Mademoiselle

Recientemente, al menos en mi memoria, en el taller de poesía, pusieron de manifiesto el carácter pedagógico de mi escritura. Me sorprendió esta revelación. Si bien, desde muy joven tuve consciencia de cierta vocación para la enseñanza, nunca creí que ésta se filtrará en mi empeño por escribir.

Para reforzar esta evidencia, hace unas semanas, chateando con una amiga, luego de una rotunda aseveración, ella contestó, "es el pequeño profesor en ti quien habla".

Un poco desalentador fue reconocer que mi inclinación natural no es buscar la belleza, ni hurgar en valores estéticos, ni la creación artística en sí, sino más bien utilizar un espacio donde impartir cátedra.

Pero es bueno saberlo y reconocerlo. Ubicarse es la única manera de fijar un rumbo.

Mis últimos intentos por escribir han apuntado entonces otros territorios, pero cuando me entrego a la domesticación de la palabra, mi lector imaginario se empeña en ser un aula con gente deseosa por comprender el tema entre manos, y hacía allí, sin proponérmelo, tiendo el puente. ¿Cómo explorar sin interiorizar el propósito de la faena? ¿Cómo cambiar a mi lector imaginario, de un pupilo, a un acompañante de viaje? ¿Es posible mudar de lector interior?

En ese momento Nadia Boulanger entra a escena.

Nadia Boulanger enseñando

Nadia Boulanger enseñando (Fuente)

Dores nos había recomendado la lectura de «Mademoiselle», recomendación acompañada con algunos extractos para abrir boca. Aquello despertó en mi voracidad, por lo que corrí a comprar el libro.

Nadia Boulanger fue maestra de música durante la segunda mitad del siglo XX. De nacionalidad francesa y raíces rusas, hija y hermana de compositores excepcionales que, sin embargo, murieron prematuramente. La misma Nadia apuntaba maneras creativas e interpretativas, mas decidió no continuar dichas sendas, en las que sabía no iba a fulgurar, para volcarse, así, a la enseñanza. Se convirtió en la mejor maestra de música durante la mayor parte del siglo XX. Entre sus alumnos se cuentan artistas del calibre de Stravisnki, Bernstein, Markevitch y un largo etcétera. La crema y nata de la música del siglo XX se fraguó en el yunque de Mademoiselle Boulanger.

Mademoiselle me remite entonces a mis propias razones para escribir. Enfrentarme al hecho de que mi producción jamás será piedra angular, ni hito, ni referencia; que mi gran ambición, si me aplico por entero a la escritura, será la de nivelar un escaso tramo de camino, para que grandes puedan transitar. Y que mi "pequeño profesor" tiene un papel que desempeñar, aunque debo llevarlo más allá del simple dictado escolar.

Fontainebleau

En una ocasión oí decir a un lingüista: «Admito que uno escriba lo que venga en gana, en el estilo que le venga, siempre que se respeten dos elementos: la continuidad horizontal que aportan las vocales y la estructura que aportan las consonantes». De eso se trata precisamente. […] Un alumno a quien no se ha preparado bien en ese sentido oye superficialmente la música, pero no oye de manera independiente las líneas intermedias.

Tuve que insistir en el conocimiento de las bases fundamentales. Es decir: oír, mirar, escuchar y ver. Y fomentar el respeto por uno mismo (no la vanidad) para que el alumno aprenda a dar importancia a quién es y a lo que hace. Porque yo creo que si no concede importancia a quién es y a lo que hace, no es posible tocar bien, ni pensar bien, ni vivir bien.

—P. 31

[…] el compositor de Pagliacci compuso lo que podía componer, y supongo que es usted consciente de las limitaciones que ello implica, pero creó una obra personal. Mi obra, si es que a eso se le puede llamar obra, es mejor; es mucho mejor, pero también mucho más insignificante, porque en ella no hay nada, no tienen personalidad. […]

—P. 35

La atención

[…] Había una cosa que no toleraba, la falta de curiosidad, y desde mi infancia estuve convencida de que había que mostrar curiosidad e interés, pues sin ambas cosas no existe conciencia posible de uno mismo. […]

De modo que, antes de alentar a alguien, es preciso saber si alberga en sí una pasión, si puede interesarse por que hace, sea lo que sea, ya que el hecho de entregarse a algo lleva aparejado el interés. Ésta es una distinción fundamental entre las personas: los hay quienes tienen una capacidad extraordinaria para hacer cosas, y otros que son lo que yo llamo «durmientes». Creo que a los que duermen sobre todo no hay que despertarlos, porque no tiene ningún sentido hacerlo; son muy simpáticos, son muy dichosos, están muy bien, muy justificados humanamente, son lo que son.

