Otra vez de viaje

Ahora fui de nuevo Monterrey el sábado pasado, para regresar el domingo, a sabiendas que este sábado volveré a irme. El motivo fue la boda de Arturo y Ericka. Me fui el viernes con Chuy y Adriana para salir el sábado temprano. Primero fuimos por unas cervezas y unos tacos. En la noche me quedé dormido viendo El lado oscuro del corazón. Me gusta mucho esa película, pero no es para verse con sueño. Al día siguiente salimos a las ocho de la mañana.

El camino fue sin mucha novedad, salvo que en un retén de federales el comanche nos inquirió de dónde veníamos, a dónde íbamos y con qué motivo, al responderle nos preguntó si conocíamos a quien venía en un Mustang. último modelo, color rojo. Lo obvio era que no, no conocíamos a nadie tan farol, pero al emparejarnos resultó ser Jaime. Nos bajamos, lo saludamos, pero el se quedó porque lo habían detenido para una revisión. Después nos enteramos que lo retuvieron media hora en lo que terminaban de revisar un camión. Son una lata. También en la carretera nos encontramos con Panky y sus papás, quienes también iban a la boda. El domingo me regresaría con ellos.

Llegamos a la casa de Miriam, hermana de Adriana, quien vive allá con su marido y recién nacido vástago, Diego. Al parecer está de moda el nombre, ¿será por una determinación religiosa al indio Juan Diego o simplemente la generación Timbiriche que ya procrea? En casa de los cuñados de Chuy causó revuelo un nuevo libro de Denise Dresser y Jorge Volpi. A mi me ha gustado mucho. Tal vez entre en la lista de la próxima ida a una librería. Siguió el ritual de la bañada, arreglada y envoltura del regalo, el cual yo no tuve la prudencia de comprar por que sencillamente se me olvidó.

Pero en el ritual se nos hizo tarde para la ceremonia religiosa y gracias a los mensajes de Norberto llegamos directamente al salón de la recepción. Una edecán nos asignó mesa, todo muy elegante. Yo, en mis arranques de originalidad, me llevé mi nudo minimalista de corbata, el cual no pasó desapercibido, y hasta chuleado por Aurora.

La velada fue tal como la visualicé: sentarse, beber, beber, comer, beber, beber y seguir bebiendo. El whisky rifó la noche.

Los papás de Norberto estaban ahí, los papás de Panky y los papás de Jaime también. El papá de Jaime me recriminó el por qué no le había conseguido los datos del pariente que fue su mejor amigo de la infancia. Yo ni conozco a ese pariente. La gente bailó, yo disfrutaba mi whisky en silencio.

Se juntó en nuestra mesa un compañero de carrera de Jaime, Panky, Silvestre y Chuy, no recuerdo su nombre, pero sí recuerdo con claridad su vocación de cómico, los traía a risa y risa, pero a mi no me interesaba escuchar sus gracejadas. Yo hacía comunión con el whisky. Sin embargo si escuché con atención la copro-aventura de Jaime. Resulta que en la carrera se sintió mal y fué al médico, quien le pidió unos análisis, sí, unos análisis de copro. El día en que tenía listo el paquete, decidió ir a una clase antes de entregarlo al laboratorio. La clase era de dibujo técnico y una compañera que se sentó a su lado, y por quien tenía un crush. Al comienzo de la clase la susodicha le pidió un lápiz y el presto metió la mano a su mochila y la sacó con gran avidez. El problema fue que con su fuerza de decisión, el paquete salió de la mochila dando tumbos, y derramando su nada agraciado contenido en la mesa de trabajo. Cuenta que vió en cámara lenta como salía el botecito, cómo se cayó sobre la mesa, cómo se abrió la tapa y consecuente derrame. Ágilmente utiliza su otra mano como exacta barredora y recoge en un santiamén el accidente para salir corriendo al baño, de donde no salió hasta que la clase terminó.

Yo seguí empujando whisky.

Fue el lanzamiento del ramo. Ninguna mujer se levantaba para llevar a cabo la tradición. Los del sonido tuvieron que vocear personalmente a cada amiga de la novia para que atendiera la suerte. Siete u ocho hicieron caso. En cambio, en la lanzada de la liga, la situación fue muy diferente, gracias a los hermanos de Arturo que hicieron bola y desmadre, animaron a la concurrencia varonil para buscar el premio. ¿Qué normalmente no es al revés? Fue la única ocasión que me paré en la pista.

Panky comentó que se regresaba al día siguiente con sus papás y acordamos que me iría con él.

Silvestre y su esposa Esperanza se retiraron. Norberto y Aurora por igual. Y como Adriana ya cabeceaba, Chuy tuvo que aceptar la retirada. Yo me despedí del whisky con un largo trago.

La mañana llegó y desperté con una dócil cruda. Chuy me llevó al hotel donde se hospedaban los Pankys y comenzamos el camino de vuelta. ¡Qué viaje tan tenso! Cuando conducía Panky, su papá le iba criticando su conducción. En un momento que tuvo que frenar de improviso, la mamá lanzó un grito de pavo que me espantó más que la razón de la enfrenada. Y cuando el papá conducía, Panky se ponía a conversar conmigo con un lenguaje de carretonero que hasta a mi me avergonzaba, junto con los reproches de sus papás. Hubiera sido bueno tener whisky a la mano en esos momentos.