El asesinato de Trotsky

El verano llegó junto con la densa canícula mediterránea; los compromisos no laborales menguan y las buenas costumbres dictaminan la lectura de novelas gordas. Acaté la tradición y cogí una que tenía en el estante por leer desde hacía tiempo: «El hombre que amaba a los perros», de Leonardo Padura.

Aprender a escribir implica resignificar la lectura, leer con otros ojos, ya no de manera displicente y pasiva, sino escrutando los mecanismos y trampas utilizadas para conducir al lector, por los meandros necesarios, al desenlace. Por tanto, entiendo que para escribir hay que leer y para leer hay que escribir, en espiral ascendente.

Ahora leyendo busco los espejos y sombras con los que me gustaría escribir, y a la vez, me resulta molesto encontrar trucos de mala manufactura o embustes descarados.

Mas la novela cierra con algunas consideraciones sobre la compasión, y creo que su empleo como epílogo es una genialidad, ya que permite terminar el libro, tan cargado de ideología manida, con otra mirada, no desde el derecho de señores, a decir:

… experimentar el exaltador sentimiento de serle lícito despreciar y maltratar a un ser como a un "inferior" -o, al menos […] el verlo despreciado y maltratado. La compensación consiste, pues, en una remisión y en un derecho a la crueldad.

—Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral (1887)

Al recorrer las páginas de la novela me encontré con un personaje del que necesitaba saber más: Sylvia Ageloff, filósofa, políglota y colaboradora tan cercana a León Trotsky, que fue una de las organizadoras de la IV Internacional, a quien la historia ha envilecido como la chica tonta y fea que se enamoró del asesino de su ídolo, y Padura no hace más que repetir este cuento.

Sylvia Ageloff.

Sylvia Ageloff (con las piernas cruzadas) durante los careos con Ramón Mercader (fuente).

Una noche, antes de dormir, googleando a Sylvia Ageloff, me topé con un libro escrito por una mexicana, Maritza Macín, titulado «La falsa esposa», donde narra el asesinato de Trotsky desde la mirada de tres mujeres: Sylvia Ageloff, Caridad Mercader (la madre de Ramón) y Natalia Sedova (esposa de Trotsky).

Aquél conocimiento me recordó al test de Bechdel, y tuve consciencia entonces de lo que me incomodaba de la novela: es una obra sobre tres hombres, narrada por los mismos, dirigida a un lector masculino. Los personajes femeninos no son más que justificantes psicológicos y cosméticos para las motivaciones de los varones, el tropo retórico más gastado.

Test Bechdel

Test Bechdel (fuente)

Me pregunté, a la vez, si por estas mismas razones detestaría las obras de Charles Bukowsky o Norman Mailer, pero no ha sido así, supongo debido a que sus personajes masculinos son tan deformemente egocéntricos, que resultan más bien una parodia a la masculinidad contemporánea.

Uno de los ensayos más importantes que he leído este año es, The real reason fans hate the last season of Game of Thrones. La tecno-socióloga turca, Zeynep Tufekci, propone una explicación tanto al éxito de la serie como a la repulsa de su desenlace. Zeynep sostiene que las novelas de George R. R. Martin y la serie de televisión, son pioneras de una nueva forma narrativa: la explicación sociológica a las motivaciones de los personajes. En la novela del siglo XX, centuria que dio la bienvenida a la psicoterapia freudiana, los motivos de los personajes, para el desarrollo de la acción, fueron justificados por teorías psicológicas, cargadas de sexualidad e individualismo. En cambio,

In sociological storytelling, the characters have personal stories and agency, of course, but those are also greatly shaped by institutions and events around them. The incentives for characters’ behavior come noticeably from these external forces, too, and even strongly influence their inner life.

People then fit their internal narrative to align with their incentives, justifying and rationalizing their behavior along the way. (Thus the famous Upton Sinclair quip: “It is difficult to get a man to understand something, when his salary depends upon his not understanding it.”)

—Zeynep Tufekci. The real reason fans hate the last season of Game of Thrones (2019)

Padura gasta capítulos enteros para convencer al lector de que las motivaciones de Ramón Mercader son psicológicas, resultado de un Complejo de Edipo mal resuelto y de una relación frustrada con África de las Heras. Otra vez, tropos gastados.

Ramón Mercader, Caridad Mercader, Roquelia Mendoza.

Ramón Mercader, su madre, Caridad Mercader y su esposa mexicana Roquelia Mendoza, en Leningrado. Circa 1960 (fuente)

Tengo pendiente de leer al filósofo italiano Domenico Losurdo, en especial su análisis histórico de la figura negra de Stalin. Sin embargo, hay algo que tengo más o menos claro, Stalin bien es responsable de terribles crímenes de lesa humanidad, sin embargo, como señala Losurdo, hay un discurso perverso que insiste en equipararlo con Adolfo Hitler. Este discurso tiene un objetivo claro: olvidar que quien venció a la Alemania Nazi fue el Ejército Rojo, y reemplazar al vencedor por el Ejército Angloamericano en la memoria humana.

Y este discurso lo pone constantemente Padura en boca de Trotsky, recordando el Pacto Ribbentrop-Mólotov, las purgas de los líderes originales de la Revolución Soviética y los juicios de Moscú. Sí, pero no podemos olvidar que quién tomó Berlín por asalto, liberando a la mayoría de los campos de concentración a su paso, fue el Ejército Rojo comandado por Stalin.

Cuando Hegel vio a Napoleón Bonaparte invadir Jena, su ciudad, Hegel le llamó "el espíritu del mundo montado a caballo". Para Hegel, el Weltgeist, la mirada a la realidad sobre la cual se organiza la sociedad, muchas veces toma figura humana: surge un individuo que representa todos los vicios y virtudes de ese periodo histórico. Bonaparte, Hitler, el expresidente mexicano Calderón, George W. Bush. Y entonces se invierte el juicio de ese periodo histórico, se fetichiza: Es el individuo el responsable absoluto, olvidando a la sociedad que se organiza y moviliza de manera para que éste acceda al poder. Así, contamos con un chivo expiatorio, y no un representante de esa parte de la sociedad que lo encumbró. Por tanto, Stalin es el representante el sustrato sociohistórico, económico y geopolítico de su época.

Stalin, Lenin y Trotsky.

Stalin, Lenin y Trotsky en la Octava Conferencia Bolchevique. Marzo de 1919 (fuente)

Quisiera terminar enumerando, al menos, lo que me gustó de la novela: está bien escrita. Padura tiene oficio y me gustó mucho su uso de los adjetivos. Domina el idioma regalándonos constantemente de parejas (sustantivo-adjetivo) sorprendentes, frescas. Me gustaron los últimos dos capítulos, donde un inesperado narrador da una perspectiva final de agradecer. También su descripciones culinarias de la comida soviética y francesa son buenas, aunque eché de menos una descripción de la comida mexicana. Y, finalmente, sus críticas al socialismo real y su derrumbe, tanto en la Unión Soviética como en Cuba, aunque poco pulidas filosóficamente, son necesarias y honestas, ya que crecen desde su experiencia vital.

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