Ignoro sí es posible enseñar a alguien a mantenerse despierto. Lo único que sé es que toda persona que actúe sin sentir interés por lo que hace malogra su vida. Es más: su vida es una nulidad a causa de la falta de curiosidad, tanto si se dedica a limpiar cristales de ventanas como a escribir una obra maestra. Pienso en un pasaje maravilloso de Bergson donde explica que el hombre se halla ante el caos de la naturaleza peor, en cierta medida, está capacitado para organizarlo. […]

—P. 37 y 38

Debo mis grandes alegrías […] a esos momentos en lo que advertimos lo que se nos presenta, y captamos no la superficie, sino su profundidad.

—P. 40

Al final uno de los ensayos, Rostropóvich se acercó a decirme en su limitado francés: «Cuando hago algo, tengo que hacerlo lo mejor posible». Para él, cada nota es esencial, no soporta que una nota sea indiferente, y aunque muchos se habrían contentado con el primer resultado obtenido, él repitió algunos pasajes una cantidad extraordinaria de veces, pero lo hizo de tan buen humor, sin perder la paciencia en ningún momento, que la orquesta estaba encantada de seguir ensayando […]

[…]

De todos modos, cuanto más pienso en los fenómenos que desempeñan un papel fundamental en la música, más me parece que dependen de los fenómenos generales que determinan el valor de las personas; está muy bien ser músico, está muy bien poseer genio, pero el valor interior que determina nuestro espíritu, nuestro corazón, nuestra sensibilidad, depende de quiénes somos

—P. 42

El deseo

[…] Creo que el verdadero indicio de la vejez […] sería dejar de conceder importancia a las cosas.

—P. 44

La memoria

Creo que fue Montaigne quien dijo: «Sin memoria no tengo pasado, ni presente, tan sólo tengo algo muy fugaz desvinculado de todo». Nos hallamos eternamente confrontados a la ecuación: haber vivido, vivir, prepararse para vivir. Eso es lo que hace tan relevantes y significativas las nociones de Bergson «memoria, presencia, anticipación» […]

—P. 50

[…] Beethoven no alcanzó la auténtica libertad hasta que dejó de oír y se atrevió a concebir todo lo que pasaba por su mente.

—P. 56

El despertar de los sonidos

Sería absurdo creer que la ignorancia fundamental puede favorecer la eclosión de la personalidad. Aprender y saber se suman a los sentimiento puramente intuitivos de quienes aman espontáneamente la música.

Hace poco recibí la carta de un antiguo alumno que me chocó mucho. Decía «Cuando empecé las clases con usted, afirmó, de un modo bastante antipático, si me permite decírselo, lo siguiente: "¡A la música, o se le dedica toda la vida, o se renuncia a ella!"».

Peor la condición fundamental de cuanto se hace, no sólo en música, es que esté bajo el signo de la elección, del amor, de la pasión, de tal manera que se haga porque se considera que la maravillosa aventura de estar vivo depende por entero de la atmósfera que crea uno mismo con su entusiasmo, su convicción y su compresión. Y sin una técnica trabajada no es posible expresar nada de lo que sentimos más intensamente. Ahí es donde interviene el profesor.

—P. 62

Oficio y obras maestras

[…] ¡Una obra representa tal cúmulo de cualidades que dependen de la curiosidad, de la tenacidad, de la práctica, del olvido de uno mismo! La realización de uno mismo en la obra es un olvido de uno mismo, consagrado por entero a la obra. Pero hay que rescatar otro elemento en la creación: lo que hace que un buen tejedor no produzca tela defectuosa es el oficio. El talento sin genio es poca cosa, pero el genio sin talento no es nada.

—P. 84


También leí una compilación de artículos críticos sobre la industria del turismo. Me gustó mucho, ya que articulan pensamientos que ya bullían en mi desde el viaje a Siberia. Pero quedará para otra ocasión, ya me he extendido demasiado.

  1. Capitalist realism. Is there no alternative? Mark Fisher (12/26/2018 - 01/06/2019)
  2. Poesía completa. Ingeborg Bachmann (01/13/2019 - 02/17/2019)
  3. Velocidad de los jardines. Eloy Tizón (02/10/2019 - 03/01/2019)
  4. Calibán y la bruja. Silvia Federici (11/17/2018 - 03/25/2019)
  5. Dialéctica de los abstracto y lo concreto en "El Capital" de Marx. Evald Iliénkov (03/01/2019 - 05/12/2019)
  6. Mademoiselle. Bruno Monsaingeon (04/18/2019 - 06/02/2019)
  7. Jodidos turistas. Varios autores (06/02/2019 - 06/12/2019)