijeron que se había sentido muy mal, ya que la había pillado un fuerte catarro y estaba tan débil que tomó un taxi que la llevara al siguiente pueblo: Arzúa, tanto para ver a un médico como para descansar.

Comimos pulpo a la feira en una pulpeira de Melide (sabrosísimo por cierto) con pimientos de Padrón y unas cervezas. Satisfecha la barriga tomamos el camino.

Descubrí la señalización del camino: las mojoneras, las conchas señalando el camino, las flechas amarillas pintadas sobre árboles, piedras, puentes, siempre marcando la ruta exacta, el giro puntual, la desviación precisa a tomar. Las veredas son preciosas, el verdor está por todos lados y el clima fue benévolo: un sol radiante durante todos los días, con cielo azul y nubes juguetonas.

En las mojoneras que indican el número de kilómetros que faltan para llegar a Santiago de Compostela son especiales, casi divinas, ya que hinchan el ego a ver los kilómetros que tus pasos han soportado y que la ciudad del apóstol está cada vez más cerca.

El ambiente entre los peregrinos es, la mayor parte del tiempo, magnífico: camaradería, cordialidad, solidarios y risueños. Al reconocerse como peregrinos, siempre había una mirada sonriente diciendo “buen camino”. Se conversa poco por el camino, lo agotador de la jornada perdía el silencio, sin embargo, algunos cúmulos de peregrinos, sobre todo los que más en alto llevan su identidad católica, entonan canciones perturbando la meditación pero alegrando el corazón (bueno, así lo sentí al principio).

Camino de Santiago

Se oían voces de que todos los albergues estaban a tope y según I., con quien nos comunicábamos seguido, todos los albergues dentro de Arzúa estaban saturados. Al llegar al albergue de Ribadiso da Baixo decidimos acampar ahí. Y fue una sabia decisión: es un lugar precioso, con un riachuelo, amplias duchas con agua caliente y un restauran de aldea justo al lado.

Después de montar la casa de campaña fuimos a cenar a dicho lugar. Mientras bebíamos una copa de vino tinto, un francés se sentó a mi lado y comenzó a platicar con mi prima, quien sancocha el idioma francés y se podían entender. Yo, aunque no podía participar en la conversación, me enteré de buena parte de ella: Se llama Jacques y es escritor. Escribe precisamente sobre el Camino de Santiago, el cual ha hecho cada año durante los últimos once. Acaba de publicar su libro y prepara un segundo sobre el mismo tema. Pelo largo entrecano, dientes podridos y aliento similar, fumador insaciable y originario de Baiona, en el País Vasco Francés. Hablaron del camino, del proceso que sigue el individuo durante él, sobre las impresiones, los peregrinos y otras cuestiones del alma que seguramente, aun en castellano, no hubiera podido o querido entender.

Nos fuimos a acostar.

A la mañana siguiente nos costó trabajo levantarnos y al terminar de desmontar la tienda, todos nuestros vecinos ya se habían marchado. Y caminamos hacia Arzúa, ciudad a la que llegamos temprano y después de pasar por un supermercado, seguimos de largo. I. se había marchado desde temprano y, por arte de magia, ya estaba en Pedrouzo aguardándonos, con la advertencia de que el lugar se estaba llenando de peregrinos y que estaban ya habilitando el polideportivo como albergue.

Durante el camino pasamos por una hermosa floresta, donde a lo costados del camino había coloridas flores violetas y rojas, aquél parecía un jardín del Edén, en el cuál sólo podíamos pasar de largo, aunque la tentación de quedarse ahí por el resto de la existencia era avasallante.

Camino de Santiago

Me encanta la memoria, me encanta que sea selectiva, que sólo sea capaz de almacenar de manera consciente las cosas bonitas, o es más, de adornar el recuerdo de manera que se vuelva algo placentero y gracioso. Ahora me cuesta recordar el dolor en mis pies, el peso de la mochila, el polvo escociendo los ojos, el calor agobiante, las madrugadas frías y húmedas.

