El mercado laboral

Este es el Marx cañero que me pulsa:

[..] El tiempo durante el cual trabaja el obrero es el tiempo durante el cual el capitalista consume la fuerza de trabajo que ha comprado. Si el trabajador consume para sí mismo el tiempo de que dispone, roba al capitalista.

El capitalista invoca, pues, la ley de intercambio de mercancías. Al igual que otro comprador, el capitalista intenta obtener la mayor utilidad posible del valor de uso de su mercancía. Pero, de repente, se alza la voz del trabajador, apagada en la furia impetuosa del proceso de producción.

La mercancía que te he vendido se diferencia de la plebe común de mercancías por el hecho de que su usa crea valor, y mayor que el que ella misma cuesta. Ése fue el motivo por el que la compraste. Lo que desde tu punto de vista se presenta como valorización del capital, es desde el mio gasto excesivo de fuerza de trabajo. Tú y yo no conocemos en el mercado más de una ley, la del intercambio de mercancías. Y el consumo de la mercancía no pertenece al vendedor que la enajena, sino al comprador que la adquiere. Por eso te pertenece el uso de mi fuerza de trabajo diaria. Pero yo tengo que reproducirla por medio de su diario precio de venta, para poder volver a venderla. Prescindiendo del desgaste natural por la edad, etc., tengo que estar en condiciones de trabajar mañana en el mismo estado natural de energía, salud y frescor que hoy. Tú me predicas constantemente el evangelio de la "parsimonia" y la "abstención". Pues bien: voy a administrar mi única riqueza, la fuerza de trabajo, como quien vela por su economía razonable, parsimoniosamente, y abstenerme de toda insensata dilapidación de ella. No quiero liquidar, mover, convertir de ella en trabajo cada día más que lo compatible con su duración normal y su desarrollo sano. Tú puedes liquidar en un día, con una prolongación desmedida de la jornada de trabajo, una cantidad de mi fuerza de trabajo mayor que la que yo puedo reponer en tres días. Yo pierdo en sustancia de trabajo lo que tú ganas así en trabajo. La utilización de mi fuerza de trabajo y su saqueo son dos cosas muy diferentes. Si el tiempo medio que puede vivir un obrero medio haciendo una cantidad razonable de trabajo es de 30 años, el valor de la fuerza de trabajo mía que tú pagas día tras otro importa 1/365 * 30, o sea 1/10.95 de su valor total. Pero si la consumes en diez años, lo que me pagas diariamente es 1/10.95 de su valor total, en vez 1/3.65, o sólo el 1/3 de su valor diario, y, por lo tanto, me robas diariamente 2/3 del valor de mi mercancía. Me pagas la fuerza de trabajo de un día y me consumes la de tres. Eso va en contra de nuestro contrato y contra la ley del intercambio de mercancías. Reclamo, por lo tanto, una jornada de trabajo de duración normal, y la reclamo sin apelar a tu corazón, pues cuando se trata de la bolsa no hay cordialidad que valga. Es posible que seas un ciudadano ejemplar, tal vez miembro de la Asociación para la Supresión del Sufrimiento de los Animales, y hasta que estés en olor de santidad, pero la cosa que tú representas frente a mí no tiene corazón que le palpite en el pecho. Lo que parece pulsar allí dentro es el latido del mío. Reclamo la jornada normal de trabajo porque reclamo el valor de mi mercancía, como cualquier otro vendedor.

Como se ve, si se prescinde de límites muy elásticos, la naturaleza del intercambio mismo de mercancías no arroja ninguna frontera de la jornada de trabajo, esto es, ningún tope del plustrabajo. El capitalista no hace sino afirmar su derecho de comprador cuando intenta alargar todo lo posible la jornada de trabajo y convertir, si lo consigue, una jornada de trabajo en lo que antes eran dos. Por otra parte, la naturaleza específica de la mercancía vendida en este caso impone un límite a su consumo por el comprador, y el trabajador afirma su derecho de vendedor cuando pretende limitar la jornada de trabajador a una determinada magnitud normal. Así hay, pues, una antinomia, derecho contra derecho, sellados ambos igualmente por la ley del intercambio mercantil. Y entre dos derechos lo que decide es la violencia. Así en la historia de la producción capitalista la regulación de la jornada de trabajo se presenta como lucha en torno a los límites de la jornada de trabajo, lucha entre el capitalista global, esto es, la clase de los capitalistas, y el trabajador global, la clase obrera.

—Karl Marx. El Capital, libro I.

Lo interesante de esto, no sólo es el límite de la jornada de trabajo, sino sobre la naturaleza del llamado mercado laboral, donde, el empleador puede calificar a su empleado bajo la ésta óptica mercantilista sin cuestionarse jamás si está retribuyendo lo justo para el empleado tenga una vida digna y una recuperación plena de su fuerza de trabajo.