Acerca de la corrupción

Aunque no hay un consenso en su definición, podemos conceder que la corrupción es el abuso del poder con el fin de obtener un beneficio privado, normalmente económico.

No obstante, vivimos en un sistema de producción cuyo objetivo final es exactamente ese: ejercer el poder a mano para obtener beneficios privados.

La linea que separa la corrupción de la actividad económica normal es la delgada y porosa legislación vigente.

Pero la legalidad está dictaminada por la ideología dominante, y además, se retro-alimenta con el sistema de producción en curso: lo que en la antigüedad era un crimen atroz, hoy es la norma, y al revés, lo mismo.

Podríamos recurrir a la filosofía, buscar una ética idealista, que no esté atada al contexto histórico (cosa muy debatible), pero encontraremos que la mayoría de la actividad económica, por más legal que presuma ser, no se ajustará a la ética, sobre todo si es contraria al beneficio privado: business are business.

Esta contradicción tiene su origen, por lo tanto, en el mismo sistema actual de producción, donde el capitalista busca, constantemente, nuevas formas de romper las cadenas que detienen la libre circulación y acumulación de capital. Y si hay que quebrantar la ley, se quebranta. O se liberaliza.

No quiero decir con esto que la corrupción es exclusiva del capitalismo, pero sí digo que combatir la corrupción, dentro de un sistema de producción capitalista, es como el castigo de Sísifo: estamos condenados de llevar una pesada piedra hasta la cima de una montaña, y justo antes de alcanzarla, la piedra rodará hacia abajo. Es decir, es una tarea vana, por su contradicción intrínseca, imposible de solucionar.

La ideología dominante busca quitarle hierro a esta contradicción, argumentando que es responsabilidad del consumidor forzar el comportamiento ético del productor, a través de las leyes de la oferta y la demanda. Sin embargo, el poder que tiene el consumidor, en la práctica, es nulo. Podrá boicotear ciertos productos y limitados comercios, pero a la hora de hacerle frente a la gran industria, a los centros financieros, a los monopolios, corporativos, etcétera, el consumidor final, individualista y aislado, carece de fuerza. Y como decía el viejo barbón, entre dos derechos iguales, la fuerza decide.

Sisyphus por Tiziano, 1549

Sisyphus por Tiziano, 1549