Llegamos a Pedrouza. La gente hacía en cola para entrar al polideportivo, cual aun no abrían. I. ya estaba casi al inicio de la fila y al verla se abrazaron y se alegraron mucho de reencontrarse en el camino. Me la presentaron, ya que no la conocía personalmente y fue cuando la rechifla comenzó: la gente haciendo fila sospechó de que nos colaríamos y gritaron. Mi prima les intentó explicar pero sólo la rechifla se incrementó. Yo me encabroné. Buscaría otro lugar para pasar la noche. Mi prima me acompañó a preguntar por un lugar donde dormir y nos mandaron a la iglesia del pueblo, que aguardáramos por el sacerdote y le preguntáramos si podíamos acampar allende a la iglesia. Mientras esperábamos al cura, veíamos llegar más y más peregrinos con similares intenciones. Pero los más sorprendente fue el grupo de Lituanos, quienes venían en peregrinación desde aquél país, cargando una cruz de más de dos metros de alto con un Cristo crucificado, además una señora, entrada en años, llevaba cargando una imagen de la virgen María. Al encontrar una iglesia entraban cantando y oraban. Todos iban vestidos con ropajes muy austeros y calzados con duras sandalias. El séquito estaba formado por varios hombres y mujeres y entre ellas dos chicas que parecían ángeles, dos eslavas de cabellos rubios, ojos azules y profundos, mejillas sonrosadas. Con una de ellas, la más atractiva, conversamos en inglés y nos dijo que su compañera era la única que sabía español por que había vivido 9 años en México. Deseé platicar con ella, de su visión de México, quería conocer todo de ella, pero al ser la única interlocutora de su grupo, estaba muy ajetreada intentando localizar al sacerdote para dar alojamiento a su grupo, así que preferí no importunarla.

Otro personaje fue Suni, un sudcoreano que había comenzado a caminar desde la mitad de Francia y su objetivo era llegar a Finisterra. No hablaba castellano así que dependía de la amabilidad de los peregrinos que pudieran traducir sus necesidades a los locales. Suni estaba confundido en Pedrouza, al igual que el resto de los peregrinos, sin saber donde pernoctar, además estaba agotado y ya no podía seguir caminando.

Al final todos pudieron entrar al polideportivo. Pero yo seguía encabronado por los reclamos de los de la fila, además me encontraba muy fresco y al sol todavía le faltaban algunas horas para que se ocultara, y vi como grupos de peregrinos seguían su camino rumbo a Monte do gozo. Me despedí de mi prima y seguí caminando, ahora en solitario.

Durante la víspera había pensado en la Santa Compaña, en las meigas, y había entendido por que las tierras gallegas bien pueden alimentar estas visiones. Al salir de Pedrouza adelanté a un grupo de chicos que alegremente iban también haciendo el camino. Este grupo me hizo recordar los grupos de juventudes católicas a los que brevemente pertenecí durante la preparatoria que hice con los hermanos maristas. Y para no variar, había chicas muy atractivas en el grupo, sobre todo una morena que llevaba unos pantaloncillos cortos que dibujaban un trasero perfecto. Pero pronto me cansé de ellos, de su católica alegría, de sus cánticos y sus gritos llenos de confianza rayando en la arrogancia. Lo patético de la adolescencia es carecer de personalidad y sustituirla con modelos de comportamiento comercial, de glamour televisivo. Así que en un instante sólo tuve deseos de alejarme de ellos, y los visualicé como la Santa Compaña, de la cual tenía que alejarme para que no me arrastraran a sus infiernos. Así que caminé tan rápido como podía. Pero jamás pude adelantarlos lo suficiente como para dejar de oír sus gritos infernales y sus cánticos satánicos.

Y fue así como entré a la tierra Compostelana: huyendo de la Santa Compaña.

Camino de Santiago

Pero el cansancio me forzó en descansar bajo un puente y la Santa Compaña me dio alcance. Y me adelantó. Resultó ser mejor así.

Al llegar a una fuente volví a descansar y un grupo de Scouts italianos descansaron junto conmigo. Y estos Scouts se convirtieron en mis compañeros de camino, de la última milla. ¡Ah! los Scouts, fueron una presencia remarcable en mi infancia y recordé el por qué: el líder, el grupo, los valores cristianos, la cercanía con la naturaleza y la aventura. Mi yo ateo e iconoclasta tuvo que irse de paseo, a cambio de un poco de compañía y apoyo para encontrar un lugar donde dormir antes de la ya muy próxima noche.

Cantaron un par de canciones, charlaban, reían, y yo iba fascinado escuchando su chispeante italiano. Carmine, al parecer el guía, me hablaba en un inglés con mucho acento y se esforzaba por ser atento y cordial conmigo, cosa que he de decir, me complacía.

La tarde caía y no encontrar un lugar apacible para dormir me inquietaba. Finalmente encontramos un camping cerca de las oficinas de la TVG y la TVE. La idea original era llegar a Monte do Gozo, donde hay un enorme albergue para los peregrinos que llegan a la ciudad, pero faltaban algunos kilómetros para llegar, y la noche se cernía sobre nuestros ojos, y las ampollas nos gritaban que parásemos. El grupo de Scouts entraron titubeantes al camping que, para mayores señas, hondeaba orgulloso una bandera de Portugal. Lusistas, pensé, ojalá mi limitado gallego pueda servirme de algo.

Dicho y hecho, tuve que fungir como traductor, aunque de manera muy peculiar: el dependiente insistía en querer hablar italiano, pero que al final no se hacía entender en ninguna lengua, porque ni siquiera a sus pensamientos ponía orden. No obstante, después de muchos dimes y diretes acordamos el precio de cinco euros por cabeza, gracias al hábil regateo italiano. Los Scouts, que no llevaban tienda, se instalaron en una deshabilitada cafetería al fondo del camping, mientras que yo me monté mi tienda en la cual dormí como dios a mis anchas.

A la mañana siguiente, me volví a despertar tarde y los Scouts partieron antes que yo, no sin previamente avisarme. Yo con toda calma desmonté en chiringuito, empaqué, me arreglé y salí en busca de un lugar donde tomar un café y algo de bollería.

Subí el famoso Monte do Gozo. Al bajar me dio gusto ver pintas diciendo “Galiza Atea”, por fin algo de sanidad, pensé. Y finalmente llegué a Santiago de Compostela. Me eché en el suelo de la Plaza del Obradoiro para descansar y tomar el sol, junto con muchos otros peregrinos.

Camino de Santiago

No fue hasta la tarde y después de haber dejado en recaudo mi mochila, cuando me reencontré con mi prima y compañía. Se había registrado en el albergue de Monte de Gozo para pasar la noche siguiente ahí y poder ver el espectáculo del Obradoiro sin preocupaciones de llegar a Coruña. Estuvimos en dicha plaza esperando por horas para ver el espectáculo pirotécnico y de luz y sonido que no decepcionó a nadie.

Regresamos al albergue terminada la exhibición, no sin antes pasar por un bar donde nos zampamos un par de bocatas enormes y yo bebí una cerveza anunciada como 100% gallega, la cual estaba buenísima, estilo de abadía como las belgas.

Al día siguiente regresamos a Santiago a caminar entre las multitudes que querían besar al santo, perfumarse con el botafumeiro o simplemente santiguarse con auga bendita. Regresamos a comer en el mismo bar donde habíamos cenado la noche anterior, ahogando el cansancio con dos buenas botellas de vino tinto junto con una copiosa comida.

Esa misma tarde nos despedimos de I. quien tomaría un camión para visitar a sus amigos en Bilboko, mientras que nosotros tomamos el tren rumbo a Coruña. Hogar dulce hogar.

Bueno, en realidad yo sólo fui a medio dormir y armar mi maleta para irme a La Haya, donde fue la GUADEC 2010. Pero esa es otra historia.

Por mi parte, tengo la intención de hacer en forma y completez el camino francés a Santiago. Realmente es una gran experiencia. Sólo que esperaré al siguiente año que ya no es Xacobeo y evitaré la canícula del verano.